sábado, 5 de octubre de 2024

¿Donald Trump o Kamala Harris? Consecuencias para Nuestra América

 



¿Donald Trump o Kamala Harris? Consecuencias para Nuestra América

 Por Leandro Morgenfeld (Tektónikos, 5 de octubre 2023)

El próximo 5 de noviembre sabremos, de no mediar ningún conflicto electoral similar al de 2020, si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Kamala Harris, la actual vice, será la primera presidenta de Estados Unidos. En un mundo convulsionado, en el que emergen conflictos y se velan las armas, exploramos en este artículo qué puede esperar América Latina y el Caribe en caso de que gane uno u otra. Empecemos por repasar la política interamericana de Estados Unidos cuando fueron presidente (Trump, 2017-2021) y vicepresidenta (Harris, 2021-2024).

Trump y América Latina

Desde que asumió, en enero de 2017, Trump procuró, con una estrategia en parte distinta a la de sus antecesores, restablecer el poder de Estados Unidos en América Latina y el Caribe. Apeló más al hard que al soft power, reivindicó nuevamente la doctrina Monroe y optó por privilegiar los vínculos bilaterales, en detrimento de las instancias multilaterales. Para atacar a los países no alineados, en especial a Cuba y a Venezuela, el magnate neoyorquino buscó subordinar a los gobiernos neoliberales, que a su vez quedaron descolocados por su prédica proteccionista y crítica a la globalización neoliberal que impulsó Estados Unidos desde los años setenta del siglo pasado.

Más allá de su desdén hacia los latinos -blanco de su xenófobo discurso, que ahora refuerza todavía más- y las agresivas declaraciones contra Cuba y Venezuela, en sus primeros doce meses en la Casa Blanca Trump no había clarificado su política hacia América Latina y el Caribe. Con su discurso en Texas, el 1 de febrero de 2018, antes de su primera gira por la región, el entonces secretario de Estado Rex Tillerson propuso una reafirmación de la doctrina Monroe. En forma cínica, se refirió a las actitudes imperiales de China y Rusia, retomó la anacrónica retórica paternalista –que supone que Estados Unidos debe enseñarnos a construir sistemas políticos democráticos– y procuró comprometer a los gobiernos derechistas en su ataque contra los países bolivarianos: “América Latina no necesita nuevas potencias imperiales que solo pretenden beneficiarse a sí mismas. El modelo de desarrollo con dirección estatal de China es un resabio del pasado. No tiene que ser el futuro de este hemisferio. La presencia cada vez mayor de Rusia en la región también es alarmante, pues sigue vendiendo armas y equipos militares a regímenes hostiles que no comparten ni respetan valores democráticos”.

Tras su extenso discurso, en una sesión de preguntas con académicos de esa universidad, el jefe de la diplomacia estadounidense reivindicó la doctrina que el exsecretario de Estado John Kerry había dado por muerta en 2013: “En ocasiones nos hemos olvidado de la doctrina Monroe y de lo que significó para el Hemisferio. Es tan relevante hoy como lo fue entonces”.

El anacrónico discurso de Tillerson, con un claro sesgo injerencista y paternalista, pudo tener acogida en los gobiernos ultraderechistas, como el de Bolsonaro, que tienen afinidad ideológica con ese discurso más propio de la guerra fría y que permanentemente esgrimen el modelo político y económico estadounidense como el que hay que imitar, pero no entre los pueblos, que rechazan la prédica y prácticas xenófobas y anti-latinas del trumpismo. Reafirma una tradición secular, pero a la vez le imprime un tono y un estilo que genera urticantes polémicas. Por ejemplo, cuando en una reunión con legisladores en la que discutía la reforma migratoria, el 12 de enero de 2018, Trump se refirió a El Salvador y Haití, además de otros países africanos, como “países de mierda”, esto produjo una crisis diplomática y quejas de múltiples políticos dentro y fuera de Estados Unidos.

En los meses siguientes, Trump debía concretar su primera visita a la región, pero volvió a imponerse lo imprevisto. Iba a asistir a la VIII Cumbre de las Américas (Lima, 13 y 14 de abril de 2018), pero solo tres días antes del inicio de la misma canceló su participación. Al mismo tiempo que en la capital peruana se realizaba la gala de recepción de los mandatarios participantes, Trump convocó a una conferencia de prensa en la que anunció que en ese momento estaba bombardeando Damasco, la capital siria.

Si en sus primeros meses al frente de la Casa Blanca Trump confirmó su afán disruptivo para el orden neoliberal, en su segundo año profundizó los conflictos: quebró la cumbre del G7 realizada en Canadá el 8 y 9 de junio, decidió la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, trasladó la embajada estadounidense de Israel a Jerusalén y aceleró la guerra comercial con China y la Unión Europea.

Tras el reemplazo de Tillerson por Mike Pompeo al frente del Departamento de Estado y el nombramiento de John Bolton como asesor de Seguridad Nacional, los halcones ganaron peso en la Casa Blanca y profundizaron la política agresiva e injerencista contra Venezuela, Cuba y Nicaragua.

En ese contexto crítico, alinearse con alguien como Trump pareció tener un costo para las derechas latinoamericanas. Enfrentado por mujeres, inmigrantes, afroamericanos, latinos, musulmanes, estudiantes, ecologistas, sindicatos, organismos de derechos humanos y la izquierda en Estados Unidos, tenía una pésima imagen en el exterior. En los primeros días de 2018, por ejemplo, tuvo que suspender la proyectada visita a Londres, ante la alternativa de tener que enfrentar masivas movilizaciones de repudio a su presencia, y se vio envuelto en un escándalo diplomático internacional cuando se filtraron sus insultos a inmigrantes de distintos países africanos y americanos.

En marzo de 2018 Trump anunció la suba de aranceles a las importaciones de acero (25%) y aluminio (10%), sentando un precedente para lo que podría derivar en una cada vez más probable guerra comercial a escala global (Krugman, 2018). El 6 de marzo renunció Gary Cohn como jefe de asesores económicos, privando a la Casa Blanca de un referente del establishment pro libre comercio, tras lo cual se profundizó la “guerra comercial” con China, con consecuencias económicas muy negativas para América Latina.

