sábado, 3 de noviembre de 2012

Elecciones en EEEUU: ¿Dónde se definen los resultados?

Elecciones en Estados Unidos

Por Benoît Bréville* (Le Monde Diplomatique)

Lejos de ser una disputa a nivel nacional, el escrutinio del próximo 6 de noviembre en Estados Unidos se resolverá en apenas un puñado de Estados: el resto, ya sean bastiones demócratas o republicanos, fueron abandonados por los candidatos.

odas las mañanas, a las 6, Russell Stanton se pone al volante de su camioneta y serpentea por los campos de los alrededores, con la esperanza de encontrar trabajo para el día. Cosechar duraznos, maní, maíz, lo que le pidan. En el calor húmedo de esta tarde de agosto, este hombre de unos cuarenta años sale cada tanto de su habitación climatizada para fumar un cigarrillo en el estacionamiento del motel.

Vive aquí, en Darien, Georgia, hace tres años: “Es más barato que alquilar un departamento. Tiene electricidad, cable, e incluso hay alguien que viene a limpiar la habitación todos los días”, se ríe, mirando a su hermana Jenna, la empleada de limpieza del establecimiento. Instalada con su marido y sus hijos en dos habitaciones contiguas, Jenna solo trabaja una o dos horas por día. “El motel no tiene muchos clientes, sobre todo residentes permanentes. En este momento hay un conductor de camión, su novia y una familia de indios. Mucha gente pasa por la esquina, pero prefieren detenerse al borde de la ruta”. Los candidatos a la Casa Blanca tampoco se toman la molestia de detenerse en Georgia: prefieren ir a Carolina del Norte o a Florida, donde se definirán los resultados de las próximas elecciones presidenciales.

Situado a pocos kilómetros de la Interestatal 95 que bordea la costa atlántica desde Florida hasta Canadá, este pueblo del sur de Estados Unidos, de apariencia pacífica, no tiene nada de destino turístico: apenas un amplio bulevar, una multitud de calles perpendiculares, estaciones de servicio, almacenes sin frutas ni verduras y, sobre todo, un sinnúmero de casas en venta. De las 1.090 viviendas que hay en el municipio, 292 están vacías. Sus 2.000 habitantes, que ya habían sido afectados por la crisis de la industria textil, ahora se llevaron la peor parte de la crisis de las subprime. En el condado de McIntosh, la tasa de desempleo supera el 10% y el ingreso anual promedio cayó 4.000 dólares entre 2007 y 2009, pasando de 25.739 a 21.771 dólares, antes de recuperarse ligeramente.
Los hermanos Stanton aterrizaron en el Fort King George Motel cuando les embargaron la casa familiar. “Vivía haciendo trabajos ocasionales, y mi madre debió dejar de trabajar. Las letras de cambio se volvieron demasiado caras, así que tuvimos que irnos. Me fui a Texas por un año para probar suerte y luego volví aquí”, dice el hermano mayor. Jenna y su pareja trataron de alquilar un departamento, pero enseguida se les hizo imposible pagar el alquiler y se mudaron al motel. La joven conserva un amargo recuerdo de este período: “En cuatro años, Obama no hizo nada por nosotros. Yo, que soy pobre, estoy a favor de los republicanos, porque a los demócratas no les importan los blancos pobres como yo”.

Hacia el final del mandato de Barack Obama, la polarización racial de la vida política es tan fuerte como siempre, especialmente en el sur. “Volvimos a la situación de hace cuarenta años, cuando solo los negros podían representar a los votantes negros, y los blancos a los votantes blancos” (1), opina Eric Mansfield, senador republicano de Carolina del Sur.

