Las lógicas del poder,
que se transforman aparencialmente de acuerdo a las situaciones y
circunstancias históricas, adoptan formas imperiales, como las que se
expresan con los procesos de militarización, pero también formas consensuales para imponer sus reglas del juego. Los acuerdos
aprobados en la OMC, las reglas legitimadas del FMI, las disposiciones
perversas de los tratados de libre comercio e incluso las reglas de las
democracias formales que padecemos son algunas de las más destacadas
formas de establecimiento consensual de las relaciones de dominación. El
imperialismo es una de las formas que asume la dominación, pero no es
la única. Con la desaparición del imperialismo no se resuelve la
dominación que abarca dimensiones tan complejas como las de las
relaciones de género, de cultura, de lengua, de especie y muchas otras
que ocurren en las prácticas relacionales en los micro y macroniveles.
Como estudiosos de los fenómenos económicos y sociopolíticos
contemporáneos, como pensadores críticos y actores políticos, estamos
obligados a ser muy precisos y desentrañar la sustancia oculta de éstos
sin simplificaciones abusivas que en vez de contribuir a una buena
comprensión y al diseño de estrategias de lucha inteligentes, nos lleven
a enfrentamientos de conjunto, incapaces de penetrar por las
porosidades del poder.
En la lucha de los pueblos americanos el
problema no se terminaría aboliendo las relaciones de explotación,
aunque seguramente es un punto fundamental, sino que tenemos que
enfrentar simultáneamente problemas de clase, de discriminación racial,
de género y muchos otros que tienen que ver con la difícil conformación
de una socialidad impuesta, contradictoria y resistida. La colonización
no sólo se realizó en la esfera del trabajo o de la producción, aunque
también, sino que se enfocó centralmente a los cambios de mentalidad, a
la extirpación cultural e histórica de los pueblos mesoamericanos,
caribeños y andinos, a la conquista de las mentes.
La esencia
de las relaciones sociales, de las relaciones entre sujetos que no están
establecidos o conformados de una vez y para siempre, no emanan naturalmente
de las estructuras. Los sujetos se construyen a sí mismos en el proceso
social, en la lucha, en la resistencia y a través de esa lucha es que
se van modificando también las formas y modalidades de la dominación.
No sería posible explicar de otro modo la tónica militarista que invade
las escenas de la “libertad de mercado” impulsadas por el
neoliberalismo como mecanismo privilegiado de reordenamiento social. No
hay más libre mercado, si es que lo hubo. Las normatividades que se van
estableciendo universalmente por la vía de los tratados económicos y de
las negociaciones en organismos internacionales como la OMC, no
propician la libertad sino la imposición, pero además se acompañan, cada
vez más, de medidas de control militar y militarizado ahí donde el
rechazo de la población se manifiesta de forma organizada y/o masiva.
La modalidad militarizada del capitalismo de nuestros días juega con mecanismos de involucramiento generalizado y aborda
científicamente
[1] la dimensión simbólica y de creación de sentidos que permite
construir un imaginario social sustentado en la existencia de un enemigo
siempre acechante y legitimar la visión guerrera de las relaciones
sociales y las políticas que la acompañan (Ceceña, 2004). Esto supone
que la militarización de las relaciones sociales es un fenómeno complejo
que no se restringe a las situaciones de guerra abierta sino que
incluye acciones de contrainsurgencia muy diversas, que comprenden el
manejo de imaginarios, todos los trabajos de inteligencia, el control de
fronteras, la creación de bancos de información de datos personales, la
introducción de nuevas funciones y estilos en las policías ocupadas de
la seguridad interna, e incluso la modificación del estatuto de la
seguridad en el conjunto de responsabilidades y derechos de los Estados.
Caracterizar el momento actual sobre la base de la
militarización de las visiones y estrategias hegemónicas no descarta la
identificación de la guerra, de la sustancia de la guerra, como un
elemento inmanente, consustancial, a las relaciones capitalistas. Pero
si bien la guerra es sólo otra forma de entender la competencia,
históricamente se van modificando los énfasis o los terrenos en los
cuales se desatan las estrategias de clase, en este caso de la clase
dominante, y en que se configuran las diferentes modalidades o momentos
en las relaciones de dominación. Hace algunos años nadie hablaba del
militarismo como elemento dominante y sin embargo estábamos en este
mismo sistema. Se hablaba del neoliberalismo, del mercado, de que el eje
ordenador de la sociedad eran las relaciones de mercado y que era a
través de estas relaciones de mercado como se disciplinaba y como se
concebía a la sociedad en su conjunto.