En los meses siguientes, la administración Trump avanzó en su ofensiva contra los gobiernos latinoamericanos no alineados. Ya como funcionario, en noviembre de 2018, Bolton planteó la existencia de un nuevo eje del mal, la troika de la tiranía o el triángulo del terror: Cuba, Venezuela y Nicaragua. En abril de 2019, la Administración Trump resolvió endurecer las sanciones contra estos países. Bolton anunció estas sanciones en un airado discurso en Miami, en el que calificó despectivamente a sus presidentes como “los tres chiflados del socialismo”. Hablándole a veteranos de guerra que combatieron en la invasión de la Bahía de Cochinos, Cuba, en 1961, para derrocar a Fidel Castro, señaló: “Bajo este Gobierno, no arrojamos salvavidas a dictadores: se los quitamos. (…) Hoy proclamamos con orgullo y en voz alta que la doctrina Monroe está viva y goza de buena salud” (Infobae, 17 de abril de 2019).

Entre muchas otras acciones de injerencia, Estados Unidos estuvo detrás del intento de golpe del 30 de abril de 2019 contra Venezuela, que no tiene nada que ver con defender la democracia, la libertad ni los derechos humanos, sino con controlar el petróleo y recuperar la hegemonía en su patio trasero, no solo en detrimento de la creciente influencia de China y Rusia, sino también de la coordinación y cooperación política que supo darse Nuestra América a principios del siglo XXI.

Biden-Kamala y la frustrada Cumbre de las Américas 2022 

Cuando asumieron, en enero de 2021, los demócratas Joe Biden y Kamala Harris imaginaron que la IX Cumbre de las Américas, que originalmente se iba a concretar en el primer cuatrimestre de ese año, sería el ámbito ideal para el relanzamiento de las relaciones con América Latina y el Caribe luego del rechazo regional cosechado por Trump. Sin embargo, el cónclave de Los Ángeles resultó en un fracaso político para la Casa Blanca. Nuestra América, en tanto, se encontró ante una nueva oportunidad para relanzar la coordinación política regional y unificar una estrategia emancipatoria, en el marco de la derrota electoral de gobiernos derechistas aliados a Washington.

Biden, como representante de la fracción globalista de la clase dominante estadounidense, asumió el intento –infructuoso– de revertir la crisis de hegemonía estadounidense. Desde el inicio de su gobierno procuró recomponer el alicaído multilateralismo unipolar, a diferencia de Trump, que había promovido el unilateralismo unipolar, desdeñando los ámbitos multilaterales como la ONU, la OEA o el G20. Por eso, ni bien asumió, el demócrata declaró pomposamente que “Estados Unidos estaba de vuelta”. La IX Cumbre de las Américas, insinuaba, sería el escenario perfecto para relanzar el vínculo con América Latina y el Caribe, así como lo había hecho Obama en la Cumbre de Trinidad y Tobago en 2009, pocos meses después de llegar a la Casa Blanca, luego del traspié que había significado el NO al ALCA en Mar del Plata cuatro años antes. Justamente, Biden se jactaba de haber visitado dieciséis veces la región durante sus ocho años como vice de Obama, a diferencia de Trump que no viajó al sur del Río Bravo en todo su mandato, salvo para la fugaz visita a Buenos Aires el 30 de noviembre de 2018, para asistir a la Cumbre presidencial del G20.

Sin embargo, la esperada reunión de Los Ángeles se concretó en un momento muy inoportuno para Estados Unidos, luego del bochornoso retiro de Afganistán en 2021, que implicó una humillación para el imperio tras dos décadas de ocupación de ese país (que se suma a la incapacidad de haber concretado la caída de los gobiernos de Venezuela y Siria, hostigados de todas las formas posibles). A la crisis global que profundizó la pandemia se le sumó la guerra en Ucrania, luego de que Rusia reaccionara ante la creciente presión de la OTAN y decidiera una intervención militar, el 24 de febrero de 2022. Esta coyuntura disparó los problemas económicos internos en Estados Unidos (la mayor inflación en 40 años obligó a la Reserva Federal a subir las tasas de interés, alentando un enfriamiento de la economía) y el acelerado deterioro de la imagen del gobierno demócrata, cuyo partido perdió el control de la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término de noviembre 2022.

Intentando un delicado equilibrio entre necesidades internas y externas, Biden cedió a las presiones del senador republicano Marco Rubio, del senador demócrata Bob Martínez y el entonces presidente del BID, el trumpista Mauricio Claver-Carone, y resolvió que solo invitaría a los líderes “elegidos democráticamente”, excluyendo a los mandatarios de Cuba (había vuelto a las Cumbres de las Américas en 2015), Venezuela (había sido excluida en la de Lima) y Nicaragua. El mantener la política de Trump de asediar a la llamada “troika del mal” desató un vendaval político en el continente y signó la suerte de la cumbre. Además, Estados Unidos, en términos económicos, no tiene casi nada para ofrecer a la región, frente a una China que avanza imparablemente como socio comercial, prestamista e inversionista en todo el continente. Washington pretende que los países latinoamericanos se le subordinen en su disputa global con Pekín y Moscú, pero, a diferencia de lo que ocurrió en los años noventa del siglo XX, ya no tiene ni un proyecto (el ALCA o luego el Tratado Transpacífico) ni el peso económico que ostentaba hace algunos años.

Cuando el 2 de mayo de 2022 el subsecretario de Estado Brian Nichols reiteró que los gobiernos que “no respetan la carta democrática” no serían invitados, se le plantó a Estados Unidos el entonces presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien tras visitar Cuba declaró que no viajaría a Los Ángeles si se imponían restricciones a la participación de países soberanos. Pronto lo secundaron los integrantes de la Comunidad del Caribe (CARICOM), el presidente boliviano Luis Arce y la presidenta hondureña Xiomara Castro. A partir de ese momento, y frente a la posibilidad de que la cumbre no se realizara, la Administración Biden se vio obligada a realizar intensas gestiones diplomáticas, incluidos los viajes de la primera dama Jill Biden (visitó Ecuador, Costa Rica y Panamá) y del exsenador Chris Dodd (asesor especial del presidente para la Cumbre), para evitar que el boicot la hiciera naufragar. Logró que Bolsonaro finalmente viajara –a cambio de una reunión bilateral con su par estadounidense– y comprometió la asistencia de Gabriel Boric y Alberto Fernández, quienes, si bien criticaron la decisión del Departamento de Estado, no se plegaron a AMLO. El 27 de mayo, en tanto, los jefes de Estado del ALBA-TCP –alianza creada en 2004 como proyecto alternativo al ALCA– se reunieron en La Habana para repudiar las exclusiones y enviar un mensaje a Estados Unidos.

