jueves, 18 de julio de 2013

"Brasil y la Copa de las Manifestaciones"




Brasil y la Copa de las Manifestaciones

 

En un mes de junio vibrante, Brasil logró el bicampeonato. Ganó la Copa de las Confederaciones y también ganó las calles. Millones de jóvenes son protagonistas de este novedoso despertar. Tensiones, debates y perspectivas de la irrupción popular que mezcló fútbol y política como nunca antes.
 
En el momento menos esperado, cuando toda la atención estaba enfocada en la puesta en escena de la FIFA -una de las mayores corporaciones planetarias-, el pueblo brasilero salió a la calle y en cada rincón del país se colmaron las calles de jóvenes. La indignación trascendió las redes sociales y produjo la mayor movilización de protesta desde 1984, al final de la dictadura. El movimiento surgió para rechazar el aumento de los boletos de subtes y colectivos. El 13 de junio la Policía Militar reprimió ferozmente en San Pablo, lo cual generó una reacción popular en todo Brasil. Tres días después empezó la Copa. El fastuoso Maracaná fue reinaugurado oficialmente, pero los jóvenes estaban más preocupados, créase o no, por la salud, la educación y el transporte públicos. Y por la democratización de la política. Y por hacerse oír. Fútbol y política danzaron un complejo samba, no exento de pasión, durante dos semanas. El Rey Pelé, siguiendo su trayectoria conservadora, no tuvo mejor idea, el 19 de junio, que exhortar a los brasileros a defender a su selección abandonando las calles. Al revés que Maradona, quien en noviembre de 2005 acompañó en Mar del Plata la movilización de masas que repudiaba la presencia de Bush y permitió derrotar definitivamente al ALCA. La mayoría, en Brasil, logró vivir la pasión futbolera y celebrar cada gambeta de Neymar y al mismo tiempo rechazar a Blatter y sus negociados mundialistas. Muchos torcedores llenaron las tribunas con pancartas de protesta, a pesar de la prohibición de la FIFA. Y fuera de los estadios también hubo multitudinarias manifestacioines en cada partido, algo totalmente inédito. El pedido de Pelé no tuvo eco: al día siguiente, y a pesar de que se había logrado derrotar el aumento de 20 centavos en los pasajes, se produjo la movilización histórica de un millón y medio de brasileros en 100 ciudades. Nadie se quería quedar afuera de la historia. 
Las primeras marchas fueron organizadas por el colectivo horizontal Movimento Passe Livre y luego se masificaron, instalando una diversidad de reclamos que incluyen dimensiones políticas, económicas y culturales, de diversas fracciones sociales, más allá de que el grueso de los manifestantes provengan de sectores medios, fundamentalmente estudiantes de universidades públicas. Si bien los medios enfatizaron el factor "sorpresa", "espontáneo" y "mágico" de la movilización 2.0, amplificada a través de las redes sociales y sin una mediación institucional o partidaria explícita, en realidad estas protestas se entroncan, por un lado, en la larga historia de luchas obreras y campesinas brasileras y, por otro, en el ciclo de movilizaciones y alzamientos populares de resistencia frente al neoliberalismo que sacudieron América Latina desde el Caracazo hasta el Argentinazo. Brasil, a pesar de haber sido un escenario importante en la construcción del Foro Social Mundial y en la resistencia contra el ALCA, no había tenido una rebelión popular de magnitud. Lula y el PT llegaron al poder en un momento de reflujo de las luchas internas, aunque siendo parte del movimiento general latinoamericano de rechazo a las políticas neoliberales que imperaron tras el Consenso de Washington.
