martes, 14 de agosto de 2012

Venezuela al MERCOSUR: respuesta al imperio

Venezuela en el Mercosur: Una nueva alianza estratégica



El ingreso de Venezuela al Mercosur ha tenido lecturas centradas en los aspectos económicos y comerciales, pero en lo esencial es una cuestión geopolítica y geoenergética. La región se convierte en potencia alimentaria e hidrocarburífera que apunta al Caribe.
El 31 de julio, cuando se decidió en Brasilia el ingreso de Venezuela al Mercosur, las presidentas Dilma Rousseff y Cristina Fernández enfatizaron en la importancia del nuevo Mercosur en el marco de la crisis mundial que se resume en el nacimiento de una “nuevo polo de poder.
Durante la reunión en Brasilia, Chávez y Fernández firmaron una declaración conjunta que se orienta a incorporar a la estatizada YPF a la Faja Petrolífera del Orinoco y a la incorporación de PDVSA a los proyectos de explotación de petróleo y gas de esquisto en el sur de Argentina. El acuerdo prevé la elaboración de una cartera conjunta de proyectos en el área petroquímica que incluyan la transferencia de tecnología.
Pero la trascendencia de la primera ampliación del bloque va mucho más allá, sobre todo para Brasil quien fue su verdadero promotor. En opinión del el embajador Antonio Jose Ferreira Simões el ingreso venezolano “altera de manera significativa el peso internacional del Mercosur”[1].
Por un lado, porque a uno de los principales productores de alimentos del mundo se suma ahora un enorme potencial energético que se resume en que Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, que Brasil cuenta con los mayores descubrimientos en su plataforma marítima y que Argentina cuenta con importantes yacimientos recién confirmados. A todo eso debe sumarse el inmenso potencial hídrico de la Amazonia y del Acuífero Guaraní.
“El Mercosur deja de ser un proyecto centrado en el Cono Sur y amplía su capacidad de irradiación hacia el Caribe y América Central”, enfatiza Ferreira Simões. Pero también refuerza su dimensión amazónica y abre una “perspectiva de desarrollo de la región norte de Brasil”[2].
Todo lo anterior implica un viraje geopolítico de enormes dimensiones. Un bloque que ya no sólo mira hacia el Atlántico Sur sino que se enfoca en el Caribe y América Central, está metiendo las narices en la más vieja, exclusiva e importante zona de influencia de los Estados Unidos, aquella que fue trampolín de su hegemonía global.
No es un paso cualquiera ni una decisión improvisada. Es, en lo esencial, una respuesta geoestratégica al reposicionamiento de Washington en la región.


 

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