América Latina ante la diluida Cumbre de las Américas
Entre el 6 y 10 de junio se llevará a cabo la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles. El presidente de EE.UU., Joe Biden, intentará mostrarse como el líder del mundo libre, garante de la democracia, los derechos humanos y las instituciones republicanas. Los principales medios de comunicación del globalismo liberal reproducirán esa visión, pero la realidad es bien distinta. Desde 2008 se profundiza el declive estadounidense en el marco de una transición hegemónica a nivel global y el multilateralismo está cada vez más cuestionado.
Desde hace casi tres décadas, estas reuniones de los/as mandatarios/as del continente sirven para medir el estado de las relaciones interamericanas. La primera se realizó en Miami, en 1994, para discutir el ambicioso proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), una iniciativa con la que EE.UU. intentaba consolidar su hegemonía continental, en el fugaz momento de unipolaridad que caracterizó el fin de la Guerra Fría y la imposición del Consenso de Washington. En 1998 hubo un segundo encuentro de los 34 jefes de Estado americanos –todos menos el de Cuba, expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA) en enero de 1962- y en 2001 el tercero, cuando apareció la primera voz disonante: la del venezolano Hugo Chávez, quien puso reparos frente al avance de esa iniciativa imperial.
La historia posterior es más conocida. Las rebeliones populares en Nuestra América contra el neoliberalismo, la emergencia de gobiernos progresistas, de izquierda y/o nacional populares, la confluencia y articulación de las luchas en espacios como el Foro Social Mundial y las Cumbres de los Pueblos, que permitieron construir el histórico NO al ALCA en Mar del Plata.
Luego de esa derrota, Washington impulsó tratados de libre comercio bilaterales y ya no tuvo para ofrecer un proyecto global para América Latina y el Caribe. Los países de la región avanzaron, en cambio, hacia una mayor coordinación y cooperación políticas, y hacia una incipiente integración regional, con iniciativas nuevas con el ALBA, la UNASUR y la CELAC, entre otras. Además, China fue profundizando sus relaciones económicas con el continente, transformándose en un socio comercial fundamental y en un inversor y prestamista de primer orden, desplazando en algunos casos la histórica dependencia de EE.UU.
Las siguientes tres cumbres (2009, 2012 y 2015) fueron durante las dos presidencias de Barack Obama, quien intentó ensayar una suerte de nueva relación con los demás países del continente, plagada de claroscuros y decepciones. La convergencia y presión de los demás Estados, en un contexto de creciente pérdida de influencia de la OEA, obligó a Washington al deshielo diplomático con La Habana y a incluir a Cuba, que participó en la Cumbre de Panamá de 2015.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, sin embargo, provocó una vuelta atrás. Su endurecimiento contra la isla, debido a las presiones de Marco Rubio, senador por el estratégico Estado de Florida, y su desdén por el multilateralismo provocaron que la última cumbre, la de Lima 2018, fuera la más deslucida de todas. A último momento pegó el faltazo el propio presidente estadounidense, pero también se ausentaron muchos otros mandatarios latinoamericanos, sembrando las dudas sobre la continuidad de esos encuentros.
Cuando asumió Biden en enero del año pasado declaró que “Estados Unidos estaba de vuelta”. Nombró al frente del Departamento de Estado a Anthony Blinken e insinuó que la IX Cumbre de las Américas, en la que sería nuevamente anfitrión, escenificaría el relanzamiento del vínculo con los países latinoamericanos, después del ostensible ninguneo de Trump a los ámbitos multilaterales y su destrato para con los inmigrantes de origen hispano. La pandemia obligó a postergarla un año. El 18 de enero de 2022, finalmente, la Casa Blanca anunció que la cumbre se realizaría en la ciudad más importante de California, del 6 al 10 de junio. También declaró que se invitaría a los líderes “elegidos democráticamente”, sembrando la duda sobre la participación de los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, o sea manteniendo la política neoconservadora trumpista, quien calificó a estos tres países como la “troika del mal”.
