Brexit de la Unión Europea, no de la OTAN
Por Atilio A. Boron
Página/12
El triunfo
del Brexit en el referendo abre toda una serie de interrogantes. La
mayoría de los analistas ha puesto el énfasis en el examen de sus
consecuencias sobre los mercados, su exacerbada volatilidad y la
cotización de las principales monedas. Sin restarle importancia a este
asunto creemos que está lejos de ser lo más significativo. Los mercados
son entidades veleidosas, siempre sujetos a esa “exuberante
irracionalidad” denunciada por Alan Greenspan, el ex chairman de la
Reserva Federal de Estados Unidos, de modo que pronosticar la ruta a
corto plazo de su derrotero una vez consumada la salida del Reino Unido
de la Unión Europea es un ejercicio ocioso y condenado de antemano al
fracaso. Más importante nos parece ponderar lo que esto significa en
términos políticos: un golpe si no mortal pero sin duda muy duro al
proyecto de una Europa unida. Con su deserción Londres debilita a un
grupo de naciones que, con su asociación, había tratado de
reposicionarse en términos más favorables en el turbulento tablero de
ajedrez de la política internacional. Si con el Reino Unido adentro la
Unión Europea era un segundo violín en el concierto de naciones, con los
británicos afuera de la UE su gravitación cae aún más vis a vis China y
Rusia, para comenzar. Fue Angela Merkel quien mostró la mayor
preocupación y reclamó que sus asociados “mantengan la calma y la
compostura” ante la mala noticia. Pero la canciller alemana es una de
las responsables de la profundización de la senda autodestructiva por la
que se internó Bruselas en los últimos años: la perversión de un
proyecto que tenía como metas una Europa Social, una Ciudadanía Común
Europea y que en con el paso del tiempo se transformó en un programa
para beneficio de la gran banca, sobre todo alemana, y al puro y
exclusivo servicio del capital. Los griegos, donde se inventó la
democracia, pueden dar fe de la furia destructiva de la Unión Europea,
que al caerse la hoja de parra de su hueca palabrería democrática puso
en evidencia los alcances de la descomposición del viejo proyecto
europeo: un ardid para reforzar el poder económico, político e
ideológico de los grandes conglomerados empresariales sacrificando todo
lo que se opusiera a sus designios. Una UE que acompañó a Washington en
todas sus tropelías y todos sus crímenes en el escenario internacional y
que ahora recoge los amargos frutos de su complicidad. Era obvio que la
destrucción perpetrada por Occidente en Irak, Libia y ahora Siria
provocaría una incontenible marea de refugiados que no tienen sino un
solo lugar adonde dirigirse: Europa. Washington puede alegremente
incurrir en tales atrocidades porque está protegido por dos oceános que
lo convierten en un destino inalcanzable para quienes huyen del infierno
desatado en sus países. Pero Europa está ahí nomás. Y ese torrente
humano despertó los peores instintos en buena parte de las poblaciones
europeas que pretenden ponerse a salvo de las consecuencias de sus
acciones. Por eso la xenofobia fue un componente decisivo del triunfo
del Brexit. Por eso la saludó con alegría un xenófobo probado y confeso
como Donald Trump, desde Escocia y los representantes de la derecha en
casi todos los países europeos. Una UE debilitada en lo político, pero
donde las artes de la política son cada vez más toscas y rudimentarias
en la medida en que la contundencia de las armas se torna cada vez más
importante para contener la marea de los descontentos. Londres se fue de
la UE pero, como Jens Stoltenberg –el Secretario General de la OTAN– se
apresuró a declarar, el Reino Unido sigue siendo parte de esa nefasta
institución, la mayor organización criminal del planeta. Y en tiempos
como estos eso es lo que cuenta. Lo grave sería que decidiera salirse de
la OTAN. Pero por ahora no hay peligro de que tal cosa vaya a ocurrir.
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