sábado, 21 de septiembre de 2024

Estados Unidos: elecciones en la era de la posverdad

 


Estados Unidos: elecciones enla era de la posverdad

Por Leandro Morgenfeld (Le Monde Diplomatique, Cono Sur, 20 septiembre 2024)*

 

Los comicios estadounidenses se caracterizan por particularidades ya conocidas, como los aportes multimillonarios de grupos de lobistas o el mecanismo de elección a través del colegio electoral, que son determinantes. Sin embargo, es la aparición de novedades tales como la inteligencia artificial o el auge de las redes por sobre los medios tradicionales, la que borra las fronteras entre lo falso y lo real, produciendo efectos imposibles de anticipar.

 

El 5 de noviembre se decidirá si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Kamala Harris será la primera presidenta mujer y afroasiática en la historia de Estados Unidos. Se elegirán también la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes, un tercio de los Senadores, Gobernadores y Alcaldes. La espectacularización de la política hace que el foco esté puesto casi exclusivamente en las cabezas de las fórmulas republicana y demócrata. La campaña se ciñe cada vez más a la discusión sobre sus posteos en redes,las frases pronunciadas en actos, fotos, gestos, videos o memes, soslayando las discusiones que deberían ser nodales en un país como Estados Unidos, todavía la primera potencia global: economía, seguridad social, desigualdad, cambio climático, política exterior y otras cuestiones centrales sobre el estado actual del núcleo del capitalismo. En este artículo nos vamos a correr del foco tradicional, para ocuparnos del lado B de las elecciones, de temas que en general no aparecen en el debate público o sólo ocupan un lugar muy marginal, pero que emergen como manifestaciones de las crisis profundas que atraviesan al hegemón. Daremos algunas pistas de cómo inciden, en la desgarrada democracia estadounidense y en estas elecciones, la inteligencia artificial, las redes sociales, los hackeos informáticos, los donantes millonarios, los denials, los mecanismos de supresión y distorsión del voto, las fake news, los terceros partidos y candidatos y el temor a una guerra civil.

¿Democracia o plutocracia?

George W. Bush liberó los aportes electorales privados, en particular provenientes de las corporaciones y los grupos de presión. En 2010 la Corte Suprema falló a favor de la desregulación de los lobistas. En 2016, por ejemplo, se registraron 2.368 SuperPACs (Comités de Acción Política) ante la Comisión Federal Electoral, grupos de lobistas que invirtieron más de 1.000 millones de dólares en esas campañas presidenciales. Si se suman los gastos de los aspirantes a las Cámaras de Representantes y de Senadores, las cifras se disparan. La carrera para controlar el Capitolio insumió 4.267 millones de dólares. El gasto total estimado alcanzó la astronómica cifra de 7.000 millones de dólares hace ocho años cuando ganó Trump. Y sigue creciendo desde entonces. Según la Comisión de las Elecciones Federales, en las presidenciales de 2020 y en las legislativas de 2022 se gastaron más de 14.000 millones en cada una. Este año se batirá otro récord, con una cifra cercana a los 20.000 millones. Sin ruborizarse, Trump y Harris se vanaglorian de las decenas de millones de dólares que recaudan cada semana. Los temas, candidatos y propuestas los fijan quienes disponen de cifras millonarias, mientras que los aportes de los pequeños donantes van quedando relegados frente a los de los grandes lobistas.

Sistema electoral distorsionado

El sistema electoral estadounidense determina la elección de presidente en forma indirecta a través del colegio electoral. Y no todos los votos valen lo mismo. En cuatro ocasiones no llegó a la Casa Blanca el candidato presidencial que ganó el voto popular, sino el que consiguió más electores, estando así sobre representados algunos Estados escasamente poblados. La última vez ocurrió en 2016: Trump ganó en colegio electoral (304 de los 538 electores), a pesar de que obtuvo 2.800.000 votos menos que Hillary Clinton. Lo mismo ocurrió en el año 2000, cuando Bush le ganó unas polémicas elecciones a Al Gore, habiendo obtenido medio millón de votos menos a nivel nacional. Además, existen muchos mecanismos de supresión del voto. Esto quiere decir que a millones de personas –pobres, negros e hispanos, en su mayoría–, en cada elección, se les niega el derecho político más elemental: el derecho a votar. La elección, además, se realiza en un día laborable (martes), el voto no es obligatorio y en la mayoría de los Estados es necesario registrarse para poder participar. A través del gerrymendering [ndlr:  diseño intencional de los distritos electorales con el objetivo de favorecer a un partido político o grupo en particular] se manipulan los distritos electorales para favorecer a un candidato. En 2016, por ejemplo, de una población total de 325 millones de personas, había habilitados para votar 231 millones, pero sólo ejercieron ese derecho 137 millones. La participación fue de apenas el 55% de los votantes habilitados. Trump, entonces, se convirtió en presidente con apenas el 27% de los votos del total de personas en condiciones de sufragar. En estas elecciones, si bien se vota en los 50 Estados, son siete los que van a definir la elección: Nevada, Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Wisconsin, Michigan y Pensilvania. Durante los últimos dos meses, las campañas vuelcan cientos y cientos de millones de dólares sólo esa pequeña porción del país. Según las principales encuestas, es probable que se repita el escenario de hace ocho años: los demócratas ganando el voto popular, pero perdiendo el colegio electoral.

