jueves, 8 de noviembre de 2018

"Pasión de Multitudes: Trump y la polarización en EEUU". Por Leandro Morgenfeld (Revista Bordes)


ELECCIONES DE MEDIO TÉRMINO EN ESTADOS UNIDOS

Pasión de Multitudes: Trump y la polarización en EEUU


Por Leandro Morgenfeld* (UBA-CONICET)


Una vez más, el mundo entero observó con mucha atención lo que ocurría en Estados Unidos. Las elecciones de medio término siempre son una suerte de referéndum sobre la presidencia, pero en este caso todavía mucho más por el amor y odio que despierta Donald Trump, quien se puso al frente de la campaña de su partido, entendiendo que se jugaba allí su futuro político. No hubo un claro vencedor, lo cual requiere un análisis más preciso de los resultados. Lo que sí está claro es que la polarización política llegó para quedarse en el país del norte.



Los referentes republicanos y demócratas cantaron victoria cuando se conocieron los resultados. Las encuestas, esta vez, no erraron, al menos en términos generales. Trump logró retener, y ampliar incluso, la estrecha mayoría que tenía en la Cámara de Senadores, pero los demócratas, después de 8 años, lograron controlar la de Representantes, y tendrían una diferencia a su favor de más de 20 diputados. En cuanto a las gobernaciones, varias de ellas pasaron de manos republicanas a demócratas, pero no tantas como se esperaba. Hubo avance de la oposición, pero no arrasó la “ola azul” con la que se esperanzaban los críticos de Trump, quien tampoco obtuvo la “tremenda victoria” que festejó vía twitter en horas de la madrugada.


Los resultados

El martes se elegía a la Cámara de Representantes completa (435 escaños), que desde 2010 y hasta ahora dominaban los republicanos (235) por sobre los demócratas (193). Según los resultados preliminares, ahora habrá 222 azules opositores y 196 oficialistas (aún restan definirse 17 escaños). En la Cámara de Senadores había 51 republicanos y 49 demócratas (dos de ellos son independientes en realidad, pero suelen votar con la oposición) y en la nueva cámara alta los números serán 51 a 46, faltando definirse 3. Se calcula que la mayoría de los rojos se estirará al menos a 2 senadores más. En cuanto a los gobernadores, si bien los republicanos se impusieron en la mayoría de los 36 estados, perdieron 7 que estaban en sus manos, mientras que los demócratas ninguno. Se destaca, entre los triunfos azules, Wisconsin, con la dura derrota del gobernador republicano Scott Walker, quien no pude acceder a un tercer mandato. En Kansas, la demócrata Laura Kelly derrotó al ultraconservador con prédica anti-inmigrante Kris Kobach. Los azules ganaron también en Ohio, Pennsylvania y Michigan, tres estados claves en los que Trump había ganado en las elecciones de 2016. Al mismo tiempo, los republicanos lograron retener, aunque por márgenes más que estrechos, Georgia (la progresista Stacey Abrams no logró transformarse en la primera gobernadora afroamericana de Estados Unidos) y Florida, donde Andrew Gillum, apoyado por el socialista Bernie Sanders, estuvo a pocos votos de ser el primer gobernador afroamericano de ese estado (que finalmente quedó para el trumpista Ron De Santis). Otro triunfo significativo para el Great Old Party fue el del ultraconservador senador de origen cubano Ted Cruz, quien fue reelecto, derrotando al demócrata Beto O’ Rourke, quien se perfilaba como uno de los líderes del ala izquierda de ese partido.
En la suma total de votos para la Cámara de Representantes, los demócratas obtuvieron unos 50 millones de votos (51 %) contra 46,5 de los republicanos (47%), con un nivel de participación más alto que el promedio histórico para las elecciones de medio término (40%), pero que tampoco llegó a los niveles de las presidenciales de 2016. Es bueno destacar que el voto es voluntario en Estados Unidos, el acto eleccionario se realiza un día laboral y requiere inscripción previa. En los últimos años, sobre todo los republicanos han avanzado en diversos mecanismos de “supresión del voto”, para dificultar la participación de las clases populares (más de 14 millones de personas habrían perdido el derecho a sufragar, según algunos especialistas). Fueron las elecciones más caras de la historia (5.200 millones de dólares), gracias a la desregulación de los aportes por parte de empresas y lobbystas. Cada vez más, la democracia estadounidense se parece a una plutocracia.

