Por Leandro Morgenfeld
(Notas.org.ar)
El 17 de
diciembre quedará en la historia como el día que se inició la postergada
distención de la política de Washington hacia La Habana. Motivaciones
de orden geopolítico, económico y electoral explican la audaz jugada de
Obama, que plantea desafíos para Nuestra América.
En noviembre del año pasado, el Secretario de Estado John Kerry les
planteó a los embajadores del continente en la sede de la OEA: “La
doctrina Monroe ha terminado”. En aquel momento él ya sabía que se
llevaban a cabo negociaciones secretas con el gobierno cubano, que
recién se hicieron públicas hace dos días, nada menos que con los
discursos simultáneos de Barack Obama y Raúl Castro. Teníamos por aquel
entonces buenas razones para desconfiar del jefe del Departamento de
Estado, quien apenas unos meses antes, el 17 de abril de 2013, ante el
Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, había
vuelto a usar la ofensiva denominación de patio trasero estadounidense
para referirse a Nuestra América.
Obama, desde que asumió hace casi seis años, dio sobradas muestras de
que sus promesas de una nueva etapa en las relaciones con sus vecinos
del sur eran apenas eso, promesas. Ni cerró la cárcel de Guantánamo, ni
clausuró las actividades de la IV Flota del Comando Sur, ni permitió a
Cuba participar en las Cumbres de las Américas, ni frenó la
proliferación de bases militares en todo el continente, ni frenó la
fracasada guerra contra las drogas, ni dejó de desestabilizar a los
gobiernos opositores de la región, como lo prueba la cobertura que se le
dio a los golpes de Estado en Honduras y
Paraguay.
Por qué entonces se produce ahora este giro copernicano en la
política de Estados Unidos frente a su histórico enemigo? Por motivos
geoestratégicos, económicos y electorales.
Estados Unidos pretende recuperar su histórica posición hegemónica en
la región. A lo largo del siglo XXI, América Latina avanzó como nunca
antes en un proceso de integración regional por fuera de la órbita de
Washington. La Unasur, la CELAC y el ALBA fueron iniciativas que
horadaron el poder de Estados Unidos en la región. En la última Cumbre
de las Américas (Cartagena, 2012) los 32 países latinoamericanos y
caribeños presentes plantearon que era imperioso incluir nuevamente a
Cuba, expulsada de la OEA en 1962. La creciente presencia económica,
política y militar de otras potencias, como China y Rusia, también
contribuyeron a desafiar la otrora indiscutible hegemonía estadounidense
en el continente. La exclusión de Cuba era un obstáculo para Estados
Unidos y hacía peligrar la suerte de la próxima Cumbre de las Américas
(Panamá, abril de 2015). Al mismo tiempo, el bloqueo contra Cuba era una
medida anacrónica y cada vez más antipática en la propia ONU. En la
última votación, 188 países exigieron el levantamiento del mismo, y
Estados Unidos quedó en soledad, con el único apoyo de Israel. El inicio
de la distensión con Cuba, entonces, permitirá lavar la cara de la
diplomacia estadounidense.
La segunda causa es de orden económico. Cuba requiere divisas para
importar combustible y alimentos, y la caída del precio del níquel,
sumado a las crisis económicas en Rusia y Venezuela limitan el auxilio
recibido en los últimos años y generan una creciente necesidad de
divisas.
El gobierno de Raúl Castro viene implementando, paulatinamente, una
serie de reformas que, entre otras cuestiones, permiten y alientan la
radicación de capitales extranjeros. Mientras empresas chinas,
españolas, canadienses y brasileras se instalan en la Isla, los
capitales estadounidenses no pueden avanzar en este codiciado mercado
por las limitaciones que impone el bloqueo. En este sentido, hay un
sector de la burquesía estadounidense que impulsa el relajamiento de las
sanciones para desembarcar en un país que hasta 1959 había sido casi su
área exclusiva de influencia económica.
Por último, razones de orden electoral explican este giro de la Casa
Blanca. El voto latino es crucial para las aspiraciones del Partido
Demócrata de retener la Casa Blanca dentro de dos años, luego de la dura
derrota que sufrieron en noviembre pasado. El poderoso lobby
anticastrista, los famosos gusanos de Florida, tienen una incidencia
decreciente. Incluso parte de la comunidad cubana en el exilio, las
nuevas generaciones fundamentalmente, rechazan el bloqueo. Así, Obama
intenta pasar a la historia como el presidente que logró distenter las
relaciones con la isla luego de medio siglo, y a la vez tiene un buen
argumento para intentar recuperar el entusiasmo con el que la población
latina acompañó su elección en 2008.
Por supuesto que es todavía prematuro aventurar hasta dónde llegará
realmente el cambio en la política hacia Cuba. El levantamiento del
bloqueo es todavía incierto ya que debe votarlo el Congreso, que desde
el próximo mes de enero estará dominado por los Republicanos en ambas
cámaras. Su líder ya se expresó en contra de la distensión propuesta por
Obama, al igual que lo hizo Marco Rubio, senador por la Florida y uno
de los precandidatos republicanos a la presidencia.
El gobierno cubano puede exhibir como un gran triunfo
la liberación de sus héroes (los tres que faltaban de “Los 5″)
y las medidas anunciadas por Obama. Fracasó Estados Unidos en todos los
intentos de hacer colapsar al régimen cubano luego de la disolución de
la Unión Soviética, cuestión que fue admitida por el propio Kerry. Los
países latinoamericanos también pueden celebrar este avance como un
reconocimiento a su firme posición en pos de que se respete la soberanía
del pueblo cubano.
Ahora bien, tampoco hay que ser excesivamente triunfalistas ni
ingenuos. Esta audaz iniciativa de Estados Unidos busca empujar una
rápida transición hacia el capitalismo en Cuba y a la vez quitar
argumentos al eje bolivariano, para propiciar el avance de la Alianza
del Pacífico en detrimento de la CELAC y aislar los procesos radicales
en Venezuela y Bolivia. No es casual que apenas horas después del
anuncio de Obama, la Casa Blanca haya establecido sanciones contra el
gobierno de Caracas.
En los próximos meses se verá cuáles son los alcances de este anuncio
histórico y cómo repercute en los procesos de integración regional que
construyó Nuestra América en los últimos años.