Por su parte, Louisiana, Alabama y Mississippi ya aplican esa regla al pie de la letra: sus representantes en el Congreso son o bien demócratas negros o bien republicanos blancos; el último demócrata blanco de Georgia podría perder su escaño en las elecciones legislativas de noviembre. “No es bueno para ninguna de las dos partes –se lamenta el senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham–. Los republicanos tienen que entender que podemos seducir a nuestros votantes con candidatos surgidos de las minorías (…). Y los demócratas tienen que entender que el Partido Demócrata no puede perder el 75% del voto blanco” (2).

Para la derecha, esta división es consecuencia de las posiciones laxas de sus adversarios respecto de temas como el aborto o el matrimonio homosexual. “Hace unos años, muchos blancos todavía votaban por el Partido Demócrata. Pero el partido giró tanto hacia la izquierda que finalmente se sumaron al lado conservador”, explica Kevin Bennett, ingeniero retirado y militante republicano de Alabama.

Por su parte, los partidarios de Obama le echan la culpa a la redistribución de los distritos electorales que llevaron a cabo los gobernadores republicanos desde 2010: “Agrupan a los negros en un número limitado de distritos para dispersarlos mejor en los otros”, afirma Billy Mitchell, representante demócrata –negro– en la cámara baja de Georgia. En Carolina del Norte, por ejemplo, la mitad de los 2,2 millones de afroamericanos hoy se concentran en un quinto de los distritos electorales. En Texas, la proporción de blancos en la población total pasó del 52% al 45% entre 2000 y 2010; sin embargo, gracias a una astuta redistribución electoral, son mayoría en el 70% de los distritos del Congreso.


Una campaña demasiado discreta


En Darien, donde los negros son apenas menos numerosos que los blancos (44,2% contra 52,9%), la batalla será reñida. Sobre todo porque Stanton tiene la intención de engañar las estadísticas: “Voy a votar por Obama. Como no tengo hijos, no tengo derecho a Medicaid [el programa de asistencia para los pobres]. Si gana, quizás pueda tener un seguro de salud…”. Viniendo de un hombre que dice “adorar” al periodista de ultraderecha Rush Limbaugh “porque hace las preguntas correctas”, la afirmación puede parecer sorprendente. En cualquier caso, hace sonreír a su hermana: “Yo ya te lo dije la última vez [en 2008], pero seguís sin seguro”.

A pesar de las convicciones que muestran, los Stanton no están tan seguros de ir a votar el 6 de noviembre: todavía no se han inscripto en el padrón electoral, no saben la fecha del escrutinio ni el nombre del candidato republicano… Y la verdad es que ni aunque hubieran leído el Tribune & Georgian podrían haberlo aprendido. El día siguiente a la designación oficial de Willard Mitt Romney, el periódico local no dedicó ni una línea al acontecimiento; en cambio, prefirió hablar de una mujer de 59 años que fue detenida borracha en una calle en Woodbine, o de un treintañero sorprendido por la policía con una botella de cerveza abierta en la mano, caminando por las calles de St. Mary’s.

En esta pequeña ciudad, al igual que en el resto de Georgia, la campaña presidencial es particularmente discreta: no hay anuncios políticos en televisión, ni visitas puerta a puerta de militantes ni mítines de candidatos. Mientras que en muchos condados las pancartas electorales de los candidatos a sheriffs invaden las calles, las caras de Obama y Romney están ausentes del espacio público.

Y Georgia no es el único Estado del país ignorado por los aspirantes a la Casa Blanca. Desde junio de 2012, Romney y su compañero de fórmula, Paul Ryan, no han ido ni una sola vez a Maryland, Connecticut, Nebraska, Kansas, Maine ni Vermont, entre otros. Obama y Joseph Biden, por su parte, han evitado Arizona, Nuevo México, Oklahoma, Misisipi, Alabama, Montana, Idaho… “El Presidente solo viene a Georgia a recaudar fondos –dice Mitchell, un poco tímidamente–. Hacer campaña aquí no sirve para nada, porque es casi seguro que pierden. Entonces se les pide a los militantes que viajen a Carolina del Norte o a Florida, para ir puerta a puerta y organizar actos. También prescinden de las llamadas telefónicas en cualquier lugar de Estados Unidos”.