El 2 de mayo Brian Nichols, subsecretario de Estado para América Latina y el Caribe, reiteró que esos regímenes “no respetan la carta democrática” y que no serían invitados. La reacción no tardó en llegar. Tras su visita a La Habana, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) declaró que no viajaría a Los Ángeles si se imponían restricciones. Lo propio declararon los países que integran la Comunidad del Caribe (CARICOM), el presidente boliviano Luis Arce y la presidente hondureña Xiomara Castro. Gabriel Boric, de Chile, y Alberto Fernández, de Argentina, también criticaron la decisión del Departamento de Estado, resistida incluso por el consejero de Seguridad estadounidense, Jake Sullivan.
Ante el peligro de que la cumbre se transformara en un fracaso, el gobierno estadounidense debió aclarar que todavía no estaban enviadas las invitaciones ni se había tomado una decisión definitiva. En los últimos días, además, realizó intensas gestiones diplomáticas (incluyendo sendas giras de la primera dama por Centroamérica y del ex senador demócrata Christopher Dodd) para evitar el boicot general. Más allá de cómo se termine definiendo la situación, la decisión de AMLO y sus aliados ya cambiaron el eje de la cumbre, planteando una victoria política para las fuerzas más autónomas en la región. Los jefes de Estado de Cuba, Nicaragua y Venezuela no viajarán a Los Ángeles, y participaron el viernes 27 de mayo, junto a Luis Arce de Bolivia y otros mandatarios de una Cumbre del ALBA, creada justamente en 2004 por iniciativa de Chávez y Fidel Castro para oponerse al área de libre comercio que impulsaba Washington.
Sin un proyecto claro (como en su momento fue el ALCA) ni demasiado para ofrecer a la región en términos económicos (China es hoy el principal socio comercial, prestamista e inversor de la mayoría de los países de la región, especialmente en Suramérica), es probable que la reunión de mandatarios sea para escenificar las distintas posiciones sobre el vínculo con Washingon. Tanto por la creciente presencia del gigante asiático, como por las derrotas de los gobiernos más alineados con la Casa Blanca (Chile, Perú, Honduras, Argentina, México, y ya se vienen las estratégicas elecciones en Colombia -lidera Gustavo Petro- y Brasil -lidera Lula da Silva-), y también por necesidades económicas ocasionadas por la guerra en Ucrania (petróleo venezolano) y electorales internas (Marco Rubio intentará su reelección como senador en noviembre, fecha en la que se pondrá en juego el actual control demócrata en ambas Cámaras), Biden ensaya un delicado equilibrio. Cedió ante los halcones, pero a su vez tuvo que hacer concesiones para que la Cumbre no sucumbiera, a partir de la valiente posición planteada por AMLO.
Esta semana, según fuentes oficiales, se conoció la decisión del gobierno argentino de participar de la cumbre, en forma crítica: “Algunos no van a ir, como Venezuela, Cuba, Bolivia y algunos países caribeños. Otros mandarán a sus cancilleres y otros, como Alberto, irán, pero con protesta incluida”, declaró una alta fuente de cancillería al diario La Nación. La decisión de Fernández y su canciller Santiago Cafiero, justificada con el argumento de que, como presidente pro témpore de la CELAC, llevará la voz regional a Los Ángeles, es como mínimo un error político, que debilita la confluencia regional autónoma planteada por AMLO y otros/as mandatarios, no dispuestos a aceptar la prepotencia de Washington.
Cada vez más dependiente del FMI, Argentina se corta sola, imaginándose como un posible mediador. No se ocultan las gestiones del embajador Jorge Argüello para conseguir una bilateral con Biden. Algo similar a lo que acaba de conseguir Brasil: luego de amenazar con el faltazo, Bolsonaro confirmó que viajará a Los Ángeles y que se reunirá allí con su par estadounidense. La ilusión del “regateo” de la cancillería argentina tiene como antecedente histórico las fracasadas negociaciones de Arturo Frondizi en los meses finales de 1961, para mediar entre EE.UU. y Cuba, antes de su exclusión de la OEA, para conseguir financiamiento por parte del gobierno de John Kennedy.