Hoy eso nos es
insuficiente para entenderla, pero también le es insuficiente al poder
para reorganizarla y controlarla; entre otras cosas porque es una
sociedad que se mueve tanto, que se insubordina tanto, que no permitió
que el mercado la disciplinara, obligando a los poderosos a usar otro
tipo de herramientas. No quiere decir que el mercado desaparezca como
disciplinador, quiere decir que la dimensión militar se sobrepone al
mercado desplazándolo de su carácter de eje ordenador, que la visión del
mundo adopta un contenido particularmente militarizado, y que es a
partir de la visión militar que la totalidad no sólo se reordena sino
que cobra un nuevo sentido.
La hegemonía consiste en
universalizar una visión del mundo, pero la universalización se hace de
muchas maneras. A través de imágenes, a través de imposiciones, de
discursos, de prácticas.
Con respecto a la militarización de los
últimos tiempos la batalla más importante la están ganando los
poderosos en el terreno cultural, a través de una serie de mecanismos
entre los cuales destacan los medios de comunicación. Están ganando la
batalla en la medida en que logran convencer de que el mundo es un lugar
de competencia, de disputa, en el que tenemos que batirnos unos con
otros para ocupar nuestro espacio, por lo demás, siempre incierto.
Tenemos que competir entre nosotros por un empleo, por los planes de
desempleo, por la seguridad social. Batirnos a muerte por ser incluidos
en el reino de los explotados y precarizados, como si esa fuera nuestra
utopía de mundo para el futuro.
Esa batalla cultural es una
batalla por la construcción de sentido, no es de colocación de bases
militares. La militarización se está metiendo en las cabezas y no
solamente en las bases militares. Se está metiendo en las leyes,
antiterroristas o simplemente de control de movimientos como son los
regímenes de tolerancia cero que nos convierten a todos en sospechosos.
Percibo que en términos de los paradigmas de militarización para
América hay una construcción de capas envolventes en las cuales se van
abarcando diferentes dimensiones de establecimiento de relaciones de
sometimiento. Entre esas capas envolventes se encuentran, como círculos
concéntricos, los cambios de normatividad, el establecimiento de normas
continentales para la seguridad interna, el cuidado de las fronteras,
los ejercicios militares en tierra, los ejercicios en los ríos y canales
de internación en los territorios, el establecimiento de una red
continental de bases militares y los ejercicios navales que permiten
circundar todo el continente, estableciendo una última frontera, más
allá de las jurisdicciones nacionales.
Desde Irak hasta la
Patagonia, los poderosos han puesto especial cuidado hoy en construir
una legalidad que justifique sus acciones de intromisión. Ante una
legitimidad fuertemente cuestionada se generalizan las leyes
antiterroristas que tienden a crear, por un lado, una complicidad entre
todos los Estados y por esa vía van imponiendo políticas y juridicidades
supranacionales y, por el otro, una paradójica situación similar a la
de un estado de excepción permanente en el que todos los ciudadanos
serán rigurosamente vigilados porque todos son sospechosos, aunque
todavía no se sepa ni siquiera de qué. Generalmente de pretenderse
sujetos. El derecho se coloca al servicio de la impunidad aunque se
reivindique democrático y los cuerpos de seguridad empiezan a construir
el panóptico que vigila desde todos los ángulos: con cámaras de video en
los bancos, en los semáforos, en las calles transitadas; que permite la
intercepción telefónica en casos que así lo ameriten; que permite la
tortura cuando se trata de detenidos catalogados como terroristas sin
ningún juicio previo, y que admite la detención de cualquier ciudadano
sin orden de aprehensión previa, simplemente para investigar. Es decir,
se trata de imponer la cultura del miedo en una población que no podrá
saber previamente a la detención si era sospechosa de algo, como medio
para paralizar y disuadir de conductas terroristas, insurgentes o
tímidamente disidentes. Los delincuentes comunes tienen construida toda
otra red de relaciones que sólo casualmente son tratados de acuerdo a
estas mismas normas.