Las principales encuestas prevén la repetición del escenario de hace ocho años: los demócratas ganando el voto popular, pero perdiendo el colegio electoral.

Bipartidismo exacerbado

El bipartidismo cerrado anula en la práctica la posibilidad de alternativas reales. La participación política está muy mediatizada. Se vota cada dos años, pero garantizando la alternancia exclusiva entre solo dos partidos, que tienen sus diferencias, pero ninguno cuestiona de fondo el statu quo, la condición de potencia que lidera el imperio del capital a nivel global. En las elecciones puede elegirse entre un demócrata o un republicano, pero esos partidos suelen bloquear o boicotear las alternativas al sistema. La presencia de legisladores de terceras fuerzas políticas es casi inexistente. Hace una década, por ejemplo, Bernie Sanders era el único de los cien senadores registrado como independiente. Y, para dar batalla a nivel nacional, debió hacerlo al interior del Partido Demócrata, cuyo establishment lo boicoteó en las primarias de 2016 contra Hillary Clinton y en las de 2020 contra Biden. En estas elecciones, Robert Kennedy Jr. se apartó del partido demócrata para postularse como independiente, pero fue perdiendo fuerza en las encuestas –su intención de voto no llegaba al 4%–, y finalmente dio un paso al costado, anunciando su apoyo a Trump, con la expectativa de formar parte de su futuro gabinete. A diferencia de lo que está ocurriendo en la mayoría de países de Occidente, el bipartidismo duro, hasta ahora, licuó en Estados Unidos casi todas las terceras fuerzas electorales. La izquierda, en tanto, luego del impulso que ganó con la candidatura de Bernie Sanders en las últimas dos presidenciales, y con mayor presencia en la Cámara baja, se debate entre seguir dando la pelea dentro del partido demócrata o ensayar una construcción por afuera. Jill Stein, del Partido Verde, y el activista progresista Cornel West no lograron que sus candidaturas despegaran.

Crisis de los medios tradicionales y las encuestas

Si Estados Unidos se vanagloriaba de tener un sólido sistema de poderosos medios de comunicación y una ingeniería electoral en la que las encuestas podían predecir el comportamiento político y electoral de su sociedad, hoy ya no es tan así. Como en casi todo el mundo, los medios televisivos, radiales y gráficos pierden audiencias, lectores y anunciantes y son desplazados por las redes sociales. Desde 2016, cuando casi todos los encuestadores fallaron con el pronóstico de victoria de Hillary Clinton sobre Trump, la incertidumbre pasó a ser moneda corriente. Hoy los sitios especializados en encuestas, como RCP o Fivethirtyeight proyectan a Harris apenas 1 o 2 puntos arriba de Trump en el voto popular, una ventaja muy menor a la que tenían los demócratas en 2015 y 2020 a esta altura. Pero, en los Estados oscilantes, los que pendulan entre demócratas y republicanos, hay una paridad extrema. En los siete Estados que definirán la elección, la diferencia es menor a 1,5%, o sea dentro del margen de error. Y esos van a definir quién llega al número mágico de 270 electores, es decir a la mayoría de los 538 que se eligen. Además, en la última década las encuestas vienen fallando en todo el mundo, y también en Estados Unidos. Se observa, entonces, una sociedad mucho más volátil y menos previsible que la de las últimas décadas. Allan Lichtman, un profesor de la American University conocido como el “Nostradamus” de las elecciones, quien pronosticó acertadamente todos los resultados en los últimos cuarenta años (salvo el polémico triunfo de Bush en el año 2000) con su método analítico de las “13 llaves”, acaba de anticipar que la próxima presidenta será Kamala Harris. El experto en encuestas Nate Silver, en cambio, es mucho más cauto.

