sábado, 27 de agosto de 2016

Interesante artículo de Jon Lee Anderson sobre Henry Kissinger, a propósito de los documentos recientemente desclasificados sobre su apoyo a la última dictadura argentina

Henry_Kissinger

 

Henry Kissinger: ¿Tendrá conciencia?


Documentos recientemente revelados sobre el papel desempeñado por Henry Kissinger durante la Guerra Sucia Argentina.

Cuando en marzo pasado el Presidente Obama viajó a la Argentina para reunirse con el nuevo Presidente, Mauricio Macri, todas sus apariciones públicas fueron tenazmente protestadas por grupos anti-norteamericanos que ruidosamente exigían explicaciones y solicitudes de disculpas de parte de los EEUU por sus políticas, pasadas y presentes. Son pocos los países del mundo occidental donde el antiamericanismo se expresa tan fuerte como en la Argentina, país en el cual existe una cultura tan politizada en la cual todos los problemas por los que atraviesa el país son producto, según dicen ellos, de los EEUU. Especialmente del lado de la izquierda, hay un resentimiento persistente por el apoyo que le dio el gobierno de los EEUU a los militares de derecha de la Argentina cuando estos tomaron el poder en marzo de 1976 y lanzaron una “Guerra Sucia” contra la izquierda que le causó miles de vidas durante los siguientes siete años.
La visita de Obama coincidió con el cuadragésimo aniversario de aquel golpe militar. Y se preocupó por rendirle homenaje a las víctimas de aquella “Guerra Sucia” al visitar el mural construido en su honor en las cercanías de Buenos Aires. En el mensaje que ofreció en dicho monumento, Obama reconoció lo que los norteamericanos caracterizan como “pecados de omisión”, pero evitó ofrecer una disculpa clara. “Las democracias deben tener el coraje suficiente como para reconocer cuando no somos capaces de exteriorizar en nuestra forma de vida todo lo que realmente defendemos. Y debo reconocer que estuvimos muy lentos en salir a hablar en defensa de los derechos humanos, porque esto es lo que realmente sucedió en este caso.”
Previo al inicio del viaje de Obama, Susan Rice, asesora del Presidente en materia de seguridad nacional, había anunciado que era la intención de la Administración Obama desclasificar miles de documentos en poder de las FFAA de los EEUU y su inteligencia relacionados con el tumultuoso período de la Argentina. Esto fue indudablemente un gesto de buena voluntad por parte de Obama en su esfuerzo por modificar la dinámica de las relaciones de los EEUU con América Latina -como expresó durante su visita a la Habana que realizó en ese mismo viaje: “enterrar para siempre los últimos vestigios de aquella Guerra Fría”.
Es así que la semana pasada se un primer lote de documentos desclasificados. Dichos documentos revelaron que la Casa Blanca y oficiales del Departamento de Estado de los EEUU estaban absolutamente informados de la naturaleza sangrienta aplicada por los militares de la Argentina, y que además muchos de los que se enteraron de todo esto se habían horrorizado. Mientras que otros, sobre todo en el caso de Henry Kissinger, no los sorprendió. Es así que en 1978 en un cable enviado por el Embajador en los EEUU, Raúl Castro, mencionó una visita de Kissinger a Buenos Aires, en calidad de invitado del dictador Jorge Rafael Videla para presenciar la Copa Mundial de Fútbol. En dicho cable Castro escribió: “Mi principal preocupación es que Kissinger repitió varias veces su satisfacción por la acción desarrollada por la Argentina en pro de aniquilar el terrorismo y que este reconocimiento tal vez haya calado muy profundamente en el pensamiento de quienes lo habían invitado”. Y además el Embajador Castro agregó, con cierto temor, “Existiría un cierto grado de peligro de que los Argentinos puedan utilizar estas declaraciones laudatorias emitidas por Kissinger como justificativo para endurecer aún más su posición con respecto a los derechos humanos”.
Las últimas revelaciones componen un retrato de Kissinger que lo mostraría como un implacable animador, o más bien un activo conspirador de los regímenes militares latinoamericanos que participaban en crímenes de guerra. Conforme con la evidencia que surge de las primeras desclasificaciones de documentos entregada durante la Administración