Como parte del panóptico y nuevamente como
otra de las paradojas de los discursos del poder, al lado de la
pregonada libertad de tránsito para las mercancías, las inversiones y
los cuerpos de seguridad, se ha ido restringiendo cada vez más el libre
tránsito de personas. Los mejores y más trágicos ejemplos son las
fronteras impuestas al pueblo palestino en su propia tierra y los muros
de contención a migrantes desesperados en la frontera entre México y
Estados Unidos y en el sur de España, no obstante, las fronteras no
siempre se cierran de manera tan visible y evidente. Mucho más sutil
pero quizá más peligroso por la amplitud y alcances que puede llegar a
tener es el control de inteligencia que hoy utiliza los adelantos de la
tecnología para aprovechar el tránsito a través de las fronteras como
mecanismo de seguimiento personalizado. El panóptico se materializa en
las nuevas fotografías que incluyen los pasaportes, con reconocimiento
de iris o con otro tipo de identificación biogenética que inmediatamente
incorporan los movimientos de la persona a un banco de datos
centralizado en Estados Unidos y que está a disposición de los servicios
migratorios de la región (en el caso nuestro del Continente americano)
como en otro momento y con menos recursos tecnológicos ya se hizo con el
Plan Cóndor. Hoy, las revelaciones de Edward Snowden sólo confirman lo
que evidentemente ocurre desde tiempo atrás.
La eficacia
macabra con la que el Cóndor desarticuló los movimientos sociales en los
años de las dictaduras militares en América del Sur tiene hoy
posibilidades multiplicadas al poder usar tecnologías que son a la vez
mucho más precisas y mucho más abarcantes; sin embargo tiene en contra,
evidentemente, el aprendizaje de los pueblos y su capacidad de lucha y
resistencia.
Este control de fronteras y la imposición de leyes
con implicancias supranacionales, combinado con la dilución de los
límites internacionales, convierten en una ilusión las soberanías
nacionales. La pretensión de privatizar las aduanas de México, los
tratados transfronterizos para la gestión de recursos naturales que caen
bajo la jurisdicción de más de un Estado y que están permitiendo evadir
leyes nacionales, por ejemplo, son mecanismos de conculcación de
soberanía. En el acuífero Guaraní, por citar un caso muy delicado y
relevante, la negociación se hace entre los cuatro países implicados y
con la intervención de Estados Unidos (en el esquema del cuatro más uno)
mediante el apoyo experto del Banco Mundial. Lo mismo ocurre con
selvas, oleoductos u otros recursos que pasan a ser tratados ya sea como
novedosos y por tanto no contemplados en las legislaciones nacionales,
ya sea como problemas de “seguridad nacional”. Y en este continente se
sabe que seguridad nacional es seguridad de Estados Unidos en el
territorio que no es de Estados Unidos, o no sólo en territorio que es
de Estados Unidos. Las fronteras, que hasta ahora eran custodiadas por
las fuerzas garantes de la seguridad interna en la vieja acepción, hoy
se han convertido en zonas de seguridad estratégica custodiadas cada vez
más por los cuerpos de seguridad del gendarme mundial.
En
diversos casos los ríos o lagos son los que marcan las fronteras. Pues
bien, estos son justamente los espacios privilegiados de localización de
los ejercicios militares conjuntos (con Estados Unidos, se entiende)
actualmente. Los ríos son un canal de penetración muy distinto al que se
estaba utilizando cuando se hacían los ejercicios directamente en
tierra y permiten además no sólo la utilización de fuerzas anfibias sino
la definición de actividades tanto en agua como en tierra, matando dos
pájaros de un tiro. En esta situación se encuentra la zona del río
Paraná, y en algún momento estuvo la del río Usumacinta, entre México y
Guatemala. Curiosamente, cuando se trata de ejercicios ribereños, es más
fácil evadir la aprobación de los Congresos de los países limítrofes
porque el río aparece como territorio relativamente neutro. Es como si
se estuviera ante una legislación ausente o vacía ya que se refiere a un
territorio fluido y no fijo.