Ante la ausencia de muchos mandatarios de la región (finalmente solo terminaron asistiendo 23 de 35, resultando la edición de la cumbre con más faltazos a nivel presidencial), la participación o no de Alberto Fernández cobraba especial relevancia. Si se unía a AMLO, a Luis Arce y a Xiomara Castro, quienes cumplieron su palabra y no viajaron a Los Ángeles, el golpe a la Cumbre hubiera sido letal (también faltaron, por otros motivos, los gobiernos derechistas de Guatemala y El Salvador, que eran fundamentales porque junto con México son claves para resolver la crisis migratoria que preocupa a la Casa Blanca). En los días previos, el presidente argentino subió el tono de las críticas a Estados Unidos. Sin embargo, tras el llamado telefónico de Biden y la promesa de una visita a la Casa Blanca, el presidente argentino anunció que asistiría a la Cumbre, rompiendo en los hechos la sintonía diplomática que se venía cultivando con México desde la formación del Grupo de Puebla y que fue importante, por ejemplo, para lograr la salida con vida de Evo Morales y Álvaro García Linera tras el golpe de Estado en Bolivia en 2019.

De todas maneras, y si bien viajó a Los Ángeles, el tono del discurso de Alberto Fernández, como presidente pro témpore de la CELAC, fue extremadamente duro. Señaló que el país anfitrión no podía ejercer el derecho de admisión, pidió reemplazar a Luis Almagro en la OEA por su apoyo al golpe contra Evo (“se ha utilizado a la OEA como un gendarme que facilitó un golpe de Estado en Bolivia”) y reclamó que la dirección del BID debía volver a manos de un latinoamericano. También llevó el reclamo por la soberanía de Malvinas: criticó que el logo de las Cumbre no las incluyera.

Las múltiples ausencias, más los discursos críticos –especialmente el del canciller mexicano, quién sí viajó a Los Ángeles–, el escrache contra el golpista Luis Almagro el martes 7 de junio –repudiado como “asesino”, “mentiroso” y “títere de Washington”–, la Cumbre de los Pueblos y la movilización callejera en contra de las exclusiones muestran que Estados Unidos ya no puede imponer su voluntad como antes. El problema es que falta desplegar una estrategia regional articulada y recuperar la iniciativa. La UNASUR, convaleciente luego del retiro de los gobiernos derechistas alineados con Estados Unidos durante la llamada restauración conservadora, y la CELAC podrían ser un ámbito para avanzar hacia una mayor coordinación política e integración regional.

El viernes 10 de junio, Biden cerraba el encuentro de presidentes con la firma de la Declaración de Los Ángeles y algunas limitadísimas promesas de ayuda económica para contener a los migrantes y ampliar a veinte mil los refugiados anuales que aceptará Estados Unidos. En realidad, hay una militarización de la problemática, ya que Estados Unidos pretende sumar a México y Colombia como aliados principales extra-OTAN, o sea, subordinarlos a la estrategia de Washington contra los otros polos de poder global. En el discurso oficial aparecieron las habituales apelaciones a la democracia, la seguridad hemisférica, el libre mercado, los derechos humanos y la inversión privada. Sin embargo, esta vez, Estados Unidos fracasó en imponer el dominio paternalista que se desprende de la doctrina Monroe.

El traspié no solo ocurrió a nivel gubernamental, sino que, por abajo, y en estrecha relación con las luchas que hicieron retroceder a los gobiernos neoliberales desde 2018, crece también la articulación de las resistencias, como se vio en la Contracumbre de los Pueblos realizada en Los Ángeles. En Ciudad de México, esa misma semana, miles de académicos y activistas se reunieron en la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales para pensar y debatir cómo construir ese otro mundo posible. El mismo día que cerraba el cónclave de mandatarios en Estados Unidos, más de cien mil personas colmaron el Zócalo de la capital azteca para escuchar al cubano Silvio Rodríguez, en el más que simbólico cierre del evento organizado por CLACSO. Como señaló Álvaro García Linera, en una entrevista desde México: “Hay, de América Latina hacia Estados Unidos, pérdida de miedo y hasta falta de respeto ante el poderoso. Se ha desvanecido la idolatría y sumisión voluntaria de las élites políticas hacia lo norteamericano. Era una especie de cadena mental que te amarraba a mover tu cabeza siempre diciendo sí a lo que decía Estados Unidos. Ahora no lo oyes. Te vas. No vienes. Dices lo que quieras. Los otros nos desprecian y nosotros les hemos perdido el respeto. México ha liderado este divorcio”. La anfitriona de ese evento masivo fue la entonces Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien justamente esta semana acaba de colmar el Zócalo, el 1 de octubre, cuando asumió como la primer presidenta en la historia de ese país, tras el sexenio de AMLO.

¿Qué prometen Trump y Kamala para América Latina?

Al igual que en 2016, Trump volvió a elegir estigmatizar a los inmigrantes indocumentados, sobre todo a los latinos, para la campaña electoral. Promete llevar adelante la deportación más grande de la historia y blindar la frontera con México. Forzó a los senadores republicanos para que rechazaran un acuerdo fronterizo bipartidista al que se había llegado a principios de este año, optando por defender sus propuestas de línea dura. Su candidato a vice, J. D. Vance, repitió este martes, en el debate vicepresidencial, la información errónea de que hay 25 millones de indocumentados en Estados Unidos, más del doble que la cifra oficial registrada.