Clinton, a Kissinger se lo mostraba no ya como un sujeto que estaba al tanto de todo lo que hacían los militares sino que los apoyaba activamente. Dos días después del golpe argentino, Kissinger fue puesto sobre aviso por su Subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, William Rogers, quien le advirtió: “Pienso que tendremos que esperar un grado de represión bastante alto, probablemente una gran cantidad de derramamiento de sangre en la Argentina dentro de muy poco tiempo. Pienso que van a aplicar mano muy dura no ya para con los terroristas sino también con los disidentes gremiales y partidos políticos”. A lo que Kissinger le contestó: “Entonces tendremos que apoyarlos en todas las posibilidades con que cuenten… porque realmente los quiero apoyar. No deseo aparecer como que los EEUU los estén acosando…”
Bajo la dirección de Kissinger, es indudable que ellos no fueron acosados. Inmediatamente después del golpe, Kissinger le hizo llegar a los generales su apoyo y además, reforzó su mensaje emitiendo un paquete de asistencia de los EEUU en materia de seguridad. Dos meses más tarde, durante una reunión con el ministro de RREE de Argentina, Kissinger le recomendó -guiño de ojo mediante- según un memorándum que escribió respecto a esta conversación, “Nosotros sabemos que Uds. están atravesando por un período difícil. Resulta un tiempo curioso toda vez que se juntan actividades terroristas, criminales y políticas, sin una separación clara entre sí. Comprendemos que deben ustedes adoptar una posición de autoridad bien clara… Si existiesen cosas que deben ser hechas, deberán ustedes hacerla rápidamente.”
Las fuerzas militares de la Argentina habían lanzado su golpe para poder ampliar e institucionalizar una guerra que ya se había declarado contra las guerrillas de izquierda y sus simpatizantes. La campaña iniciada se llamó Proceso de Reorganización Nacional, o simplemente “el proceso”. Durante esta Guerra Sucia, como fue dada en llamarse, tanto como unas treinta mil personas fueron secuestradas en secreto, torturadas y ejecutadas por las fuerzas de seguridad. Cientos de sospechosos fueron sepultados anónimamente en sepulturas sin identificar, mientras varios miles fueron drogados, desnudados, cargados en aviones militares y arrojados al mar desde el aire cuando aun estaban con vida. El término de “los desparecidos” fue uno de los tantos adjetivos con los que Argentina contribuyó al léxico global.
A la fecha del golpe militar, Gerald Ford había asumido como presidente interino de los EEUU, y Henry Kissinger ocupaba dos cargos: el de Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional, como lo había sido durante la presidencia de Nixon. Inmediatamente después del golpe, por recomendación de Kissinger, el Congreso de EEUU aprobó una solicitud de 50 millones de dólares de ayuda en seguridad para la junta militar; esta cantidad fue, además, reforzada hacia fines de es año por otros treinta millones de dólares. También se aprobaron ventas por valor de cientos de millones de dólares para la compra de aviones y programas de entrenamiento militar. En 1978,apenas un año después de iniciada la presidencia de Jimmy Carter, la creciente preocupación por la violación de los derechos humanos logró que se pusiera fin a la ayuda de los EEUU. De ahí en más, la nueva Administración norteamericana buscó todas las formas para poner fin a la ayuda financiera internacional que se le estuvo brindando a la Junta. A comienzos de 1981,con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, sin embargo, se levantaron las restricciones previas.
De hecho, no se han producido ningún tipo de consecuencias legales par Kissinger por sus actividades en Chile, donde unas tres mil personas fueron asesinadas por lo matones de Pinochet, como tampoco por los asesinatos en Vietnam y Camboya, donde Kissinger fue el responsable de haber ordenado los bombardeos masivos en gran escala que costaron las vidas de incontables civiles. Uno de los más archicríticos de Kissinger, Christopher Hitchens, redacto en 2001 una pedido de procesamiento contra Kissinger, tan largo como un libro, en el cual solicitaba que Henry Kissinger “fuese llevado a juicio por crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y por ofensas contra las leyes comunes y/o leyes internacionales, incluyendo la de conspiración para cometer asesinatos, secuestros y torturas”.
