viernes, 12 de agosto de 2016

Elecciones EEUU: "Cómo el auge de China ‘creó’ a Donald Trump"

Cómo el auge de China ‘creó’ a Donald Trump

The Wall Street Journal

Su surgimiento como potencia comercial sacudió a la economía estadounidense con más violencia que la que los economistas y las autoridades fueron capaces de prever

Frances Wade, una empleada de la fábrica de muebles Century Furniture en Hickory, Carolina del Norte. 
Frances Wade, una empleada de la fábrica de muebles Century Furniture en Hickory, Carolina del Norte. Photo: Mike Belleme for The Wall Street Journal 
 
 
HICKORY, Carolina del Norte—A finales de la década de los 90, este centro de fabricación de muebles parecía estar protegido de las fuerzas destructivas de la globalización. Trabajadores siderúrgicos despedidos de Virginia Occidental, Tennessee y otros estados llegaban aquí para conseguir nuevos trabajos construyendo camas, mesas y sillas para los hogares estadounidenses. La tasa de desempleo era de menos del 2%.
Hoy, Hickory aún sufre las consecuencias de una serie de crisis económicas que la afectaron desde entonces, ninguna de ellas más poderosa que el ascenso de China como potencia exportadora. La invasión de muebles importados hizo quebrar fábricas, eliminó miles de puestos de trabajo y contribuyó a que el desempleo superara el 15% en 2010.
Stuart Shoun, un obrero de 59 años, se quedó sin empleo tres veces desde 1999. Después de uno de esos despidos, Hickory se puso a estudiar arquitectura en una universidad local, pero no pudo encontrar trabajo y regresó a la industria de los muebles. Ahora gana US$45,000 al año, lo mismo que hace casi 20 años y US$14.000 menos después de ajustar ese valor por inflación.
Su hijo Steven es un tapicero que maneja un depósito de chatarra y que desalienta a su propio hijo, actualmente en la universidad, de trabajar en la industria que dio a Carolina del Norte el mote de “Capital Mundial de los Muebles”. Steven dice que su padre culpa a “la gente que dirige nuestro país y que dirige nuestras empresas” por los padecimientos económicos de Hickory.
Ambos apoyan la candidatura de Donald Trump a la presidencia, a pesar de que no tienen intención de votar. “No creo que un voto haga diferencia”, dice Stuart Shoun.
Cuando el auge de importaciones de Japón, México y los “Tigres” asiáticos como Taiwán llegó a EE.UU., muchas ciudades y pueblos fueron capaces de adaptarse.
Pero con China fue un caso diferente. Su surgimiento como potencia comercial sacudió a la economía estadounidense con más violencia que la que los economistas y las autoridades fueron capaces de prever y aun de entender hasta muchos años más tarde. La mano de obra de EE.UU. se adaptó a los cambios más lentamente de lo que se esperaba.
Lo que ocurrió con las importaciones chinas es un ejemplo de cómo gran parte de la sabiduría económica convencional que imperaba a finales de 1990 —incluyendo el papel del comercio internacional, la tecnología y los bancos centrales— se ha ido desmantelando lentamente desde entonces.
Las consecuencias de esta transformación están sembrando un profundo descontento político en EE.UU. en este año electoral. La desilusión con la globalización ha alimentado una de las temporadas políticas menos convencionales de la historia moderna de este país, con Bernie Sanders, y sobre todo Donald Trump, sacando provecho del potente sentimiento adverso al libre comercio.
Ambos candidatos presidenciales dirigieron gran parte de sus críticas al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC o Nafta), de 1994, que impulsó las importaciones desde México. Pero el verdadero culpable, aun en aquel entonces, fue China, dicen hoy los economistas.
Muchas fábricas que se trasladaron de EE.UU. a México lo hicieron para igualar los precios de China, y algunas de las nuevas fábricas mexicanas ayudaron a mantener empleos al norte de la frontera. Por ejemplo: telas hechas en EE.UU. se convierten en prendas de vestir en México que luego son vendidas alrededor del mundo por empresas estadounidenses.
 