Trump sostiene que procurará retomar los lineamientos de su anterior mandato, vinculando la seguridad nacional de Estados Unidos con el crecimiento económico del resto del continente, a través de la iniciativa “América Crece”, que prometía inversiones en energía e infraestructura, e impulsó al capital privado estadounidense en el resto de América Latina, para competir con las inversiones chinas, y con la dependencia de los organismos multilaterales de crédito, vilipendiados por el candidato republicano.

El argumento de Mauricio Claver Carone, uno de los principales asesores de Trump en la política hemisférica, es que los demócratas abandonaron la región, por involucrarse en conflictos globales: “Para ser justos con Biden, no tuvo mucho que ofrecer en relación con las Américas en el discurso sobre el Estado de la Unión de 2024 debido a sus políticas equivocadas. Además, bajo su mandato, el mundo se ve nuevamente consumido por las crisis globales en Ucrania, Oriente Medio y el Mar de China Meridional. Los enemigos de Estados Unidos en Rusia, China, Irán y Corea del Norte han aprovechado las distracciones y han unido fuerzas para diluir la capacidad de Estados Unidos de responder a conflictos globales simultáneos”.

Mientras Estados Unidos pierde relevancia económica en la región, excepto en México, China viene avanzando aceleradamente. El comercio global entre el gigante asiático y América Latina fue de 475.259 millones de dólares en 2023 (280.632 importaciones y 194.627 millones exportaciones). El total de inversiones de origen chino fue de 147.900 millones de dólares, de las cuales 130.100 fueron no-financieras. Ni Trump ni Biden-Kamala lograron revertir esta tendencia cuando gobernaron en los últimos ocho años.

Más allá de las promesas de uno u otra -exiguas en tanto en la campaña hubo casi nulas referencias a la región, salvo para agredir a Cuba y Venezuela o para plantearla como el origen de la invasión de inmigrantes latinos ilegales-, lo cierto es que ambos candidatos ya fueron gobierno recientemente. En un momento de declive relativo, Estados Unidos refuerza la presión militar y diplomática para sostener su histórico dominio en Nuestra América. En la actualidad, tal como se establece en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022, Estados Unidos aplica la disuasión integrada. No es casual entonces que, en 2023, justo en el bicentenario de la doctrina Monroe, Laura Richardson, la jefa del Comando Sur, haya declarado que la región era fundamental para Estados Unidos por los apetecidos recursos naturales que posee, en particular litio, petróleo, cobre, oro y agua dulce, así como la biodiversidad del Amazonas. Pero tiene poco para ofrecer en materia económica. El caso argentino es elocuente. Pese a la política de sumisión total a Washington desplegada por Javier Milei, recientemente está iniciando un giro para atraer inversiones y financiamiento por parte de China, ante los nulos resultados conseguidos por el equipo económico liderado por Caputo (otra vez, como durante la gestión Macri, no hubo “lluvia de inversiones”).

¿Para América Latina da igual que gane Trump o Kamala Harris?

Lo primero que hay que decir es que la estrategia estadounidense de mantener a su patio trasero como su área de influencia, defender sus bases militares y los intereses de sus corporaciones y atacar a los gobiernos, actores sociales y políticos que promuevan una integración latinoamericana autónoma es un objetivo compartido por todo el establishment estadounidense desde el establecimiento de la doctrina Monroe (1823).

Las diferencias son en las tácticas y las modalidades empleadas, en el uso de hard (Trump) o soft power (Kamala), en apelar más al multilateralismo (Kamala) o al bilateralismo (Trump) y en la retórica más o menos agresiva, por ejemplo, contra Cuba. Tener esto en claro es fundamental para no alimentar falsas expectativas. Ya Obama decepcionó a quienes creyeron en su promesa de 2009 de una nueva política “entre iguales” con los países de la región. Dicho esto, hay diferencias.

La vuelta de Trump a la Casa Blanca potenciaría a las ultraderechas, como ocurrió con Jair Bolsonaro en Brasil en 2018. Sin Trump en la Casa Blanca, difícil imaginar que el militar podría haberse encaramado en el poder. Lo mismo puede decirse sobre la ofensiva contra cualquier política económico-social incluso tímidamente igualitarista, o contra los derechos sociales conquistados o por conquistar (sindicales, de las diversidades sexuales, del aborto legal, de las luchas de los pueblos originarios por las tierras o de los ambientalistas contra el extractivismo). Cuatro años más de Trump implicarían un corrimiento todavía mayor hacia a la (ultra)derecha en todo el mundo, y en especial en América Latina. Es cierto que el magnate no promovió los mega acuerdos de libre comercio que impulsaban los globalistas ni impulsó (todavía) guerras en el extranjero. Pero el avance de la internacional ultraderechista apañada por los trumpistas y sus émulos latinoamericanos implica un peligro enorme para la región, que hoy podemos padecemos en Argentina y El Salvador, por poner dos ejemplos claros. Una derrota de Trump sería también un revés para quienes, con una retórica propia de la guerra fría, acusan a todos de socialistas intentando bloquear cualquier perspectiva emancipatoria a nivel local, nacional, regional e internacional. Una derrota de Trump dejaría más solo a Milei. El pasado lunes hubo dos fotos elocuentes al respecto. Por un lado, el presidente argentino saliendo al balcón de la Casa Rosada, ante una plaza vacía, con el presidente salvadoreño Nayib Bukele, ambos fervorosos admiradores de Trump y de Elon Musk. Ese mismo día AMLO, con un 70% de imagen positiva, se despedía de la presidencia de México junto a los presidentes de Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Honduras, Guatemala y Belice, para recibir a Claudia Sheinbaum. Dos orientaciones antagónicas en Nuestra América, que enfrentarán distintos escenarios, de acuerdo a quién controle la Casa Blanca.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Los 20 años del GT "Estudios sobre Estados Unidos" en InfoCLACSO TV

 


 