Una de las capas envolventes más
importantes por su capacidad de influir en los modos de uso de los
territorios y en los modos de control de los sujetos críticos consiste
en la colocación de bases militares de Estados Unidos en puntos
seleccionados del continente con dos propósitos explícitos y evidentes:
garantizar el acceso a los recursos naturales estratégicos y contener,
disuadir y/o eliminar la resistencia ante las políticas hegemónicas y la
insurgencia abierta. Actualmente Estados Unidos cuenta con un sistema
de bases que ha logrado establecer dos áreas de control: 1. el círculo
formado por las islas del Caribe, el Golfo de México y Centroamérica,
que cubre los yacimientos petroleros más importantes de América Latina y
que se forma ya no solamente con las bases de Guantánamo, Reina
Beatriz, Hato Rey, Lampira, Roosevelt, Palmerola-Soto Cano y Comalapa,
como fue hasta 2009, sino que ahora incorpora las nuevas posiciones
convenidas con Colombia (7), Panamá (11) y Honduras (2), además de las
bases itinerantes, mucho más flexibles, ubicadas en los 43 buques de
guerra que Costa Rica ha permitido actuar en sus aguas territoriales
desde julio de 2010; 2. el círculo que rodea la cuenca amazónica bajando
desde Panamá, en el que el canal, las riquezas de la región y la
posición de entrada a América del Sur han sido esenciales, y que se
forma con las bases colombianas ya viejas (Larandia, Tres Esquinas, Caño
Limón, Marandúa y Riohacha), con las posiciones que comparten en Perú
(Iquitos, Pucallpa, Yurimaguas y Chiclayo), y con todas las nuevas de
Colombia y Panamá.
Algo que podría ser concebido como la última
frontera o la capa envolvente más externa, está conformada por los
ejercicios militares en los océanos Pacífico y Atlántico y en el Mar
Caribe: en todo lo que circunda a América Latina. Hasta ahora la
percepción que se tenía era la de ejercicios circunstanciales y
esporádicos y en parte por esa razón no se les ha concedido demasiada
importancia. Mucho menos se les ha considerado parte de la estrategia
continental de control. Sin embargo, se trata de ejercicios
sistemáticos, que permiten realizar un patrullaje constante alrededor de
América Latina y mantener ahí una presencia más o menos permanente. Son
ejercicios que tienen un carácter secuencial, evolutivo, y que marcan
en verdad un circuito de frontera que, por ser externa a las aguas
territoriales de los países correspondientes, queda a cargo, nuevamente,
del gendarme mundial a través de su IV flota.
Ahora bien,
estas capas envolventes, que atañen a América Latina en su conjunto, van
a estar focalizadas en tres áreas distintas en las que parecen atender a
tres estrategias diferenciadas. Esas tres subregiones se caracterizan
también por tres paradigmas distintos de dominación y sus diferencias
geopolíticas son muy claras. En los tres casos, por diferentes razones,
se trata de puntos estratégicos tanto por los recursos que albergan como
por su posición geográfica específica.
La primera región es la
constituida por Colombia y su área circundante. Yo destacaría dos
elementos en este caso, relacionados con la estrategia contrainsurgente y
de ocupación militar: 1. el experimento de la polarización, acompañado
de una sistemática ruptura de tejido comunitario, para valorar hasta
dónde es posible dominar, controlar e incluso hegemonizar a través de un
esquema de polarización exacerbada con sólo dos opciones, evidentemente
antagónicas, y 2. hasta dónde es posible, a partir de asentamientos o
de construcciones sociales como la colombiana, el control de la que
Estados Unidos considera la mayor amenaza hoy en el continente, que es
Venezuela, evaluando el carácter de las tensiones fronterizas que se
desarrollan y la capacidad de control de la insurgencia venezolana desde
Colombia.
La segunda subregión es la del Caribe y la cuenca del
Golfo de México, extendida hasta Venezuela. La estrategia regional en
esta zona avanza por dos líneas: la ocupación directa por un lado, y la
creación de acuerdos que propician la extraterritorialidad de Estados
Unidos, asumida por el Comando Conjunto mediante el establecimiento de
la jurisdicción del Comando Norte del ejército abarcando el área
Canadá-Estados Unidos-México completa, por el otro.