David Autor, un economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), que estudia las relaciones entre el comercio internacional, los mercados laborales y el cambio tecnológico, llama a la economía de China una “roca de 500 toneladas parada sobre una cornisa”. En algún momento se va a caer y aplastará todo lo que está por debajo de ella. “Simplemente no sabemos cuándo” ocurrirá, dice.
Los economistas han sostenido durante mucho tiempo que si bien el libre comercio crea ganadores y perdedores, los resultados netos son beneficiosos para la mayoría. Los consumidores estadounidenses ganaron con las importaciones de bajo costo, que les permitieron comprar a bajos precios bicicletas, joyas y utensilios de cocina, entre muchos otros productos. Las empresas estadounidenses ganaron el acceso a los mercados extranjeros.
Se esperaba que los trabajadores de las industrias expuestas a las importaciones mejoraran su capacitación laboral o se mudaran a alguna parte del país que ofreciera nuevas oportunidades.
En la década de 1970, la invasión japonesa golpeó en gran medida industrias ubicadas en ciudades con grandes bases manufactureras que podían ofrecer otras alternativas a quienes perdían su trabajo. En Akron, Ohio, tradicional centro de la industria del neumático de EE.UU., químicos de la universidad local ayudaron a crear una industria de polímeros que hoy emplea a decenas de miles de trabajadores, dijo David Lieberth, ex vicealcalde de Akron que se ha convertido en una suerte de historiador de la ciudad.
China puso de cabeza muchos de esos supuestos. Ningún otro país se ha acercado a su combinación de vasta población en edad laboral, salarios súper bajos, apoyo del gobierno, moneda barata y aumento de la productividad.
Las importaciones procedentes de China como porcentaje de la producción económica de EE.UU. se duplicaron en los cuatro años siguientes a la incorporación del país a la Organización Mundial del Comercio en 2001. México tardó 12 años en lograr lo mismo después del Nafta. Japón tardó el mismo tiempo después de haberse convertido en un gran proveedor de EE.UU. en 1974.
William Hicks, operador de la banda de lijado de Century Furniture. 
William Hicks, operador de la banda de lijado de Century Furniture. Photo: Mike Belleme for The Wall Street Journal
Al año pasado, las importaciones procedentes de China representaban el equivalente de 2,7% del Producto Interno Bruto de EE.UU. Esto es un punto porcentual más del máximo logrado por Japón o México.
Por otro lado, la ola de importaciones de Japón afectó a un grupo limitado de industrias avanzadas, en su mayoría automóviles, acero y electrónica de consumo. Las importaciones de bajo costo de China, en cambio, barrieron todo EE.UU. y afectaron a todo tipo de sectores, desde los productores de electrónicos en San José, California, los de artículos deportivos en el condado de Orange, California, los de joyería en Providence, Rhode Island, los de zapatos en West Plains, Missouri, los de juguetes en Murray, Kentucky, y los de sillas en Tupelo, Mississippi, entre muchas otras industrias y comunidades.
“Al alentar a China a comerciar [con nosotros], necesitábamos políticas internas que minimizaran el impacto de lo que iba a suceder”, dice Gordon Hanson, profesor de economía de la Universidad de California, San Diego. La falta de estas políticas, dice, fue “un error catastrófico”.
Un grupo de economistas que incluye a Hanson y Autor estima que la competencia de China fue responsable de la pérdida de 2,4 millones de puestos de trabajo en EE.UU. entre 1999 y 2011. En el mismo período, el empleo total en el país creció 2,1 millones, a 132,9 millones.
Esta región de Carolina del Norte solía ser un motor de crecimiento, pero las importaciones chinas hundieron la economía local.  
Esta región de Carolina del Norte solía ser un motor de crecimiento, pero las importaciones chinas hundieron la economía local. Photo: Mike Belleme for The Wall Street Journal
En la década de 2000, en los distritos del Congreso donde la competencia de las importaciones chinas aumentó rápidamente, también aumentó la polarización política, dicen ambos investigadores tras examinar el historial de votación. Los candidatos “ideológicamente estridentes” reemplazaron a los moderados, escribieron en un estudio.
En las primarias republicanas presidenciales de este año, según un análisis realizado por The Wall Street Journal, Donald Trump ganó en 89 de los 100 condados más afectados por la competencia de China, entre ellos Catawba, donde se encuentra Hickory. En las primarias de marzo, Trump obtuvo aquí el 44% del voto republicano, imponiéndose a otros 11 candidatos.
Sanders ganó las primarias demócratas en 64 de los 100 condados más expuestos en los estados del norte y en el centro del país. Ese patrón no se mantuvo en el sur, donde Hillary Clinton era fuerte entre los votantes negros.
Hickory, una ciudad tranquila de cerca de 40.000 habitantes, solía tener un fragante olor a laca de madera. A finales de los 90 era una ciudad en auge. La competencia extranjera desplazó a la industria local de la confección, pero la de los muebles prosperó.
Los fabricantes de muebles pensaron que estaban relativamente a salvo de las importaciones porque sus productos eran voluminosos, costosos para el envío de larga distancia y a menudo involucraban trabajo artesanal. Pero luego cayeron los costos del transporte, y muchos estadounidenses optaron por los bajos precios por encima de todo lo demás.
El empleo manufacturero en el condado de Catawba y sus alrededores cayó de 79.000 en 2000 a 38.000 en 2014. Casi la mitad de la caída fue causada por la pérdida de trabajos en la industria del mueble.
El año pasado, las importaciones totales de muebles y accesorios procedentes de China por parte de EE.UU. alcanzaron los US$20.400 millones, frente a US$4.400 millones de 2000, según cálculos de la Oficina del Censo. Entre los estados especialmente afectados se encuentran Carolina del Norte, Virginia, Tennessee, Iowa y Wisconsin.
EE.UU. importa hoy el 73,5% de todos los muebles que consume, dice Jerry Epperson, un analista del banco de inversiones Mann, Armistead & Epperson Ltd. en Richmond, Virginia. Más de la mitad de ese porcentaje procede de China.
 