Balance de las elecciones

En primer lugar, Trump salió airoso del primer test electoral desde que llegó a la Casa Blanca (tradicionalmente, en las elecciones de medio término se produce un retroceso del partido que ocupa el Ejecutivo). Y además consolidó su liderazgo en el Partido Republicano. Derrotó en las primarias a los que intentaron desafiarlo y demostró, como indican las encuestas, que si bien su imagen en Estados Unidos es relativamente baja (entre 40 y 45% oscila su índice de aprobación), entre los que se identifican como republicanos cosecha un 90% de apoyos. En estas circunstancias, y con la economía que sigue la senda de recuperación que se inició en el segundo mandato de Obama, tendría allanado el camino para ir por la reelección en 2020. Con el control de la Cámara alta podrá seguir nombrando jueces de su agrado (ultraconservadores y anti abortistas, como los dos que nominó para la Corte Suprema) y no tendrá grandes escollos en materia de política exterior.
Sin embargo, ya no tendrá el poder que ostentaba hasta ahora. La mayoría demócrata en la cámara baja puede trabar algunas de sus iniciativas legislativas (una reforma migratoria regresiva, el desmantelamiento del sistema de salud –conocido como Obamacare– y el avance con leyes que restrinjan el derecho al aborto) y, lo más temido, iniciar un proceso de impeachment. Sobre este punto vale una aclaración: con mayoría simple, la Cámara de Representantes puede votar el inicio del juicio político al presidente, pero luego los que juzgan son los senadores, y ahí se requerirían dos tercios de los votos para destituir a Trump. Eso es hoy imposible, pero un proceso de este tipo entorpecería toda la segunda mitad de su mandato, como en algún sentido ocurrió con Clinton en los años noventa.
Frente a esa posibilidad, Trump no perdió el tiempo. En la conferencia de prensa que dio al día siguiente de las elecciones amenazó directamente a los demócratas con hacerles la guerra y paralizar el gobierno si avanzaban con el impeachment, y echó al fiscal general Jeff Sessions, a quien venía acusando de no haber supervisado la investigación de la supuesta injerencia rusa en las elecciones de 2016, por la posible colusión entre su equipo y Moscú, que produjo la condena del ex jefe de campaña de Trump, Paul Manafort. Como ya demostró varias veces, cuando se siente en peligro, Trump contrataca con toda la fuerza. Quiso mostrar ayer mismo que está dispuesto a todo si los demócratas pretenden apoyar la investigación del fiscal especial Robert Mueller, que podría eventualmente iniciar al camino hacia su destitución.


