El domingo se realizarán las elecciones presidenciales en Brasil y
no solo se definirá el futuro del gigante sudamericano sino, también, el
devenir de todo el continente. Los comicios estarán marcados, en primer
lugar, por la ausencia electoral de Luiz Inácio Lula da Silva,
el favorito a ganarlas según todas las encuestas antes de su
proscripción judicial y, en segundo lugar, por la incertidumbre y el
temor ante la posible victoria del fascista Jair Messias Bolsonaro, del
Partido Social Liberal (PSL).
Se trata, asimismo, de las primeras elecciones luego de la seguidilla
de escándalos, arrestos y condenas que sacudió por completo el sistema
institucional brasileño. Con decenas de dirigentes políticos y
empresarios presos, el descreimiento general hacia la política y las
instituciones, una violencia creciente en medio de la militarización y
la represión hacia los sectores populares, Brasil renovará su
presidente, legisladores y 27 gobernaciones en un clima inédito desde la vuelta a la democracia en 1986.
El escenario político está signado por la polarización entre los dos
favoritos: Fernando Haddad, el delfín de Lula y candidato del Partido de
los Trabajadores (PT), por un lado, y Bolsonaro por el otro. El resto
de los candidatos, 11 en total, han tenido poca incidencia en la campaña
a excepción del izquierdista Ciro Ferreira Gomes, del Partido
Democrático Laborista (PDT), quien ha reclutado un nada despreciable 11%
de intención de voto, según la última encuesta publicada por Datafolha.
Un escenario que se volvió a mostrar en el último debate presidencial
televisado, el pasado jueves, donde Bolsonaro terminó siendo el
principal tema de discusión aun siendo el único candidato ausente.
Las encuestas, que no dejan de ser un sondeo volátil e inexacto –en el 2014 vaticinaron a Marina Silva en segunda vuelta contra Dilma Rousseff y finalmente salió tercera–,
le dan una clara ventaja a Bolsonaro en primera vuelta con un 35% de
intención de voto, contra un 22% de Haddad. Todos los análisis de
opinión anuncian una segunda vuelta, que se realizaría el 28 de octubre,
entre estos dos contendientes, aunque será importante considerar la
diferencia que a priori le sacaría Bolsonaro a su competidor
más cercano para determinar cuántos esfuerzos tendrá que realizar el PT
para dar vuelta el eventual resultado en un posible ballotage. Con su habitual gesto de campaña, Bolsonaro simula disparar al muñeco de Lula.Las claves del candidato del PSL
En un principio, la candidatura de Bolsonaro –como lo fue la del
actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump–, comenzó en los
márgenes de la política, pero a medida que la crisis política, económica
y social de Brasil se profundizó, su intención de voto aumentó. El
candidato de la ultraderecha, un hombre misógino, homofóbico y violento,
supo captar el hartazgo social que se vive en el país tras las
investigaciones judiciales –parciales y dirigidas en su mayoría hacia el
PT– del Lava Jato.
Bolsonaro es el resultado de la estrategia desestabilizadora que el
establishment de la política y el empresariado de Brasil desataron desde
2013 para lograr deshacerse del PT. Entre los sectores a los que se le
dio rienda suelta para sumar voluntades contra el gobierno de Dilma, el
sector castrense y ultra-conservador tuvo un rol para nada despreciable y
desde 2017 logró tomar vuelo propio, sabiendo interpretar el hartazgo y
desconfianza de las clases medias hacia la política tradicional. Y ante
el fracaso del proyecto liberal conservador encabezado por Temer, la ultra-derecha fue creciendo como alternativa electoral.
Todo esto en un contexto definido por una rampante corrupción
general. El director de la empresa cárnica JBS involucrada en la trama
judicial, Ricardo Saud, confesó ante la Justicia que pagó más de 170
millones de dólares en coimas y que financió las campañas de 1.829
candidatos de 28 partidos distintos, es decir, casi toda la clase
política del país. Con su discurso violento y filoso, Bolsonaro supo
captar este malestar porque él, a pesar de tener una causa penal por
incitar a la violencia, no tiene causas judiciales por corrupción; es
decir, se presenta como la gallina limpia del gallinero podrido.
Bolsonaro también supo captar votos por la crisis económica que vive
el país. Uno de cada tres brasileños no tiene trabajo o está desempleado
según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) y hay
un récord de 3.162.000 personas que hace más de dos años buscan trabajo y
no lo encuentran. Su discurso, ultraliberal en lo económico –en donde
cuenta con el asesoramiento del Chicago Boy Paulo Guedes–,
promete reducir los impuestos a los más ricos y privatizar las empresas
estatales, entre ellas Petrobras, para resolver la crisis y hacer que el
país vuelva a crecer.