“Estábamos todos bastante sorprendidos por la velocidad” del cambio, dice Alex Bernhardt Jr., presidente ejecutivo de Bernhardt Furniture Co., un fabricante de propiedad familiar con sede en Lenoir, Carolina del Norte, a unos 30 kilómetros de Hickory.
Bernhardt y otros fabricantes de muebles dicen que sin darse cuenta ayudaron a China cuando enviaron técnicos para ofrecer orientación. Otros fabricantes de muebles enviaron también herramientas, piezas e instrucciones para la fabricación, completamente en máquinas, de muebles con intrincados diseños.
Alex Shuford, de 42 años, es el presidente ejecutivo de la empresa familiar RHF Inc., propietaria de Century Furniture, en Hickory. La ayuda estadounidense a los fabricantes chinos, dice, “fue como si Ford hubiera ayudado a Toyota”.
Century y Bernhardt sobrevivieron gracias a que se concentraron en hacer muebles a pedido, en especial tapizados, para consumidores de EE.UU. Bernhardt ahora cuenta con 1.600 empleados en Carolina del Norte, frente a 2.800 que tenía en 2000, mientras que Century redujo los 1.323 trabajadores que empleaba en el estado en 2003 a 845 hoy.
Las políticas del gobierno para hacer frente a las importaciones chinas fallaron, incluyendo esfuerzos para cobrar derechos de importación. En 2004, una coalición de fabricantes de muebles ganó un caso comercial contra China y recaudó US$309 millones en aranceles.
Stanley Furniture Co. , de High Point, Carolina del Norte, recibió la mayor tajada, que ascendió a US$83,5 millones. Pero al año pasado sólo tenía 71 trabajadores, en comparación con 2.600 en la década anterior. Stanley invirtió fuertemente en una línea de muebles para niños hecha en EE.UU., pero fracasó.
Alex Shuford III, presidente de Century Furniture. 
Alex Shuford III, presidente de Century Furniture. Photo: Mike Belleme for The Wall Street Journal
“Invertimos millones en el esfuerzo por salvar puestos de trabajo”, dice el presidente de la empresa, Glenn Prillaman.
Stuart Shoun, el maquinista de Hickory, dice que en 1977, cuando se mudó de Mountain City, Tennessee, a Hickory, era un “hillbilly” (algo así como pueblerino) de 20 años en busca de un trabajo estable. Las rutas que conducían a los trabajos en Hickory eran llamadas Hillbilly Highway, algo así como la Autopista de los Pueblerinos.
Cuando llegaron los despidos, a Shoun le sorprendió ver que algunos de sus compañeros despedidos le pedían ayuda con las instrucciones para los formularios de ayuda porque no sabían ni leer ni escribir. “¿Cómo podían siquiera llenar las solicitudes [de trabajo]?”, recuerda haber pensado.
Más tarde fue contratado para dirigir una fábrica de muebles en China, con un salario de cerca de US$100.000, casi el doble de lo que ganaba antes. “La oferta decía: ‘Usted tal vez quiera irse de Carolina del Norte a China, porque allí es adónde va la industria’”, dice. Pero no quiso dejar a su familia y rechazó el puesto.
Durante las oleadas de importaciones anteriores, ciudades y trabajadores de EE.UU. se reinventaron. En la década de los 80, Detroit se recuperó de la competencia japonesa cuando el fabricante de automóviles Chrysler, bajo el liderazgo de Lee Iacocca, emergió como símbolo del renacimiento americano. Chrysler es ahora parte de Fiat Chrysler Automobiles NV.
Hoy los trabajadores despedidos se ajustan más lentamente al impacto de China. En Hickory y en todo EE.UU. hay menos gente dispuesta a desarraigarse para seguir oportunidades de trabajo en otras partes del país, según datos migratorios. Entre los motivos para no mudarse de ciudad, los economistas citan el aumento de familias con dos ingresos, el envejecimiento de la población, la crisis habitacional y el aumento del costo de la vivienda en lugares como San Francisco y Austin, Texas.
Los esfuerzos del gobierno para ayudar a los trabajadores despedidos no han ayudado mucho. El programa formal de Washington para reentrenar a los trabajadores golpeados por la competencia de las importaciones paga por dos años de matrícula universitaria y extiende los pagos de seguro de desempleo.