El dilema demócrata  

Tras la crisis del partido en 2016, después de la impensada derrota de Hillary Clinton, todavía no está saldada la puja entre el establishment del partido (los sectores que, de la mano del capital financiero más trasnacionalizado, apostaron por la globalización neoliberal) y el ala izquierda, que se encolumnó con entusiasmo tras la candidatura de Bernie Sanders hace dos años y casi gana las primarias, a pesar de que la estructura partidaria apoyó sin fisuras a la ex primera dama. El senador “socialista democrático” fue reelecto por un amplio margen en Vermont este martes, aunque todavía no se aclaró si volverá a ir por la presidencia en 2020 (tendrá 79 años para ese entonces). Muchos jóvenes, enrolados en su movimiento Our Revolution, han activado fuertemente para asestarle un golpe a Trump este martes. El caso más emblemático es el de Alexandra Ocasio-Cortez, mesera de origen portorriqueño y del Bronx, quien con sólo 29 años será la congresista más joven de la historia de Estados Unidos. Se define como socialista, derrotó en las primarias a un peso pesado del establishment demócrata y este martes arrasó con el 77% de los votos en el distrito 14 de New York. Es el símbolo de la coalición de mujeres, jóvenes y minorías que está cobrando cada vez más protagonismo en la política estadounidense. Por primera vez habrá musulmanes en el Congreso. Serán dos mujeres demócratas, Ilhan Omar (Minnesotta) y Rashida Tlaib (Michigan). La primera vivió en un campo de refugiados somalíes, la segunda es de familia palestina. También habrá, por primera vez en más de 200 años, representantes de los pueblos originarios: Sharice Davids y Deb Haaland, demócratas de Kansas y Nuevo México. También se eligió por primera vez a un gobernador abiertamente gay, Jared Polis (Colorado), y a una mujer para gobernar el estado de Dakota del Norte: la republicana Kristi Noem. Ayanna Pressley, por su parte, será la primera afroamericana que representará a Massachusetts en la Cámara de Representantes. Esta líder, quien acusó a Trump de racista y misógino, había derrotado antes, en las primarias, a Michael Capuano, representante durante diez períodos en el Congreso. Lejos todavía de la paridad de género, en el nuevo congreso habrá 103 mujeres representantes (antes había apenas 84), lo cual muestra la cada vez mayor diversidad y representación de las minorías.
El dilema para el partido demócrata es que muchos ya no lo conciben como el que defiende los derechos de los trabajadores, que ataca a las corporaciones de Wall Street, cuestiona las crecientes desigualdades sociales, que defiende los derechos civiles, protege el medio ambiente y se opone a las aventuras bélicas del complejo militar-industrial. Desde el giro que le imprimió Bill Clinton en los años noventa, se transformó en el partido de las grandes elites cosmopolitas y globalizadas. Cuando en 2016 se produjo lo que Nancy Frazer denominó la crisis del “neoliberalismo progresista”, el partido se encuentra en medio de una pugna feroz. Joe Biden y otros pretenden correrlo hacia el centro, y disputar desde ahí con Trump, tal como hizo Hillary. Un ejemplo es el de Michael Bloomberg, el ex alcalde de New York (2003-2013), quien abandonó el partido republicano y recientemente se inscribió en el demócrata y anunció su intención de disputarle la presidencia a Trump desde allí en 2020. Este magnate, que ostenta una fortuna superior a los 50.000 millones de dólares, difícilmente pueda convencer a los trabajadores desencantados con la elite de New York y Washington (muchos de los cuales habían votado por Sanders en las primarias demócratas y luego optaron por Trump, para que no ganara Hillary).
El desafío, para la izquierda del partido, es lograr un poderoso movimiento como el que encabezó Bernie Sanders, construir una coalición entre los trabajadores, las mujeres, las minorías étnicas y sexuales, los jóvenes, los estudiantes, los científicos, los ambientalistas y pacifistas, que se oponga al discurso violento de Trump y la mayoría “silenciosa” de blancos anglosajones evangélicos, machistas y militaristas. Sólo así se logrará superar la apatía general (la mitad de la gente no va siquiera a votar) y derrotar a un presidente que irá, sin lugar a dudas, en busca de su reelección dentro de dos años. La polarización política se profundiza en Estados Unidos y las soluciones no parecen venir de correrse al centro. La campaña ya empezó.

* Doctor en Historia. Profesor UBA. Investigador Adjunto del CONICET. Autor de Bienvenido Mr. President. De Roosevelt a Trump: las visitas de presidentes estadounidenses a la Argentina (Ed. Octubre, 2018) y co-editor de Estados Unidos contra el mundo. Trump y la nueva geopolítica (Siglo XXI-CLACSO, 2018). Dirige el sitio www.vecinosenconflicto.com

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