De todas formas, el jueves 26 de mayo, día en que mantuvo también una larga reunión con el enviado de Biden, en una cumbre de ministros de la CELAC, Alberto volvió a esgrimir un tono crítico hacia Washington por los bloqueos económicos contra Venezuela y Cuba y por las exclusiones planteadas de cara a la reunión interamericana. Esa posición oscilante se da en el momento en que China invitó a la Argentina a la Cumbre de los BRICS de finales de junio, mientras que por los mismos días el presidente argentino también será parte de la reunión del G7 en Alemania.
Habrá que prestar mucha atención a la posición de Fernández en Los Ángeles ya que la Cumbre de las Américas, además del tema migratorio, tendrá como eje la política de EE.UU. de intentar abroquelar el continente contra China y Rusia. Biden acaba de terminar una gira por Asia, donde realizó agresivas declaraciones de apoyo a Taiwán y avanzó en una alianza con India, Australia y Japón, lo cual recalentó el conflicto entre Washington y Pekín.
Como en los últimos 30 años, en esta Cumbre la Casa Blanca procurará mantener a América Latina como su patio trasero. Más aún en un escenario de crisis de hegemonía y transición en el mapa del poder mundial, en el cual necesita reforzar su influencia continental, alejando por un lado a las potencias extra hemisféricas, pero también intentando frenar cualquier proyecto o iniciativa de coordinación política e integración latinoamericanas. A diferencia del unilateralismo unipolar de Trump, Biden desplegará en Los Ángeles el multilateralismo unipolar, reconstruyendo el alicaído sistema multilateral hemisférico (clave en la construcción de la hegemonía regional estadounidense) y favoreciendo a las fuerzas y gobiernos regionales ligados a dicha estrategia.
Divide y reinarás seguirá siendo la política central hacia la región, en la cual vuelven a aparecer fuerzas que procuran recuperar la iniciativa autonomista, aprovechar el contexto de creciente confrontación geopolítica y trazar una estrategia de coordinación y cooperación políticas, en función de retomar el proyecto de integración latinoamericana, que permita ampliar los márgenes de autonomía. Claro que la reacción de varios gobiernos latinoamericanos ante la política de exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua complicó los planes de Biden, que aspiraba a que la cumbre de mandatarios le permitiera relanzar la relación con la región, luego de cuatro años de hostigamientos por parte de Trump.
En Los Ángeles volverá a mostrarse la incapacidad de EE.UU. de proponer algún plan de desarrollo para la región. También se verá que ya no puede subordinar a los países como en la inmediata posguerra fría, cuando intentó imponer el ALCA. Desde la Cumbre de Mar del Plata en 2005, estos encuentros continentales fueron perdiendo su razón de ser. En Los Ángeles, aún con los matices señalados y más allá de quiénes finalmente terminen participando, seguramente podrá vislumbrarse una articulación entre México, Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Honduras, Venezuela y Cuba, recomponiendo los entendimientos entre quienes apuntan a la construcción de una inserción internacional multilateral y multipolar.
Falta todavía recuperar, desde abajo, el impulso integracionista que se desplegó en los primeros años de este siglo, a través del Foro Social Mundial, de la Alianza Social Continental, de las Autoconvocatorias y Encuentros Hemisféricos contra el ALCA, de las Cumbres de los Pueblos, de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur y del ALBA-movimientos, entre otros espacios. Las fuerzas políticas y sociales nacional-populares, progresistas y de izquierda deben impulsar la recuperación la UNASUR, potenciar la CELAC y la diversificación de su inserción internacional y articular políticas en función de recuperar el proyecto de la Patria Grande, para reimpulsar el multipolarismo y ampliar los márgenes de autonomía de Nuestra América.
- Leandro Morgenfeld es profesor regular de la UBA, Investigador Independiente CONICET y co-coordinador del GT CLACSO Estudios sobre Estados Unidos. También es compilador de El legado de Trump en un mundo en crisis (SigloXXI-CLACSO, 2021) y dirige el sitio www.vecinosenconflicto.com