Mientras en la Argentina se desarrollaba la Guerra Sucia, por supuesto que los generales negaban absolutamente todos los rumores de los sucesos. Cuando se los cuestionaba sobre los “desaparecidos” el jefe del golpe, General Videla, siempre respondía con una vaguedad escalofriante: “Los desaparecidos, son simplemente eso: desaparecidos. No están ni vivos ni muertos. Están desaparecidos”. Pero había otros militares que simplemente daban a entender que las personas desaparecidas muy probablemente estaban escondidos, ocupados en realizar actividades terroristas. En realidad, la gran mayoría de ellos estaban siendo torturados en prisiones secretas regenteadas por empleados a sueldo de los militares, para después, con gran frecuencia, ser ejecutados. Tal como sucedió en Alemania durante el Holocausto, la mayoría de los Argentinos comprendieron lo que estaba sucediendo, pero guardaron silencio, ya sea porque los guió una especie de espíritu de complicidad, o por temor. Se impuso de esta manera una frase adoptada por los Argentinos que fueron testigo de vecinos arrastrados fuera de sus hogares por hombres de civil, que jamás regresarían: “Algo habrán hecho -seguro que hicieron algo” fue la frase que se acuñó y repitió invariablemente.
Son reiteradas las evidencias que hemos analizado respecto de la sangre fría demostrada por Kissinger. Parte de ella ha sido calificada como de una inexplicable como también chocante cualidad. En muchas de las opiniones de Kissinger se nota un machismo fanfarrón. Quizá podría ser explicado si a él nunca se le hubiese permitido ejercer poder, como -hasta ahora- muestra el candidato presidencial Donald Trump, gratuitamente ofensivo. Somos conscientes que Kissinger es entre los parias el que más tiempo ha perdurado y más icónico en la historia moderna de los Estados Unidos de entre una larga lista de hombres que inspiraron el miedo y el desprecio por la inmoralidad en sus servicios prestados, que sin embargo han sido protegidos por el establishment político. Nos vienen a la memoria nombres como el de William Tecumseh Sherman, Curtis LeMay, Robert McNamara y -más recientemente- Donald Rumsfeld.
En el notable documental de Errol Morris de 2003, “Las Nieblas de las Guerras”, tuvimos la ocasión de ver a un McNamara, ya octogenario hombre atormentado que intentaba -sin éxito- superar la enorme y pesada mochila que acarreaba en su conciencia por sus acciones como secretario de defensa de los EEUU durante la guerra de Vietnam. McNamara había escrito recientemente sus memorias en las que intentó hacerlas pasar como su legado. Por entonces un periodista de nombre Stephen Talbot entrevistó a McNamara y posteriormente también se aseguró una entrevista con Kissinger. Posteriormente a su primera entrevista con Kissinger, Talbor escribió: “Le dije que recientemente lo había entrevistado a Robert McNamara en Washington, y de este modo logré que me prestase atención. Cesó en su intento de fastidiarme y pasó a hacer algo realmente extraordinario. Comenzó a lloriquear. Pero no, no eran lágrimas verdaderas. Y ante mis ojos, Henry Kissinger estaba actuando. “buaahh, buaahh”, comenzó Kissinger a pretender estar llorando y restregándose sus ojos. Para inmediatamente espetarme ‘seguramente comenzó a golpearse el pecho, verdad? Todavía sintiéndose culpable!
Sus palabras eran burlonas, expresándose en una voz simulando un canturreo y señalándose el corazón como para ponerle mayor énfasis”.
McNamara falleció en 2009, a la misma edad que tiene hoy Kissinger -noventa y tres años- aunque su tardía lucha pública con su conciencia le ayudó a alivianar en parte su oscura reputación. Ahora, cuando su vida está llegando a su fin, Kissinger seguramente estará preguntándose sobre cual habrá de ser su legado. Como mínimo calculará que su indiscutible apoyo al proyecto Americano para imponer al país como una súper-potencia, sin importar el costo en vidas humanas, ocupará gran parte de su legado. A diferencia de McNamara, cuyo intento por obtener un reconocimiento moral, algo que Kissinger despreciaba, Kissinger en modo alguno ha demostrado tener nada que se pueda parecer a “conciencia”. Y es precisamente por este motivo que, es muy posible que la historia llegue -algún día- a absolverlo, por lo menos con facilidad.

Jon Lee Anderson

* El autor de esta nota, Jon Lee Anderson, forma parte del equipo de columnistas de The New Yorker desde 1998.

* Traducción de Irene Stancanelli para el Informador Público.

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