martes, 7 de mayo de 2024

Nuevo curso: "Geopolítica y guerra mundial híbrida en el siglo XXI"

 


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El actual orden internacional se encuentra en un proceso de transición desde un orden unipolar con hegemonía de Estados Unidos y las principales potencias europeas hacia otro emergente, multipolar que se expresa centralmente en el crecimiento y la importancia de China, de los BRICS y el sur global. Este nuevo orden multipolar, busca introducir modificaciones en la distribución de poder a nivel mundial en función del peso que tienen actualmente (y desde hace ya tiempo) los BRICS y los países del Sur global, que son en esencia los que han traccionado la economía mundial los últimos años, y han introducido nuevos valores, formas y estilos de cooperación postcoloniales. Esta transformación produce movimientos tectónicos que inexorablemente genera resistencias de las potencias tradicionales, -y “guerras proxy”, en diversas partes del mundo, además de sanciones, militarización, intervenciones de embajadas-, en particular de Estados Unidos, arquitecto indiscutido del orden mundial después de la II Guerra Mundial. La influencia de este último es notoria en América Latina en su intento de erradicar toda influencia de China en lo que considera “su patio trasero”. De allí que la respuesta de Estados Unidos haya sido la de procurar reforzar su posición en los foros internacionales e incrementar su poder militar, al mismo tiempo que promover conflictos con determinados países en regiones consideradas claves y que a la larga han tenido un impacto negativo generalizado tanto en lo militar, como en lo económico-financiero en todo el mundo. También de promover el avance de una ultraderecha con posibilidades electorales que le permita sostener su agenda respecto de un proceso de cambio progresivo en la región.

La tensión entre Estados Unidos, China y los BRICS por la hegemonía mundial no es nueva, pero adquirió en los últimos años características más específicas. Se inició como una especie de “guerra” comercial, luego también extendiéndose en el plano tecnológico, financiero, en infraestructura, y en cooperación para el desarrollo, entre otros asuntos, para derivar en una tensión geopolítica en torno a Taiwán. La guerra en Ucrania generó otro punto de tensión entre Estados Unidos, la OTAN y Rusia. Subordinó a Europa a la política exterior estadounidense y tuvo consecuencias económicas, comerciales, financieras, migratorias y humanitarias sobre los países involucrados directa e indirectamente. También promovió una alianza inédita entre China y Rusia, y un proceso de reforzamiento de las relaciones entre los países de los BRICS y el Sur Global que se expresó en el incremento de los intercambios comerciales, la desdolarización del comercio internacional y la coordinación de políticas de cooperación entre dichos países. Un tercer frente abierto en Medio Oriente entre Israel y Palestina a partir de los atentados de Hamas y el apoyo irrestricto de Estados Unidos a su tradicional aliado genera otro escenario de inestabilidad política. Todo esto son ejemplos de una guerra de nuevo tipo, híbrida, donde los Estados Unidos recurren a terceros países para generar conflictos militares, combinando prácticas militares convencionales y no convencionales, financieras, culturales, comunicaciones, con el objetivo de desestabilizar a los enemigos y retener su hegemonía cada vez más puesta en discusión.

A su vez, la posibilidad de un retorno del trumpismo a la Casa Blanca no augura recomponer relaciones con China, sino que probablemente se profundicen los frentes abiertos de guerra híbrida, con las consecuencias negativas que esto podría tener para América Latina. Si bien en lo concreto no ha habido una gran diferencia entre demócratas y republicanos respecto a su política hacia la región (a excepción de algunos gestos e intentos de mayor acercamiento por ejemplo en la presidencia de Barack Obama), la actual configuración política especialmente en Suramérica, en caso de un nuevo mandato de Donald Trump hace prever un mayor alineamiento con Estados Unidos por parte de algunos países (que incluso podría llegar a involucrarlos indirectamente en los frentes de conflicto abiertos). Asimismo, es de esperar el endurecimiento de algunas medidas ya iniciadas en su primer mandato con otros países latinoamericanos, y al mismo tiempo una mayor desintegración en la región.  

Por todo ello, América Latina, y América del Sur en particular, es una región en disputa por mantener la hegemonía mundial o conformar un nuevo orden mundial, y esto se expresa en las presiones de Estados Unidos para desactivar los proyectos de inversiones y de la ruta de la Seda de China en la región. En el caso particular de Argentina, nos referimos al realineamiento con Estados Unidos definido como “aliado natural” y “faro de la libertad”, la salida de las BRICS plus, la tensión por el acercamiento a Taiwán, la desactivación del swap chino, la suspensión de la construcción de las represas hidroeléctricas en Santa Cruz, el polo logístico naval en Tierra del Fuego, la construcción de la central nuclear Atucha IV y el financiamiento del reactor CAREM. A lo cual se suman su afán de intervención control del polo astrofísico de Neuquén, la compra de aviones a Dinamarca, y buscar conflictos y focos de desestabilización en la región como en el caso de las denuncias infundadas de la ministra de Seguridad sobre focos terroristas en Chile y Bolivia. El interés en el litio y en la pesca; y la cooperación militar con Estados Unidos que se expresa en su presencia en la Hidrovía y en el Atlántico Sur, y el anuncio de la construcción de una base militar y logística conjunta en Tierra del Fuego para tener control sobre el Atlántico Sur, Malvinas, el pasaje que une el Atlántico con el Pacífico y la proyección a la Antártida. De allí que podemos afirmar que no hay proyecto de desarrollo nacional sin soberanía, ni integración regional ni una comprensión cabal de las transformaciones globales y la potencialidad que tiene la vinculación con el Sur Global ya que sin ellos será muy difícil llevar a cabo un proyecto que satisfaga las expectativas de crecimiento, bienestar e inclusión en nuestro pueblo. 

En este marco, América Latina atraviesa un proceso de reconfiguración, en donde no conforma un solo activo y pasivo, sino que está fragmentada, en donde hay países que intentan configurar estrategias de integración y autonomía con desarrollo y cuidado ambiental. Nos referimos en el Sur a Brasil, Colombia, en el norte a México, y el funcionamiento todavía de algunas instituciones autónomas como la CELAC. Todo esto muestra países emergentes y neocoloniales, y un dilema en común: ¿cómo enfrentar el complejo escenario internacional?, agravado porque predomina el retroceso en el proceso de integración, y particularmente por el hecho de que Argentina -que sería un país clave en la geopolítica del Atlántico Sur-, está inserto ya en el bloque reaccionario del occidente colectivo, con la influencia creciente de Estados Unidos, Reino Unido e Israel, en diversas dimensiones políticas, diplomáticas, militares y en levantar el liderazgo presidencial como un referente importante para esta orientación de la ultraderecha. 

En ese sentido, el Curso tiene como objetivo reflexionar sobre las transformaciones geopolíticas actuales, la utilización de la guerra híbrida como una estrategia particular y novedosa en la disputa por la hegemonía mundial y las consecuencias que el escenario internacional tiene para América Latina y sus posibilidades de integración regional, de desarrollo, salida de la desigualdad, accesos al capitalismo competitivos y más equitativos; al mismo tiempo que procura interpelarnos sobre cómo superar la fragmentación y la tradicional heteronomía de la región. De generar liderazgos, coaliciones y estrategias que permitan retomar un camino de cooperación, integración y emancipación.

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