El miércoles 25 de septiembre, a las 16:00 hora de Argentina, Uruguay y Brasil (UTC-3), InfoCLACSO en vivo por el canal de YouTube y los perfiles de Facebook y de LinkedIn. PROGRAMA ESPECIAL DESDE BOGOTÁ, COLOMBIA Transmisión desde Plaza de Bolívar, durante la movilización del el 19 de septiembre en apoyo de la reforma pensional del gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez. –Karina Batthyány, Directora Ejecutiva de CLACSO. –Pablo Vommaro, Secretario Académico de CLACSO, presenta una nueva sección: Los Grupos de Trabajo CLACSO que cumplen 20 o más años. En este programa: -20 años de Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Con Mariana Aparicio Ramírez (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, Leandro Morgenfeld (Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina) y Jorge Hernández Martínez (Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana). -21 años de Grupo de Trabajo CLACSO “Filosofía Política. Humanidades indisciplinadas: cosmos, cuerpo e utopía”. Con Susana Villavicencio (Universidad de Buenos Aires, Argentina), Augusto Castro (Instituto de Ciencias de la Naturaleza, Territorio y Energías Renovables. Pontificia Universidad Católica del Perú), Aurea Mota (Universidad Abat Oliba, Barcelona) y Eduardo Rueda (Pontificia Universidad Javeriana, Colombia) -Magdalena Rauch, co-coordinadora de Formación y Red de Posgrados de CLACSO, presenta los nuevos Seminarios virtuales. El programa del miércoles 25 de septiembre abarca dos de los ejes de las Plataformas para el Diálogo Social que impulsa CLACSO para los próximos años: “Desigualdades y pobreza en América Latina y el Caribe” y “Movimientos sociales y activismo en América Latina y el Caribe” Conduce: Gustavo Lema, Director de Comunicación e Información de CLACSO Realización y edición: Guido Fontán Producción: Eric Domergue, Noelia Croci, Agustina Castaños y Ángel Dávila Diseño y programación: Sebastián Higa, Marcelo Giardino, Christian Iturricha, Camila Pastor y Renata Maestrovicente Abierto a las direcciones de la Secretaría Ejecutiva y a los integrantes del Comité Directivo de CLACSO para difundir actividades y temas propios de cada país, este canal de comunicación es también un espacio para analizar y profundizar las Plataformas para el Diálogo Social (PDS) que impulsa CLACSO para los próximos años, entrevistar a investigadores e investigadoras, y para todo aquello que hace a la vida y producción del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

CURSO · Estados Unidos: elecciones en una democracia desgarrada

 

CURSO · Estados Unidos: elecciones en una democracia desgarrada

Dictado por Leandro Morgenfeld y Valeria Carbone*

Cada cuatro años, el mundo presta especial atención a las elecciones estadounidenses. Si bien al jefe de la Casa Blanca lo eligen los ciudadanos de ese país, luego tiene un rol determinante en la vida de buena parte de los habitantes del planeta. Este año el proceso electoral tiene varias singularidades, pero también regularidades que vale la pena destacar y que suelen ser soslayadas. El 5 de noviembre se decidirá si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. Es el favorito para ganar en el colegio electoral, a pesar de la escandalosa toma del Capitolio, de haber sido el primer presidente con una condena penal y de no haber aceptado la derrota electoral de 2020. Tras el inédito paso al costado del presidente Joe Biden, quien había ganado las primarias demócratas, Kamala Harris buscará convertirse en la primera mujer, y afroasiática, en romper el techo de cristal en Washington DC. Las encuestas muestran una gran paridad y no se descarta una crisis política como la que ocurrió hace cuatro años. En este curso analizaremos el proceso electoral, en el marco de un contexto de profundas mutaciones geopolíticas que horadan la hegemonía global que supo ostentar Estados Unidos, a la vez que se profundizan las grietas económicas, sociales, ideológicas y culturales que atraviesan ese país.

 

🗓️ Fecha de inicio: 7 de octubre

🕛 Horario: todos los lunes de 18:00 a 20:00 (4 encuentros, ver detalle ↓)

🔸 Cursada virtual (sincrónica o asincrónica)

🔸 Se entrega certificado de participación

↓ Ver programa


  -  info e inscripciones acá

 



Programa

Primer encuentro (Prof. Leandro Morgenfeld)

Elecciones y el lugar de EEUU en el mundo 

En un contexto de profundas transformaciones geopolíticas, entre las que se destacan el declive relativo de Estados Unidos, el ascenso de China y Asia-Pacífico y una intensificación de múltiples crisis, en el marco de lo que algunos autores caracterizan como una guerra mundial híbrida y fragmentada, las elecciones Estados Unidos definirán la estrategia del hegemón en los próximos años, su posición en los conflictos armados en curso y el vínculo con sus aliados y rivales. En este encuentro analizaremos cómo la geopolítica impacta en el actual proceso electoral y los eventuales escenarios que se abren, según se impongan demócratas o republicanos.

 

Segundo encuentro (Prof. Valeria Carbone)

El proceso electoral hacia la presidencia de los Estados Unidos y lógica “bipartidista” 

En este encuentro, se ofrecerán herramientas para comprender el proceso electoral que lleva a la presidencia de los Estados Unidos, haciendo especial énfasis en las complejidades del sistema de nominación presidencial. Se analizarán las etapas clave, como las primarias, los caucus, las convenciones nacionales, las elecciones generales y el Colegio Electoral. También se abordará la lógica del sistema bipartidista, centrándose en sus desafíos, limitaciones y el impacto que tiene sobre la dinámica política, la representación y el acceso de terceros partidos.

 

Tercer encuentro (Prof. Valeria Carbone)

Amenazas perpetradas a la democracia

En este encuentro se propone examinar algunos de los fenómenos, funcionamientos estructurales y procesos que representan una amenaza para la democracia estadounidense, enfocándose en factores clave que erosionan sus cimientos. Nos enfocaremos en la creciente polarización política, la erosión de las normas democráticas y el rol del dinero en la política. También se abordarán la subversión electoral, la desinformación y el impacto de la posverdad en los medios. Además, se explorarán las divisiones raciales y económicas, el auge del autoritarismo y el populismo, y el impacto del extremismo y terrorismo doméstico, todo ello en el contexto de una creciente fragilidad institucional en el país.