La masividad de la movilización y su carácter inorgánico llevó a distintos sectores políticos, desde la derecha hasta el propio gobierno, pasando por los oligopolios mediáticos, a tratar de disputar su dirección. Y se reavivó también el debate entre los referentes de la izquierda latinoamericana. ¿Estamos ante el otoño del progresismo, como plantea Raúl Zibechi? ¿El estallido es el resultado de la hostilidad de Dilma Rousseff contra los movimientos sociales e indígenas, como señala Boaventura de Sousa Santos? ¿Lo importante es la politización de los jóvenes y la posibilidad de reinstaurar la agenda de los movimientos sociales, como plantea Emir Sader? ¿Es la consecuencia inevitable de gobiernos "progresistas" que aplican políticas neoliberales ligeramente modificadas por medidas asistencialistas, como advierte Guillermo Almeyra? ¿Es un movimiento susceptible de ser cooptado por la derecha, al no tener un anclaje clasista, como señala Marilena Chauí? Estos y muchos otros interrogantes se multiplicaron en los debates en toda América Latina a partir de la primavera política protagonizada por las masas brasileras.
Lo que es indiscutible es que hasta ahora se impuso una nueva agenda progresista. Se derogaron los aumentos en subtes y colectivos, Dilma anunció multimillonarias obras para financiar la red de transporte público, el Senado aprobó un proyecto para establecer el boleto estudiantil gratuito, se desestimó la PEC 37 (que limitaba el poder de investigación del Ministerio Público), se aprobó una ley para destinar el 75% de los royalties del petróleo a la educación, y el 25% restante a la salud, y la Cámara de Diputados se prepara para rechazar el proyecto retrógrado de "cura gay", aprobado en la Comisión de Derechos Humanos a mediados de junio. Además, se lanzó la convocatoria a un plebiscito para la reforma política, prometida y cajoneada hace años. Éstas y muchas otras cuestiones eran demandas explícitas del movimiento. La CUT, el MST y otros sindicatos y movimientos sociales, por su parte, lanzaron una jornada nacional de movilización para el 11 de julio. Las propias bases de apoyo del gobierno del PT resolvieron, tarde, salir a las calles y aprovechar la movilización para reinstalar viejas demandas que parecían extintas.
El estallido social y político, más allá de las particularidades de Brasil, expone los límites y contradicciones del neodesarrollismo y del extractivismo en América Latina, impulsado por gobiernos de distintos colores políticos. En junio conocimos la otra cara del "Brasil potencia". No solamente es el país que ganó la sede del Mundial y las próximas Olimpíadas, la sexta economía del planeta, el que logró la dirección de la OMC, es miembro del BRICS y aspirante a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sigue existiendo también el otro Brasil, el de los millones que habitan en favelas, el de los campesinos que no consiguen acceder a la tierra porque no hubo reforma agraria, el de los pueblos originarios que son desplazados por el avance de la sojización, los agrobusiness y la explotación minera, el de los trabajadores precarios e informales. Y los sectores medios también se ven afectados por la burbuja inmobiliaria, por el desastroso sistema de transporte público y por el aumento del costo de vida en las grandes urbes. Brasil, al fin y al cabo, sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Es el de las multinacionales brasileras que conquistan África y América Latina, pero también el de los mayores bolsones de miseria. Las políticas asistencialistas, tan importantes en los últimos años para sacar a millones de la indigencia, parece que no alcanzan para revertir las contradicciones estructurales.
El resultado de este novedoso proceso político aún está abierto y no puede predecirse su futuro despliegue. Sin embargo, sí puede señalarse que las movilizaciones en Brasil muestran que es posible, y necesario, construir una salida por izquierda en nuestra América. La lucha contra el neoliberalismo y por la integración y la unidad regional debe empalmarse con una lucha más radical para romper las barreras de la dependencia, ampliar la agenda de demandas, reponer el protagonismo de los movimientos sociales, reintroducir a los jóvenes a la política y construir una nueva forma de (auto)organización más democrática, horizontal y participativa. Brasil, en este junio copero, se transformó en un laboratorio de las potencialidades políticas latinoamericanas. 

 Rio de Janeiro, 1 de julio de 2013

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