sábado, 11 de agosto de 2012

El nuevo gobierno paraguayo y la avanzada de EEUU

Federico Franco busca nuevos amigos


Nuevas alianzas. Permitirá la instalación de más bases de EE.UU en el Chaco paraguayo.

A casi dos meses del fulminante juicio político que eyectó del gobierno a Fernando Lugo, la derecha paraguaya trata de romper el cerco regional que la condena y orientar el rumbo del Paraguay hacia un norte más amigable.
Aunque el ex vicepresidente y actual mandante, Federico Franco, bajó los decibeles de algunos dirigentes de su propio partido que abonaban la idea de recurrir a la Corte Internacional de La Haya para repudiar la suspensión como miembro del Mercosur hasta las elecciones del 2013, el régimen paraguayo va por más y busca cobijo en aliados ideológicamente más afines como Estados Unidos y el llamado “Bloque del Pacífico” que conforman Chile, Perú, Colombia y México. Con este propósito, el canciller José Félix Fernández Estigarribia instruyó a la embajadora paraguaya en Santiago, Terumi Matsuo, “para sondear el tema” con las autoridades trasandinas.
Las señales hacia la Casa Blanca han significado un giro de 180 grados en la política internacional que impulsaba Lugo, desde que asumió la presidencia en el 2008. Si bien durante su gestión las Fuerzas Armadas de este país continuaron participando de maniobras militares dirigidas por el Comando Sur estadounidense, como las que por estos días se llevan a cabo en el Canal de Panamá, en el “ejercicio multinacional de entrenamiento militar más grande del mundo”, como describe al Fuerzas Aliadas Panamax, la web de temas castrenses Base Naval.
En esta nueva estrategia de alianzas, también se inscribe el interés oficial por la instalación de más bases de EE.UU. en el Chaco paraguayo (área que acaba de ser cedida por la administración de Federico Franco a la transnacional estadounidense Dahava Petróleos, para la exploración y explotación monopólica del petróleo). Las últimas negociaciones fueron llevadas a cabo por varios diputados, encabezados por José López Chávez, vinculado al golpista general Lino Oviedo, y presidente de la Comisión de Defensa de la Cámara Baja, con representantes del Pentágono al tiempo que el Congreso enjuiciaba y destituía en 24 horas a Fernando Lugo. López Chávez justificó públicamente la necesidad de la presencia del ejército norteamericano en esa zona del noroeste porque “Bolivia constituye una amenaza para Paraguay debido a la carrera armamentista que desarrolla”. Una afirmación que pierde sustento frente al informe publicado en junio del año pasado por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés), en el que señala que el aumento en el gasto militar de Sudamérica lo encabezaron Brasil, Perú y Paraguay.
En tren de buscar nuevos amigos, Asunción ha permitido la visita de una misión de congresistas estadounidenses a la Triple Frontera. Los legisladores Michael McCaul, presidente del Subcomité de Supervisión e Investigaciones del Comité de Seguridad Doméstica, de la Cámara de Representantes y los diputados Henry Cuellar, Jeff Duncan, Robert Turner y Tom Graves, recorrieron la estigmatizada zona fronteriza, con el objetivo de obtener información sobre “los desafíos del crimen transnacional” y se fueron con las manos vacías: ni rastros de Hezbollah ni de Al Qaeda, pero si la molestia de la comunidad sirio-libanesa compuesta por unas 20 mil personas que trabajan y viven en Ciudad del Este y Foz de Iguazú.
Según Leandro Morgenfeld, profesor del seminario Historia de las relaciones entre Argentina y EE.UU. en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, la permisiva injerencia del Departamento de Estado en los asuntos paraguayos es porque “para Washington es estratégico –en los últimos dos siglos lo fue– dificultar lo más posible la integración latinoamericana. En ese sentido, la destitución de Lugo, promovida por la derecha paraguaya, es al menos funcional a los intereses de EE.UU. de poner una cuña en una región que amenaza con profundizar una integración alternativa a la que hace décadas promueve Washington a través de la OEA”. “Ese mismo congreso paraguayo –recuerda el también investigador del Conicet– es el que se oponía al ingreso de Venezuela al Mercosur. La posibilidad de plantear una estrategia antiimperialista en la región depende, en parte, de lograr consolidar una integración regional no condicionada a los intereses de las principales potencias”. “La Unasur y la Celac –concluye– deberían presionar a Asunción para evitar un incremento de la presencia militar estadounidense en Paraguay.”.

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