 

Cuarto encuentro (Prof. Leandro Morgenfeld)

Polarización y grietas económicas, sociales, políticas, ideológicas y culturales 

Desde por lo menos 2008 Estados Unidos atraviesa una crisis económica de la que todavía no termina de recuperarse, que se manifiesta en un aumento de la desigualdad, la inflación, el déficit fiscal, el desbalance comercial y el endeudamiento externo. Esta situación agrava las problemáticas sociales y provoca, en franjas cada vez más importantes de la población, una creciente frustración, que logró ser canalizada por Donald Trump hace 8 años. Su presidencia incrementó las grietas políticas, culturales e ideológicas y eso se refleja en el actual proceso electoral. Más de la mitad de la población estadounidense piensa que estallará una guerra civil en Estados Unidos en los próximos años. En este encuentro analizaremos cómo se manifiestan estas múltiples fracturas en el actual proceso electoral y qué impacto pueden tener en los próximos meses. 


Sobre los docentes

Leandro Morgenfeld 

Profesor y Licenciado en Historia, Especialista y Magíster en Historia Económica y de las Políticas Económicas, y Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Es Investigador Independiente del CONICET, radicado en el Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (IDEHESI). Participa en distintos grupos de investigación, incluyendo el GT-CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”, que coordina desde 2016. En 2017 recibió en La Habana el Premio de Ensayos Haydée Santamaría (Casa de las Américas-CLACSO).

Valeria L. Carbone

Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Diplomada en Educación por FLACSO, y en Estudios Afro-latinoamericanos por el Afro Latin American Research Institute (ALARI) de la Universidad de Harvard (EEUU). Ex becaria doctoral y posdoctoral del CONICET, ha sido galardonada con becas de posgrado por la Comisión Fulbright en 2008 y 2014. Research fellow en el Social Science & Policy Forum de la Universidad de Pensilvania (EEUU, 2014) y en el Roosevelt Institute for American Studies (Países Bajos, 2020). Docente en la Cátedra de Historia de los Estados Unidos de América (UBA) e investigadora en el Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones sobre América Latina (INDEAL, UBA) y en la Cátedra Libre de Estudios de Estados Unidos del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Forma parte del Grupo de Trabajo de Estados Unidos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), del Center for Interamerican Studies de la Universität Bielefeld (Alemania) y del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Nacional de México. 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Novedad editorial! La Argentina en las diez primeras conferencias panamericanas

 


La Argentina en las diez primeras conferencias panamericanas

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Estudio introductorio de: Leandro Morgenfeld

El origen de este libro es un conjunto de documentos históricos comentados, dentro de nuestra colección, Argentina en el Mundo. Se trata de estudios breves sobre sucesos de la política exterior argentina, abordados desde los archivos históricos.

Con la vocación de conocer en profundidad los fenómenos y analizarlos desde una perspectiva completa pero siempre apegada a las fuentes primarias como evidencia
privilegiada a la hora de conocer el pasado, ponemos a disposición la documentación que se encuentra en el Archivo Histórico de la Cancillería Argentina, perteneciente al Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Exterior y Culto. Estos están presentados por un análisis introductorio que refleja un importante ejercicio de interpretación histórica de la política exterior argentina.

 

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sábado, 21 de septiembre de 2024

Estados Unidos: elecciones en la era de la posverdad

 


Estados Unidos: elecciones enla era de la posverdad

Por Leandro Morgenfeld (Le Monde Diplomatique, Cono Sur, 20 septiembre 2024)*

 

Los comicios estadounidenses se caracterizan por particularidades ya conocidas, como los aportes multimillonarios de grupos de lobistas o el mecanismo de elección a través del colegio electoral, que son determinantes. Sin embargo, es la aparición de novedades tales como la inteligencia artificial o el auge de las redes por sobre los medios tradicionales, la que borra las fronteras entre lo falso y lo real, produciendo efectos imposibles de anticipar.

 

El 5 de noviembre se decidirá si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Kamala Harris será la primera presidenta mujer y afroasiática en la historia de Estados Unidos. Se elegirán también la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes, un tercio de los Senadores, Gobernadores y Alcaldes. La espectacularización de la política hace que el foco esté puesto casi exclusivamente en las cabezas de las fórmulas republicana y demócrata. La campaña se ciñe cada vez más a la discusión sobre sus posteos en redes,las frases pronunciadas en actos, fotos, gestos, videos o memes, soslayando las discusiones que deberían ser nodales en un país como Estados Unidos, todavía la primera potencia global: economía, seguridad social, desigualdad, cambio climático, política exterior y otras cuestiones centrales sobre el estado actual del núcleo del capitalismo. En este artículo nos vamos a correr del foco tradicional, para ocuparnos del lado B de las elecciones, de temas que en general no aparecen en el debate público o sólo ocupan un lugar muy marginal, pero que emergen como manifestaciones de las crisis profundas que atraviesan al hegemón. Daremos algunas pistas de cómo inciden, en la desgarrada democracia estadounidense y en estas elecciones, la inteligencia artificial, las redes sociales, los hackeos informáticos, los donantes millonarios, los denials, los mecanismos de supresión y distorsión del voto, las fake news, los terceros partidos y candidatos y el temor a una guerra civil.

¿Democracia o plutocracia?

George W. Bush liberó los aportes electorales privados, en particular provenientes de las corporaciones y los grupos de presión. En 2010 la Corte Suprema falló a favor de la desregulación de los lobistas. En 2016, por ejemplo, se registraron 2.368 SuperPACs (Comités de Acción Política) ante la Comisión Federal Electoral, grupos de lobistas que invirtieron más de 1.000 millones de dólares en esas campañas presidenciales. Si se suman los gastos de los aspirantes a las Cámaras de Representantes y de Senadores, las cifras se disparan. La carrera para controlar el Capitolio insumió 4.267 millones de dólares. El gasto total estimado alcanzó la astronómica cifra de 7.000 millones de dólares hace ocho años cuando ganó Trump. Y sigue creciendo desde entonces. Según la Comisión de las Elecciones Federales, en las presidenciales de 2020 y en las legislativas de 2022 se gastaron más de 14.000 millones en cada una. Este año se batirá otro récord, con una cifra cercana a los 20.000 millones. Sin ruborizarse, Trump y Harris se vanaglorian de las decenas de millones de dólares que recaudan cada semana. Los temas, candidatos y propuestas los fijan quienes disponen de cifras millonarias, mientras que los aportes de los pequeños donantes van quedando relegados frente a los de los grandes lobistas.