La Bolsa de San Pablo saludó con un repunte del 3% el crecimiento de Bolsonaro en las encuestas del último fin de semana.
En los últimos días previos a la primera ronda, dos señales
profundizaron el respaldo de los poderes fácticos hacia el excapitán del
Ejército: por un lado, la Bolsa de San Pablo saludó con un repunte del
3% el crecimiento de Bolsonaro en las encuestas del último fin de
semana; por el otro, el Frente Parlamentario de la Agropecuaria (FPA),
que reúne a 261 legisladores (sobre 594), entregó el martes previo a la
primera vuelta una carta al candidato de la derecha donde explicitaban
su apoyo en la carrera presidencial.
Asimismo, el discurso económico de Bolsonaro no solo contenta a los
mercados y al establishment, sino también a parte de los sectores pobres
y medios. Según una encuesta de Datafolha, la intención de voto entre
el segmento de menores ingresos es del 28% para Haddad y del 21% para
Bolsonaro. La diferencia no es tan amplia como sí lo es entre los
sectores de mayores ingresos, donde Bolsonaro le gana 44 a 15 a Haddad.
Es decir, el candidato de la ultraderecha arrasa en los segmentos más
ricos del país pero el aspirante del PT no genera el mismo efecto entre
los de menos ingresos, a pesar de ser el candidato del partido que desde
su creación (1979-1980) siempre se jactó de representarlos.
Las políticas propuestas por Bolsonaro para resolver la crisis
social, marcada sobre todo por la violencia y los homicidios, es la que
más ha llamado la atención de la prensa internacional y del electorado
local. No es para menos. En distintos actos públicos, incitó a “fusilar a
los petistas”, no repudió el asesinato de la concejala de Río de
Janeiro, Marielle Franco, ni el ataque que sufrió la caravana de Lula en
el sur del país a principio de año. Hechos a través de los cuales supo
cautivar sorprendentemente a un importante sector de la sociedad. Sus
propuestas a favor de la tenencia de armas por parte de los ciudadanos y
su frase “un bandido bueno es un bandido muerto” penetran,
mayoritariamente, en la clase media-alta blanca que está cansada, según
Bolsonaro, de ver cómo los delincuentes no son condenados debidamente
por la Justicia.
El candidato de la ultraderecha arrasa en los segmentos
más ricos del país pero el aspirante del PT no genera el mismo efecto
entre los de menos ingresos.
Además, hay que tener en cuenta el voto religioso, que se inclina
marcadamente hacia Bolsonaro con un 40% contra un 15% de Haddad. La
Iglesia evangelista, poderosa y fuerte en todo el país, coincide con el
candidato del PSL en varios puntos. Sus dichos homofóbicos –declaró que
no reconocería a un hijo homosexual– y anti-derechos del movimiento
feminista, como el acceso al aborto legal seguro y gratuito y educación
sexual, y su frase “Deus acima de todos” le valió el apoyo de
un sector para nada despreciable que cada vez es más poderoso en el
país. Las gigantescas movilizaciones de las mujeres bajo el lema Ele não
(Él no) no solo que no le restó apoyo sino que, por el contrario, su
intención de voto entre las mujeres subió de un 20% a un 27% y en este
sector le gana a Haddad por siete puntos de diferencia.
A todo esto se le suma el temor que existe en ciertos sectores ricos
de un posible retorno de la izquierda al poder. Si se tiene en cuenta
que Brasil fue el último país del continente en eliminar la esclavitud,
la campaña que asegura “vamos camino a ser Venezuela o Cuba” se mete
fácilmente en el electorado, que prefiere que los pobres y las minorías
excluidas sigan sin tener acceso a la educación, la salud o un plato de
comida. Fernando Haddad en campaña en el norte brasileño.
Por su lado, Haddad parece haber llegado a un techo con su discurso
centrado en captar la intención de votos que tenía Lula al comenzar la
campaña. Desde que fue designado como candidato, se ha puesto a la
figura del líder por encima inclusive de algunos de los ejes de campaña y
se le hizo imposible darse un vuelo propio, requisito necesario para
cualquiera que aspire a llegar a la presidencia del país. Estancado en
un 21-23% en la intención de votos, Haddad se estaría asegurando entrar a
un posible ballotage, pero la novedad de los últimos días de campaña es que comienza a no ser tan descontada una victoria en la segunda vuelta.