Una evaluación que el Departamento de Trabajo encargó en 2012 halló que los participantes en ese programa, especialmente los mayores de 50 años, por lo general ganan menos cuatro años después de haber comenzado el programa que los que no lo comenzaron nunca. Estos últimos volvieron a trabajar con mayor rapidez.
Shuford, el presidente ejecutivo de Century, llama a este programa “una curita para una economía que tiene cortada una arteria”.
En Hickory, los trabajadores despedidos fueron a las universidades locales [que también dan títulos vocacionales después de dos años de estudio, y que son consideradas de menos jerarquía que un programa universitario de cuatro años], pero a menudo no pudieron conseguir empleo luego de graduarse. Tras perder su puesto en 2006, Shoun pensó que aprender diseño arquitectónico le ayudaría a conseguir un mejor trabajo. Pero cuando egresó en 2008, el mercado de vivienda se estaba derrumbando, así que volvió al negocio de los muebles.
Un gabinete de aserradoras en la fábrica de Century Furniture en Hickory.  
Un gabinete de aserradoras en la fábrica de Century Furniture en Hickory. Photo: Mike Belleme for The Wall Street Journal
Su ex esposa, Michelle Surratt, que apenas terminó la escuela primaria, perdió su trabajo en 2006 y recurrió a la Asistencia de Ajuste del Comercio Internacional para obtener un diploma de educación secundaria, pero nunca tomó el examen de matemáticas requerido porque le tiene “miedo de los números”, dice. Surratt, de 58 años, gana US$9.69 por hora reparando tapizados. Hace unos 15 años ganaba cerca de US$1 más por hora como operadora de maquinaria en una fábrica.
Muchos trabajadores suponen que no están hechos para la universidad y recurren a un subsidio por discapacidad de la Seguridad Social después de haber trabajado años en una fábrica. Entre 2000 y 2013, el número de residentes del condado de Catawba con esos subsidios aumentó 86%, en comparación con un aumento del 61% en Carolina del Norte y 65% en todo EE.UU.
Anthony “Tony” Crawford, un tapicero, se lesionó una rodilla y la espalda cuando tropezó con marcos de madera apilados en el piso de una fábrica de muebles en 2009. Durante el auge de la industria, ganaba US$29 por hora y trabajaba horas extras. Hoy de 45 años, ahora vive con una fracción de sus antiguos ingresos. “Gané mi dinero con mis manos”, dice. “Volver a la escuela no era una opción”.
En años recientes, Hickory ha mostrado algunos signos de recuperación. La tasa de desempleo fue en junio de 5%, ligeramente superior al promedio nacional. Gran parte de la mejoría en la tasa de desempleo de Hickory se debe a la reducción de la fuerza laboral en alrededor de 25.000 puestos de trabajo, o 13%, desde 2001. Esto significa que hay menos gente para contar como desempleados.
Apple Inc., Google, de Alphabet Inc., y Facebook Inc. han establecido centros de datos en un tramo de la autopista nacional 321, antiguamente conocida como Furniture Row (algo así como El camino de los muebles). Pero estas plantas no emplean a mucha gente. Bed, Bath & Beyond Inc. tiene un centro de datos de 4.500 metros cuadrados con 10 trabajadores.
Frente a la escasez de mano de obra especializada, Bernhardt hace publicidad en los cines pidiendo tapiceros y ofrece bonos de US$1.000 para hacer más atractivo el empleo.
Autor, el economista del MIT, dice que ahora que los salarios en China están en alza y que la producción ha empezado a trasladarse a países de costos más bajos, como Vietnam, lo peor probablemente ya ha pasado. Pero esto es poco consuelo para las víctimas de la industria de los muebles de Hickory. Pocos de ellos podrán recuperar el terreno económico que perdieron.
“Todo lo que oíamos era China, China, China”, dice Lonnie Joiner, ex jefe de Shoun. “Yo culpaba a las grandes corporaciones y a su codicia”.
Joiner dice que apoya a Trump, quien ganó su simpatía con “honestidad cruda y descaro” y con sus duras palabras sobre el comercio internacional.

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