Sistema electoral distorsionado

El sistema electoral estadounidense determina la elección de presidente en forma indirecta a través del colegio electoral. Y no todos los votos valen lo mismo. En cuatro ocasiones no llegó a la Casa Blanca el candidato presidencial que ganó el voto popular, sino el que consiguió más electores, estando así sobre representados algunos Estados escasamente poblados. La última vez ocurrió en 2016: Trump ganó en colegio electoral (304 de los 538 electores), a pesar de que obtuvo 2.800.000 votos menos que Hillary Clinton. Lo mismo ocurrió en el año 2000, cuando Bush le ganó unas polémicas elecciones a Al Gore, habiendo obtenido medio millón de votos menos a nivel nacional. Además, existen muchos mecanismos de supresión del voto. Esto quiere decir que a millones de personas –pobres, negros e hispanos, en su mayoría–, en cada elección, se les niega el derecho político más elemental: el derecho a votar. La elección, además, se realiza en un día laborable (martes), el voto no es obligatorio y en la mayoría de los Estados es necesario registrarse para poder participar. A través del gerrymendering [ndlr:  diseño intencional de los distritos electorales con el objetivo de favorecer a un partido político o grupo en particular] se manipulan los distritos electorales para favorecer a un candidato. En 2016, por ejemplo, de una población total de 325 millones de personas, había habilitados para votar 231 millones, pero sólo ejercieron ese derecho 137 millones. La participación fue de apenas el 55% de los votantes habilitados. Trump, entonces, se convirtió en presidente con apenas el 27% de los votos del total de personas en condiciones de sufragar. En estas elecciones, si bien se vota en los 50 Estados, son siete los que van a definir la elección: Nevada, Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Wisconsin, Michigan y Pensilvania. Durante los últimos dos meses, las campañas vuelcan cientos y cientos de millones de dólares sólo esa pequeña porción del país. Según las principales encuestas, es probable que se repita el escenario de hace ocho años: los demócratas ganando el voto popular, pero perdiendo el colegio electoral.

Las principales encuestas prevén la repetición del escenario de hace ocho años: los demócratas ganando el voto popular, pero perdiendo el colegio electoral.

Bipartidismo exacerbado

El bipartidismo cerrado anula en la práctica la posibilidad de alternativas reales. La participación política está muy mediatizada. Se vota cada dos años, pero garantizando la alternancia exclusiva entre solo dos partidos, que tienen sus diferencias, pero ninguno cuestiona de fondo el statu quo, la condición de potencia que lidera el imperio del capital a nivel global. En las elecciones puede elegirse entre un demócrata o un republicano, pero esos partidos suelen bloquear o boicotear las alternativas al sistema. La presencia de legisladores de terceras fuerzas políticas es casi inexistente. Hace una década, por ejemplo, Bernie Sanders era el único de los cien senadores registrado como independiente. Y, para dar batalla a nivel nacional, debió hacerlo al interior del Partido Demócrata, cuyo establishment lo boicoteó en las primarias de 2016 contra Hillary Clinton y en las de 2020 contra Biden. En estas elecciones, Robert Kennedy Jr. se apartó del partido demócrata para postularse como independiente, pero fue perdiendo fuerza en las encuestas –su intención de voto no llegaba al 4%–, y finalmente dio un paso al costado, anunciando su apoyo a Trump, con la expectativa de formar parte de su futuro gabinete. A diferencia de lo que está ocurriendo en la mayoría de países de Occidente, el bipartidismo duro, hasta ahora, licuó en Estados Unidos casi todas las terceras fuerzas electorales. La izquierda, en tanto, luego del impulso que ganó con la candidatura de Bernie Sanders en las últimas dos presidenciales, y con mayor presencia en la Cámara baja, se debate entre seguir dando la pelea dentro del partido demócrata o ensayar una construcción por afuera. Jill Stein, del Partido Verde, y el activista progresista Cornel West no lograron que sus candidaturas despegaran.

Crisis de los medios tradicionales y las encuestas

Si Estados Unidos se vanagloriaba de tener un sólido sistema de poderosos medios de comunicación y una ingeniería electoral en la que las encuestas podían predecir el comportamiento político y electoral de su sociedad, hoy ya no es tan así. Como en casi todo el mundo, los medios televisivos, radiales y gráficos pierden audiencias, lectores y anunciantes y son desplazados por las redes sociales. Desde 2016, cuando casi todos los encuestadores fallaron con el pronóstico de victoria de Hillary Clinton sobre Trump, la incertidumbre pasó a ser moneda corriente. Hoy los sitios especializados en encuestas, como RCP o Fivethirtyeight proyectan a Harris apenas 1 o 2 puntos arriba de Trump en el voto popular, una ventaja muy menor a la que tenían los demócratas en 2015 y 2020 a esta altura. Pero, en los Estados oscilantes, los que pendulan entre demócratas y republicanos, hay una paridad extrema. En los siete Estados que definirán la elección, la diferencia es menor a 1,5%, o sea dentro del margen de error. Y esos van a definir quién llega al número mágico de 270 electores, es decir a la mayoría de los 538 que se eligen. Además, en la última década las encuestas vienen fallando en todo el mundo, y también en Estados Unidos. Se observa, entonces, una sociedad mucho más volátil y menos previsible que la de las últimas décadas. Allan Lichtman, un profesor de la American University conocido como el “Nostradamus” de las elecciones, quien pronosticó acertadamente todos los resultados en los últimos cuarenta años (salvo el polémico triunfo de Bush en el año 2000) con su método analítico de las “13 llaves”, acaba de anticipar que la próxima presidenta será Kamala Harris. El experto en encuestas Nate Silver, en cambio, es mucho más cauto.