El enclave
paradigmático de ocupación directa en este momento se localiza en
Honduras, después de un golpe de estado, y en Haití, aunque,
evidentemente, con fuertes implicaciones para Cuba. Haití es un caso muy
importante porque es donde se está ensayando otra manera de establecer
la hegemonía a través de la complicidad casi obligatoria de todos los
ejércitos del continente, sin olvidar la de Francia, que asegura tener
ahí un conflicto de intereses. La ocupación de Haití, así sea por los
llamados cuerpos de paz, es una ocupación militar, impuesta. Todos
sabemos que la figura de cuerpos de paz fue creada como parte de los
mecanismos de penetración contrainsurgente de la USAID en los momentos
inmediatos posteriores a la Segunda guerra mundial. Aunque ahora esta
figura esté sancionada por la ONU, la conformación latinoamericana de
los ocupantes de Haití está involucrando una estrategia que hasta ahora
no había tenido éxito, y es que los países de América Latina todavía no
acaban de aceptar en las Conferencias Hemisféricas la construcción de la
fuerza militar hemisférica, como fuerza multinacional, porque saben el
riesgo que tiene en términos de pérdida de soberanía, y sin embargo en
los hechos ha sido puesta en funcionamiento a través de su participación
en Haití; son Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y Bolivia los que están
a cargo del disciplinamiento y la represión al pueblo haitiano, de la
destrucción de sus organizaciones políticas en razón de su supuesta
incapacidad para autogobernarse.
Después del terremoto de 2011
la ocupación militar de Haití cambió de carácter pues fue directamente
el Comando Sur quien se estableció en este territorio, subordinó a la
misión internacional de la ONU y tomó el control de las comunicaciones y
del funcionamiento interno del país, estableciendo un enclave militar
de primer nivel en el centro del Caribe.
La línea de la
extraterritorialidad que ha impulsado Estados Unidos avanza en el otro
costado del Golfo de México bajo el manto de un acuerdo, una alianza
, que construye como fronteras externas las que circundan el bloque
trinacional de América del Norte. Frontera externa compartida que debe
ser defendida en colaboración por los cuerpos de seguridad y fuerzas
armadas de los tres países cuyos territorios conforman el área de
seguridad interna. La Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América
del Norte (ASPAN), mediante un acuerdo ejecutivo no sometido a las
instancias de representación ni mucho menos a la sociedad en su
conjunto, ha entregado la soberanía, de manera voluntaria, a las fuerzas
del orden de Estados Unidos y abrió la puerta para implantar el Plan
México (Iniciativa Mérida), que combina y en cierto sentido supera al
Plan Colombia.
De este modo, el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) se amplía hacia la integración energética que
resolverá la crisis de Estados Unidos en este renglón y hacia la
integración de políticas y acciones de seguridad bajo los criterios
dictados por el Comando Conjunto de Estados Unidos que incluyen, entre
otras cosas, la misión de garantizar el acceso irrestricto a los
recursos considerados indispensables para la seguridad nacional (de
Estados Unidos, claro). Es decir, las riquezas de México quedan
legítimamente encadenadas a los intereses estratégicos estadounidenses,
además de la extensión de las medidas adoptadas después del 11 de
septiembre de 2001 en la Ley patriótica, referentes al combate a la
subversión, terrorismo y disidencia. La conculcación de derechos
ciudadanos a que se ha sometido al pueblo estadounidense se extiende al
tratamiento de los pueblos canadiense y mexicano.
Ahora bien,
desde una perspectiva geopolítica, poner a las fuerzas de seguridad
estadounidenses como custodia de las fronteras mexicanas no afecta
solamente a los mexicanos sino a toda la región caribeña y
centroamericana.