La misma historia se escucha en Carolina del Sur, donde Melissa Watson, profesora negra, miembro del Partido Demócrata, precisa: “El Presidente tiene recursos limitados. Mil millones de dólares es mucho dinero, pero sigue siendo una suma finita. Y sabemos que las posibilidades de ganar Carolina del Sur son muy escasas. (…) Él optó por concentrar su campaña en aquellos lugares donde la competencia es feroz. Sólo hay diez u once Estados realmente disputados”.


Un sistema de dos velocidades


Estos Estados son Ohio –visitado 21 veces por el dúo demócrata (y 22 por el tándem republicano)–, Iowa (respectivamente, 17 y 13), Florida, Carolina del Norte, Nevada… En estos lugares se difundió la casi totalidad de los 605.996 spots que contrataron los candidatos (o los grupos que los apoyan) entre el 10 de abril y el 4 de septiembre de 2012, para deleite de los dueños de la televisión: en un año, el precio de la publicidad de treinta segundos aumentó un 44% en Charlotte y un 34% en Las Vegas (3).

Al tiempo que favorece el bipartidismo, el modelo estadounidense de escrutinio (sufragio indirecto en una sola vuelta) produjo un sistema electoral de dos velocidades, donde un voto no tiene el mismo valor si se expresa en un “Estado seguro” (un safe state, o estado con alguno de los dos partidos asegurados) o en un “Estado oscilante” (o swing state, que navega de un bando al otro en cada elección y hace foco en los candidatos). El sur de Estados Unidos perteneció durante mucho tiempo a la primera categoría. Bastión demócrata durante casi un siglo (4), se pasó al bando republicano en la década de los setenta: antes de Obama, sólo Jimmy Carter y Bill Clinton –demócratas pero originarios del Sur– habían logrado imponerse en los Estados que alguna vez pertenecieron a la Confederación.

¿Cuál es la razón por la que, desde 2008, los demócratas decidieron hacer campaña en Carolina del Norte y no en Carolina del Sur, cuando ambos Estados parecen estar unidos por un destino electoral común? La respuesta está en el espacio: los nuevos barrios de Carolina del Norte, construidos hace diez o veinte años, contrastan con el paisaje rural de Carolina del Sur, que sigue viviendo –bastante mal– de sus industrias tradicionales (textil, automotriz, química) y del agro (tabaco, aves). En el “barrio” Old Stone Crossing, al este de Charlotte (Carolina del Norte), ni las calles deliberadamente sinuosas ni las “viejas piedras” de las casas logran enmascarar la moderna ostentación del lugar.

Este loteo, que surgió en medio de campos abandonados, carreteras y zonas comerciales, y que está unido al centro por un laberinto de autopistas, caminos de tierra y calles desiertas, apenas está iluminado por la noche: no ofrece ninguna tienda, ningún lugar público. Docenas de “barrios” de este tipo –Hampshire Hills, Highland Creek, Beverly Crest, McAlpine Woods, etc.–, más o menos ricos, han sido casi siempre creados ex nihilo. “Carolina del Norte es un campo de maíz cubierto por barrios”, explica un habitante de la región.

Durante la convención demócrata, que tuvo lugar precisamente en Charlotte a principios de septiembre, el ex gobernador Jim Hunt quiso mostrarse más positivo cuando habló de la evolución de su Estado: “Ustedes ya vieron los rascacielos y todo lo que Charlotte tiene para ofrecer –anunció a la multitud–. Tal vez sus hijos se hayan anotado en alguna de nuestras universidades. Estamos orgullosos porque todo eso lo hicimos nosotros en Carolina del Norte. Hace cincuenta años, era un Estado pobre, rural, segregado. Pero tuvimos un gobernador llamado Terry Sanford [1961-1965] (…). Él trabajó con los empresarios, los políticos y los docentes. El resultado es la economía floreciente y altamente calificada que hoy pueden ver aquí”.