Auge de las redes sociales y las fake news

La era en la que un escándalo judicial –como el Watergate– o un editorial de The New York Times o de The Washington Post podía inclinar definitivamente la balanza electoral parece haber terminado. Es el momento del auge de las redes sociales y de los canales de streaming. Proliferan ahí las fake news, sin control ni edición de nadie. Trump, al igual que buena parte de las ultraderechas en todo el mundo, se apalancó en el crecimiento de las redes sociales para presentarse como un outsider. Insulta continuamente a periodistas, canales de televisión y periódicos, mientras cuenta con el apoyo de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y dueño de la red social X, principal altavoz de Trump hasta que fue suspendido en enero de 2021, luego de haber alentado la toma del Capitolio. Trump creó en ese momento, sin mucho éxito, su propia plataforma, la red Truth Social, pero luego fue readminito en X cuando la compró el dueño de Tesla. En este tipo de sistema de comunicación alternativo se destacan referentes de las ultraderechas, como Tucker Carlson, ex presentador de Fox News que ahora hace campaña por Trump, o Milei. El ex presidente tiene más de 90 millones de seguidores en X, que sumados a los casi 200 millones con que cuenta Musk, confirman la potencia de esta nueva forma de comunicación. Si bien hace meses que viene aportando a la campaña republicana, luego del intento de magnicidio del 13 de julio blanqueó este apoyo, e incluso se declaró dispuesto a integrarse a un futuro gobierno de Trump, en una comisión de modernización del Estado (Departamento de Eficiencia Gubernamental), lo cual implicaría un salto cualitativo en el avance del poder de lo que algunos llaman el tecnofeudalismo. Otra manifestación del cambio de mapa comunicacional es el auge de los influencers. El martes 10 de septiembre, tras el debate presidencial, la cantante Taylor Swift declaró públicamente su apoyo a la demócrata, se burló de las misóginas declaraciones del candidato a vice J.D. Vance sobre las amargas “mujeres solteronas con gatos”, y pidió a los jóvenes que se registraran para votar. Enseguida logró millones de reacciones favorables y se triplicaron las inscripciones de mujeres menores de 25 años, quienes pueden influir en el resultado de las elecciones, que registran una importante “brecha de género” entre ambos candidatos.

Hackeos, injerencia externa e inteligencia artificial

Tres elementos novedosos de este proceso electoral son el uso de la inteligencia artificial en las campañas, los hackeos informáticos y la supuesta injerencia externa. Rusia fue acusada de interferir en las elecciones que llevaron a Trump al poder hace ocho años. Ahora se acusa también a China y a Irán. Incluso los servicios de inteligencia denunciaron un hackeo por parte del régimen iraní. Por otra parte, la inteligencia artificial se utiliza para crear imágenes (por ejemplo, las favorables a Trump, con adorables mascotas, o las que utiliza Elon Musk para caracterizar a Kamala Harris como una comunista), pero también entran a jugar los deepfakes, fotografías y videos manipulados, que se hacen pasar por verdaderos. Está cada vez más difuminada la frontera entre lo real y lo ficticio, entre la verdad y la mentira, lo que se potencia por el auge de las redes y la pérdida de audiencia y prestigio de los medios de comunicación y otras instituciones que chequean la veracidad de la información. Son las elecciones del auge de la posverdad, en las que se puede afirmar casi cualquier cosa sin consecuencias. Esa deriva, tan aprovechada por las ultraderechas en todo el mundo, erosiona el debate público, denigra la política y genera un caldo de cultivo para los discursos de odio y los enfrentamientos sociales. A fines de julio, la viralización de una fake news sobre la supuesta nacionalidad de un asesino en el Reino Unido, impulsada por grupos fascistas, provocó verdaderos pogromos contra los inmigrantes en ese país. Las alusiones de Trump a los inmigrantes haitianos que se comen las mascotas de los vecinos de Springfield, Ohio, en el debate presidencial del 10 de septiembre muestra cómo esas falsas noticias llegan hasta lo más alto de los discursos públicos y encienden las alarmas entre quienes temen un incremento de la violencia social.

Entre los conspiranoicos, que enraizan en una larga tradición histórica en Estados Unidos, están los denials, un movimiento que plantea que los demócratas volverán a hacer fraude para evitar que Trump gane.

¿Riesgo de Guerra Civil?

Trump no reconoció su derrota en 2020 y terminó instigando a sus seguidores a tomar el Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando el Congreso debía ratificar el resultado de los comicios. Se niega ahora a afirmar que aceptará los resultados del 5 de noviembre. Acusó a los demócratas de haber instigado el intento de magnicidio del 13 de julio y alienta una corriente que sostiene que van a arrebatarle el triunfo. Entre los conspiranoicos, que enraizan en una larga tradición histórica en Estados Unidos, están los denials, un movimiento que plantea que los demócratas volverán a hacer fraude para evitar que Trump gane y que llama a la resistencia. La encuestadora Marist publicó en mayo un trabajo que mostraba que el 47% de los estadounidenses cree que habrá una guerra civil en Estados Unidos durante su vida. Un mes antes, un sondeo de Rasmussen arrojó que un 41% de los estadounidenses pensaba que una guerra civil estallaría antes del final de esta década. En un país en el que, según The Wall Street Journal, hay más de 20 millones de rifles semiautomáticos AR-15 –el que usó el joven que disparó contra Trump– en manos de civiles (hace 30 años eran menos de medio millón), el temor general parece más que fundado.

Múltiples crisis

Estados Unidos atraviesa una crisis económica (déficit comercial récord, exorbitante deuda pública, desindustrialización, menor productividad, infraestructura obsoleta, desdolarización y retraso en la carrera tecnológica frente a China), social (aumento de la desigualdad, la indigencia, millones de personas sin cobertura médica, aumento exponencial de las muertes por sobredosis) y política (la grieta es cada vez más pronunciada). Crece la desconfianza en las instituciones, hay un nivel mayor de confrontación y un riesgo creciente de que esas fracturas internas lleven a una guerra civil. La hegemonía global de Estados Unidos está desafiada, se tensan las relaciones con sus aliados, los países de Europa y Japón, y enfrenta a China, Rusia, India y otros polos emergentes que disputan el poder global. Los desafíos internos que sacuden a la potencia declinante son cada vez mayores. Nada indica que las elecciones del 5 de noviembre vayan a atemperarlos. Se avecinan tiempos convulsos en la cabeza del imperio.

 

* Profesor UBA. Investigador CONICET. Coordinador GT CLACSO Estudios sobre Estados Unidos.

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