lunes, 21 de noviembre de 2016

"¿Viva Trump, muerto el TPP?" (Luciana Ghiotto y Evelin Heidel)

¿Viva Trump, muerto el TPP?

 

¿Viva Trump, muerto el TPP?

Por Luciana Ghiotto y Evelin Heidel*
Notas.org.ar

La victoria de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos pone en duda el camino que seguirá el Tratado Transpacífico (TPP). Dos de sus principales promesas de campaña fueron “revisar el NAFTA” y “rechazar el TPP”, que le atrajeron un caudal de votos muy importantes. Pero, ¿está realmente muerto el proyecto detrás de este acuerdo de libre comercio?
Algunos análisis apresurados del recientemente electo Donald Trump ya han dado por muerto al Tratado Transpacífico (TPP). Sin embargo, la situación requiere un análisis más complejo. Aunque su campaña fue una sucesión de expresiones de racismo y xenofobia mezclada con un alto nivel de groserías y actos fallidos, lo cierto es que no se sabe de qué forma reaccionará una vez que sea investido con la faja presidencial de la primera potencia mundial.
Uno de los ejes fundamentales de la campaña de Trump fue la crítica acérrima a los Tratados de Libre Comercio (TLC) que firmó Estados Unidos en los últimos veinte años, con foco especialmente sobre el firmado con México y Canadá en 1994 (NAFTA, por su sigla en inglés). Trump caracterizó a los TLC como los causantes de la pérdida de empleos en el país. De acuerdo con datos oficiales de Washington, entre 1997 y 2013, EE.UU. perdió 5,4 millones de empleos manufactureros, a la vez que cerraron cerca de 82 mil fábricas.
En efecto, producto del aval jurídico que los TLC otorgan a las inversiones en el exterior, en los últimos treinta años las empresas norteamericanas relocalizaron su producción hacia el sudeste asiático y China. De este modo, evitaron los costos de los “altos” salarios norteamericanos. El desempleo creciente en EE.UU., no resuelto por las políticas librecambistas de los gobiernos demócratas, fue uno de los factores explicativos de la victoria de Trump.
Entonces, ganó Trump, ¿murió el TPP? Las señales indican la necesidad de manejarse con mayor cautela y, sobre todo, tener en cuenta que un tratado comercial es mucho más que su letra.
Un primer punto para la reflexión se basa en la experiencia acumulada. Cuando fracasó el ALCA hace once años, se frenó un proyecto de liberalización comercial que incluía a 34 países del continente. Rápidamente proliferaron diversos mini-ALCAs bilaterales de EE.UU. con países como Chile, Perú, Colombia, y varios centroamericanos y caribeños (el acuerdo conocido como DR-CAFTA). Mientras tanto, proyectos de liberalización similares proliferaron con la Unión Europea, China, Corea del Sur, Japón y Singapur, entre otros. El fracaso de un acuerdo en particular no implica su deceso como proyecto para garantizar la acumulación capitalista.
En segundo lugar, el TPP garantizaba un avance sustancial de los derechos de las corporaciones. Otorga mayores derechos de propiedad a las grandes farmacéuticas, a las empresas de servicios informáticos de Silicon Valley y abre los mercados para empresas tradicionalmente gestionadas con monopolios estatales, como el handling aeroportuario o los servicios de correo postales. Las grandes empresas de estos sectores son un eje fundamental del conglomerado industrial norteamericano. Aún cuando muchas de ellas fabriquen sus productos en el exterior, son quienes tienen un interés estratégico en que el TPP se firme. Son, en última instancia, los conglomerados industriales a los que Trump también deberá responder.
Sin Japón y sin EE.UU. no hay TPP. Técnicamente las disposiciones legales del tratado sostienen que debe ser ratificado por al menos seis miembros que sumen el 85% del Producto Bruto Interno del bloque para entrar en vigor. Esto abre dos escenarios.
El primero sería que frente a la no ratificación en Washington., el resto (o al menos varios) de los países ratifiquen el acuerdo y generen presión hacia el interior de EE.UU., para destrabar allí su aprobación o al menos forzar una renegociación que les permita mantener una posición comercial privilegiada con la potencia del norte, lo cual marcaría un escenario novedoso en las negociaciones comerciales.
Un segundo escenario estaría marcado por una profundización del bilateralismo, pero esta vez no desde el Norte hacia el Sur, sino Sur-Sur, cruzando el Pacífico, tal como fue inicialmente pensado el Tratado hasta la incorporación de Estados Unidos (Brunei, Chile, Singapur y Nueva Zelanda). Esto convertiría a la Alianza del Pacífico en una plataforma de negociaciones con los países del Foro de Cooperación Asia-Pacífico o la Unión Económica Euroasiática. Sin EE.UU., la firma de acuerdos seguiría, con el formato TPP, pero orientando su brújula hacia el centro neurálgico de las cadenas de valor globales.
Esto apunta directamente a uno de los aspectos más importantes de este tratado: el TPP logró consolidarse como el nuevo modelo de tratado comercial. En parte, porque algunas de sus cláusulas ya fueron aceptadas previamente en otros tratados (por ejemplo, muchas de las previsiones sobre propiedad intelectual ya estaban presentes en el TLC Estados Unidos – Chile). Así como la Organización Mundial de Comercio (OMC) en la década de los ‘90 fijó la agenda de liberalización, el TPP es el borrador principal de cualquier estrategia comercial del futuro.
Por último, el abandono de este proyecto no implica que la potencia no avance con otros tratados que se encuentran actualmente en negociación, como el Acuerdo en comercio de servicios (TISA, por sus siglas en inglés). ¿Qué diferencia al TISA del TPP tras la elección de Trump? El republicano puso el dedo sobre la pérdida de empleos manufactureros en el territorio norteamericano, pero si las empresas de servicios de la misma bandera acaparan mercados en el exterior, en su competencia con las europeas, eso beneficia a EE.UU. en términos de acceso a mercados y de recaudación impositiva. Esto implica que Washington puede mandar al freezer al TPP, pero continuar con su agenda de liberalización comercial.
Hasta que Trump no asuma, todos los análisis (incluido este) pueden ser considerados futurología. Pero hay algo seguro: el proyecto de liberalización comercial excede desde hace por lo menos dos décadas a las decisiones soberanas de los Estados y de sus respectivos representantes. La presión corporativa para convertir al mundo en una enorme factoría global y garantizarse ganancias superlativas en cualquier circunstancia es la esencia que sustancia y mueve las letras del TPP. Ese proyecto está lejos de estar muerto y Trump está lejos de ser uno de sus principales combatientes. La batalla contra el TPP no terminó, sólo cambió de forma.

@LulaVillaElisa y @scannopolis
*Integrantes de la Asamblea Argentina Mejor sin TLC

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