En efecto, Carolina del Norte tiene 3 de las 30 mejores universidades estadounidenses, y alberga a 14 de las 500 empresas más importantes del país. Con este impulso, su población se duplicó desde 1990. Y fue esa explosión demográfica lo que llevó a Obama a tratar de disputarles este Estado a los republicanos: movilizados por un ejército de voluntarios, los recién llegados –muchos estudiantes, jóvenes, trabajadores calificados, minorías– votaron masivamente por él; así fue como en 2008 superó por muy poco a su rival, John McCain, apoyado por los blancos poco instruidos y la población rural. A nivel local, el contraste fue impresionante. En el condado de Mecklenburg, que alberga la vibrante ciudad de Charlotte y tiene apenas un 51% de blancos (sin incluir a hispanos), los ciudadanos votaron en un 62% por Obama; en el condado vecino de Gaston (75% de blancos e ingreso familiar promedio un 20% más bajo), apoyaron a John McCain en las mismas proporciones.


Fervor religioso en el Sur


Georgia –igual que Alabama, Carolina del Sur, Misisipi o Arkansas– es más parecida a Gaston que a Mecklenburg: los demócratas tienen pocas chances de imponerse allí. “Salvo por la ciudad de Atlanta, este es un Estado pobre, rural, religioso –analiza Mitchell para explicar las repetidas derrotas de su partido–. La gente es muy conservadora. Somos el corazón del ‘Bible Belt’ [‘cinturón bíblico’]”. El nombre es acertado: solo en Georgia, con sus diez millones de habitantes, hay un total de 12.292 iglesias (y 3,3 millones de miembros activos). Metodistas, bautistas, presbiterianos, pentecostales, episcopales: el visitante que recorra los pueblos del Estado posiblemente no vea un edificio público, pero sin duda se cruzará con decenas de edificios religiosos. Solo en Darien hay una docena. La mayoría de estas iglesias luchan contra el “pecado” –aborto, anticoncepción, homosexualidad, juegos de azar–, pero además desempeñan un papel importante en la vida social: reparten alimentos entre los pobres, cuidan a los ancianos, garantizan el apoyo escolar para niños, etc. Todo a precios bajos, gracias a la labor de los voluntarios y el dinero que donan los feligreses.

En el Sur, al fervor religioso a veces se le une la hostilidad contra el Estado. Y esa hostilidad se entrelaza con la política: predomina la idea de que las estructuras de caridad son más aptas que los poderes públicos para resolver los problemas sociales. “Para resolver los problemas sociales, es más eficaz el sector privado: hay un montón de gente tratando de aportar múltiples soluciones, y la mejor gana. Por definición, el Estado no puede actuar así: en cambio, diseña una estrategia única que luego impone a todos. (…) Nunca hubo tantos pobres en Estados Unidos como desde el comienzo de la ‘guerra contra la pobreza’ del presidente Johnson (7). Es claro que esa solución no funciona. ¡No podemos seguir aumentando el gasto público! (…) Como conservador, pienso que la Iglesia debe tener un papel preponderante en materia de ayuda social. La Iglesia puede acercarse a la persona necesitada, comprender sus necesidades, crear una interacción entre los que ayudan y los que son ayudados: les da responsabilidad a los individuos”, explica Matt Arnolds, delegado republicano de Carolina del Norte en la convención de Tampa.

A pocos metros de distancia, de traje azul marino, corbata roja y sonrisa fija, el diputado de la Cámara de Representantes de Georgia, Ed Rynders, es también un gran creyente en la idea de responsabilizar a los pobres. Explota cuando escucha las palabras “recibir asistencia social”: “¡Dependen de una asistencia social!”, insiste entonces, y luego repite el acostumbrado discurso sobre el pescado y la caña de pescar –más vale aprender a pescar que esperar que alguien te dé pescado todos los días– para justificar los beneficios de la caridad. “La única obligación moral del Estado es cuidar de aquellos que no pueden alimentarse por sus propios medios: los discapacitados, los enfermos mentales, los niños muy pequeños y los adultos muy viejos”. Al ayudar a los otros –los que “son responsables de sus acciones”–, el Estado “los empuja a no trabajar”: “La iglesia, la comunidad y los organismos de beneficencia son los que deben ocuparse”, concluye.