Con la ASPAN, la Iniciativa Mérida y la
ocupación de Haití; con el golpe en Honduras, las bases militares y los
patrullajes y ejercicios constantes en esta región se garantiza el
cuidado de las cuencas petrolíferas del Golfo de México y Venezuela; se
controlan los pasos más importantes de los migrantes y las drogas; se
mantiene bajo vigilancia los procesos cubano, venezolano y en general
del bloque del ALBA; y se sienta el precedente de los nuevos tratados de
integración que se intenta imponer en el continente y que han permitido
recientemente la creación de la Iniciativa de Seguridad del Caribe.
El otro eje del paradigma, el otro ensayo de estrategia, es el caso de
Paraguay. Corazón de una subregión que si bien ha sido escenario de
acción de dictaduras militares que se significaron por su creatividad
perversa en todo tipo de torturas y por ser máquinas implacables de
desaparición y muerte, hasta ahora sólo tenía la base de Mariscal
Estigarribia, con una pista de aterrizaje para tránsito pesado en el
centro de la zona hidrocarburífera (el Chaco). Los ejercicios conjuntos
en Paraguay han sido sistemáticos y hoy se complementan con la
instalación de una Base de Operaciones en la zona norte, concedida a
Estados Unidos.
El cono sur concentra una enorme porción del
agua dulce del planeta en sus abundantes ríos y lagos, en los acuíferos
subterráneos y en los glaciares del sur, además de minerales y otros
recursos valiosos como petróleo y gas, particularmente en Brasil,
Argentina y Bolivia. Es en este sentido de una importancia indudable.
El sobredimensionamiento de la presencia militar estadounidense en la
región amazónico-caribeña ocurrido en los últimos 5 años principalmente,
permitía prever que los próximos movimientos se harían hacia el sur,
intentando llenar los vacíos o escasos posicionamientos en la región
rioplatense.
Paraguay ha sido hasta ahora uno de los
principales puertos de entrada y es donde tienen ya sentadas algunas
posiciones importantes. Ha sido un país amigo y colaborador desde la
época del Plan Cóndor y era el lugar perfecto para empezar a voltear la
dinámica del sur. A pesar de la resistencia popular, que no ha cesado en
décadas, se perpetra un extraño golpe de estado en el que el Presidente
electo entrega el gobierno sin mayor dificultad.
Perú es el
otro punto con el que se logran tender algunos entramados que en
conjunto permiten un control bastante aceptable de la región. Después de
asumir funciones Ollanta Humala y después de un pequeño periodo de
espejismo de las izquierdas, la estrategia trazada previamente siguió su
curso y se ha ido permitiendo una nueva situación de dominio y
articulación continental a través de la Alianza del Pacífico, del nuevo
estilo del protagonismo colombiano con el presidente Santos y de la
complicidad de las oligarquías locales con los proyectos de Washington.
Hoy no está más el presidente Chávez en nuestro continente y las
amenazas hegemónicas se recrudecen. Se va creando un ambiente en el que
ya no va a ser sorprendente un golpe de estado más y en el que con toda
impunidad avanza el proyecto de los poderosos, sea mediante empresas
mineras y saqueadoras de las riquezas de Nuestra América, castigos
financieros, operativos de desestabilización, nuevas posiciones
militares, espionaje directo o mediante cualquier otro de los mecanismos
de ocupación conocidos o por conocer.
Sólo la resistencia de
los pueblos está poniendo freno al avasallamiento y ahí es donde es
necesario dar la pelea, que en este caso, es por la vida. Para nosotros,
pensadores críticos y luchadores sociales, esta coyuntura abre nuevos
retos y desafíos más profundos.
Nota:
[1] Así
como la introducción del taylorismo y fordismo supuso un estudio
cuidadoso de los procesos de trabajo y su transformación científica
con base en su desagregación en tiempos y movimientos, a la vez que
el ambiente y organización del trabajo era objeto de la aplicación de
dinámicas de estimulación y corresponsabilidad, recientemente los
estudios sobre sistemas complejos experimentan con estímulos al
comportamiento de colectivos diversos y los medios de comunicación
buscan las mejores alternativas para la creación de sentidos, no sólo
en términos de contenidos sino de imágenes y manejo de tiempos y
secuencias. Todo esto vinculado a los campos de control y
contrainsurgencia directamente generados por el Comando Conjunto de
Estados Unidos.
Ana Esther Ceceña. Coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica en el
Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México.