Según todas las proyecciones elaboradas sobre el posible ballotage
del 28 de octubre, el único escenario en que Bolsonaro tendría
posibilidades de convertirse en presidente sería ante el candidato del
PT. Cualquiera de los otros nueve sería preferido al candidato de
derecha, pero no Haddad. Ese estigma que pesa sobre el PT y el lulismo
será la principal arma que van a usar los demás sectores políticos en la
negociación de su apoyo para la segunda vuelta. La pregunta será:
¿cuánto está dispuesto a negociar el PT con el establishment para
asegurarse la victoria? La cantidad de votos que obtendrán los
candidatos que queden afuera de la segunda vuelta será el capital
político que pondrán a jugar para influir en los programas y propuestas
que se disputarán la presidencia. Y la particularidad del escenario
brasilero es que, probablemente, quienes deban sentarse a negociar sean
los outsiders de izquierda y derecha y, quienes ofrezcan o nieguen su apoyo, sean los sectores tradicionales del establishment político. Una amenaza continental
Brasil es la principal economía de América Latina; por lo tanto, su
futuro político, indefectiblemente, afectará al resto de los países del
continente. Un posible gobierno de Bolsonaro podría traer más
incertidumbre a un mundo ya vacilante con la administración Trump en
Estados Unidos. Hay que recordar que el candidato del PSL amenazó con
sacar a su país de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a pesar
de que la tradición histórica de la política exterior del país se haya
consolidado alrededor del reclamo de reforma del Consejo de Seguridad y
de la apertura de espacios de multilateralismo más representativos.
Los lineamientos de la política exterior de un posible gobierno de
Bolsonaro no están aún del todo claros. El candidato habló, por un lado,
de alejarse de China –y, por ende, de enfriar el avance del bloque de
los Brics–, que es vista como un riesgo para el continente, en
consonancia con la visión norteamericana para la región; y, por el otro
lado, de acercarse a socios como Israel, país del que el candidato es un
confeso admirador. Pero poco se le ha escuchado hablar en relación a
los proyectos de integración regional como el Mercosur y la relación con
Argentina, ejes tradicionales de la vinculación internacional del
Brasil.
En Brasil existe un electorado importante que votará por
un hombre que dice abiertamente que hay que matar a los ladrones, que
las mujeres deberían cobrar menos porque quedan embarazadas y que, entre
otras cosas, defiende a la última dictadura militar.
Pero más que hablar de las posibles consecuencias de un gobierno de
Bolsonaro, hay que analizar las causas sociales y políticas que explican
que una fuerza política como esta tenga posibilidades concretas de
llegar al poder, y su posible regionalización. ¿Existen fenómenos
similares en otros países de América Latina? ¿Qué imposibilita que en el
día de mañana no aparezca un Bolsonaro en Perú, Venezuela, Ecuador o
cualquier otro país del continente?
En Perú, las instituciones políticas atraviesan una crisis de
credibilidad, ya que los últimos cinco presidentes del país se
encuentran prófugos de la Justicia, procesados o presos. En la segunda
vuelta electoral de Costa Rica, el candidato del partido Restauración
Nacional, Fabricio Alvarado Muñoz, logró un 39,3% de los votos con un
discurso homofóbico y misógino. En Chile, José Antonio Kast, un hombre
que reivindica abiertamente la dictadura militar de Augusto Pinochet,
reunió más de medio millón de votos en la primera vuelta; y en Colombia,
volvió a la presidencia el ala más militarista y belicista de la
política con Iván Duque. La posibilidad real y latente que tiene
Bolsonaro de llegar a segunda vuelta –y ganarla– demuestra que su
política y su modelo se pueden replicar en distintos países de la
región.
La crisis institucional generalizada, la podredumbre enquistada en
los tres poderes del Estado, la desazón de una clase media empobrecida
en medio de los ajustes y el crecimiento de opciones fascistas –de la
mano de los poderes fácticos tradicionales– para frenar el ascenso de
opciones populares pueden llegar a ser algunos de los factores
determinantes en este fenómeno. Como lo han sido en otras latitudes y en
otros momentos de la historia. Más allá del resultado de las elecciones
del próximo domingo o del posible ballotage del 28 de octubre,
en Brasil existe un electorado importante que votará por un hombre que
dice abiertamente que hay que matar a los ladrones, que las mujeres
deberían cobrar menos porque quedan embarazadas y que, entre otras
cosas, defiende a la última dictadura militar que torturó y asesinó a
más de 400 personas. Y eso no es un problema únicamente brasileño, es un
problema continental.
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- Desde San Pablo, hoy Augusto Taglioni de Resumen del Surexplica acá el por qué del crecimiento de Bolsonaro.
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