A ocho kilómetros del barrio de negocios de Tampa, Florida, encajada entre una estación de servicio y un mercadito, la First Church of God del barrio Downtown Tampa, una de las más pobres de la ciudad, vive la caridad a diario. Todos los miércoles, el pastor Larry Mobley y Linda Burcham, una feligresa muy activa, organizan la distribución de paquetes de alimentos. Este servicio funciona como una administración pública: entre las 11 y las 15, cientos de personas –negros, blancos, hispanos, jóvenes, viejos– retiran un ticket, llenan un formulario (nombre, dirección, número de personas en el hogar) y esperan en una sala moderna y climatizada, a veces varias horas. Cuando todos los paquetes se han distribuido, los que llegan tarde se van con las manos vacías. Los otros se habrán llevado a casa un jugo de fruta en cartón, pasteles, tomates, salchichas, pan: el fruto de la colecta semanal de diez voluntarios que, gracias a las donaciones de los miembros de la iglesia, compran en la tienda de la esquina productos vencidos a precios irrisorios.

Liana Kelley es habitué. Después de una vida cuidando a sus hijos, esta inmigrante cubana de 63 años se divorció de su marido, natural de Irlanda, hace tres años. Al encontrarse sin dinero, se trasladó a Downtown Tampa. “La asistencia social que recibía [377 dólares por mes] apenas me alcanzaba para pagar el alquiler, la electricidad y la televisión por cable –dice–. Así que me iba a la casa de empeños del barrio y vendía mis joyas y objetos de valor. Después de un tiempo, me ofrecieron trabajo.” Desde hace dieciocho meses, bajo el calor agobiante de Florida, la señora Kelley permanece de pie en la vereda del Busch Boulevard, con los brazos cubiertos por un paño para evitar las quemaduras del sol, agitando un cartel a la vista de los automovilistas: “Cash for Gold” (“Dólares por Oro”). Este trabajo de cartel humano le deja siete dólares por hora. “Me llaman cuando me necesitan y yo vengo. El problema es que a veces cae justo durante la distribución de alimentos. Entonces trabajo durante tres horas para ganar 21 dólares, pero me pierdo una caja que vale el doble”.

El próximo 6 de noviembre, la señora Kelley, aunque es cubana, votará por Obama. Quizás oyó al candidato republicano decir que ella y los millones de personas de su condición eran “demasiado dependientes” del Estado como para no votar a un demócrata.


1. Citado en Ari Berman, “How the GOP is resegregating the South”, The Nation, Nueva York, 31-1-12. En Estados Unidos, el censo de población obliga a los ciudadanos a manifestar su “raza” según categorías que pueden variar de un censo a otro. En 2010, los “negros” o “afroamericanos” designaban a “personas que tienen orígenes en uno o más grupos raciales negros de África” y los “blancos” –divididos entre blancos y blancos no hispanos– designaban a “personas cuyo origen está en los pueblos autóctonos de Europa, Medio Oriente o África del Norte”.
2. Citado por Jonathan Martin, “Obama’s problems in the South”, Politico, Washington, 2-8-12.
3. Amy Scatz y Suzanne Vranica “Swing-state stations are election winners”, The Wall Street Journal, 9-9-12.
4. Con algunas excepciones notables: los candidatos republicanos Hayes (1876), Harding (1920) y especialmente Hoover (1928), por ejemplo, los lograron ganar varios Estados del sur.

* De la redacción de Le Monde diplomatique, París. Enviado especial.

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