Auge de las redes sociales y las fake news

La era en la que un escándalo judicial –como el Watergate– o un editorial de The New York Times o de The Washington Post podía inclinar definitivamente la balanza electoral parece haber terminado. Es el momento del auge de las redes sociales y de los canales de streaming. Proliferan ahí las fake news, sin control ni edición de nadie. Trump, al igual que buena parte de las ultraderechas en todo el mundo, se apalancó en el crecimiento de las redes sociales para presentarse como un outsider. Insulta continuamente a periodistas, canales de televisión y periódicos, mientras cuenta con el apoyo de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y dueño de la red social X, principal altavoz de Trump hasta que fue suspendido en enero de 2021, luego de haber alentado la toma del Capitolio. Trump creó en ese momento, sin mucho éxito, su propia plataforma, la red Truth Social, pero luego fue readminito en X cuando la compró el dueño de Tesla. En este tipo de sistema de comunicación alternativo se destacan referentes de las ultraderechas, como Tucker Carlson, ex presentador de Fox News que ahora hace campaña por Trump, o Milei. El ex presidente tiene más de 90 millones de seguidores en X, que sumados a los casi 200 millones con que cuenta Musk, confirman la potencia de esta nueva forma de comunicación. Si bien hace meses que viene aportando a la campaña republicana, luego del intento de magnicidio del 13 de julio blanqueó este apoyo, e incluso se declaró dispuesto a integrarse a un futuro gobierno de Trump, en una comisión de modernización del Estado (Departamento de Eficiencia Gubernamental), lo cual implicaría un salto cualitativo en el avance del poder de lo que algunos llaman el tecnofeudalismo. Otra manifestación del cambio de mapa comunicacional es el auge de los influencers. El martes 10 de septiembre, tras el debate presidencial, la cantante Taylor Swift declaró públicamente su apoyo a la demócrata, se burló de las misóginas declaraciones del candidato a vice J.D. Vance sobre las amargas “mujeres solteronas con gatos”, y pidió a los jóvenes que se registraran para votar. Enseguida logró millones de reacciones favorables y se triplicaron las inscripciones de mujeres menores de 25 años, quienes pueden influir en el resultado de las elecciones, que registran una importante “brecha de género” entre ambos candidatos.

Hackeos, injerencia externa e inteligencia artificial

Tres elementos novedosos de este proceso electoral son el uso de la inteligencia artificial en las campañas, los hackeos informáticos y la supuesta injerencia externa. Rusia fue acusada de interferir en las elecciones que llevaron a Trump al poder hace ocho años. Ahora se acusa también a China y a Irán. Incluso los servicios de inteligencia denunciaron un hackeo por parte del régimen iraní. Por otra parte, la inteligencia artificial se utiliza para crear imágenes (por ejemplo, las favorables a Trump, con adorables mascotas, o las que utiliza Elon Musk para caracterizar a Kamala Harris como una comunista), pero también entran a jugar los deepfakes, fotografías y videos manipulados, que se hacen pasar por verdaderos. Está cada vez más difuminada la frontera entre lo real y lo ficticio, entre la verdad y la mentira, lo que se potencia por el auge de las redes y la pérdida de audiencia y prestigio de los medios de comunicación y otras instituciones que chequean la veracidad de la información. Son las elecciones del auge de la posverdad, en las que se puede afirmar casi cualquier cosa sin consecuencias. Esa deriva, tan aprovechada por las ultraderechas en todo el mundo, erosiona el debate público, denigra la política y genera un caldo de cultivo para los discursos de odio y los enfrentamientos sociales. A fines de julio, la viralización de una fake news sobre la supuesta nacionalidad de un asesino en el Reino Unido, impulsada por grupos fascistas, provocó verdaderos pogromos contra los inmigrantes en ese país. Las alusiones de Trump a los inmigrantes haitianos que se comen las mascotas de los vecinos de Springfield, Ohio, en el debate presidencial del 10 de septiembre muestra cómo esas falsas noticias llegan hasta lo más alto de los discursos públicos y encienden las alarmas entre quienes temen un incremento de la violencia social.

Entre los conspiranoicos, que enraizan en una larga tradición histórica en Estados Unidos, están los denials, un movimiento que plantea que los demócratas volverán a hacer fraude para evitar que Trump gane.

¿Riesgo de Guerra Civil?

Trump no reconoció su derrota en 2020 y terminó instigando a sus seguidores a tomar el Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando el Congreso debía ratificar el resultado de los comicios. Se niega ahora a afirmar que aceptará los resultados del 5 de noviembre. Acusó a los demócratas de haber instigado el intento de magnicidio del 13 de julio y alienta una corriente que sostiene que van a arrebatarle el triunfo. Entre los conspiranoicos, que enraizan en una larga tradición histórica en Estados Unidos, están los denials, un movimiento que plantea que los demócratas volverán a hacer fraude para evitar que Trump gane y que llama a la resistencia. La encuestadora Marist publicó en mayo un trabajo que mostraba que el 47% de los estadounidenses cree que habrá una guerra civil en Estados Unidos durante su vida. Un mes antes, un sondeo de Rasmussen arrojó que un 41% de los estadounidenses pensaba que una guerra civil estallaría antes del final de esta década. En un país en el que, según The Wall Street Journal, hay más de 20 millones de rifles semiautomáticos AR-15 –el que usó el joven que disparó contra Trump– en manos de civiles (hace 30 años eran menos de medio millón), el temor general parece más que fundado.

Múltiples crisis

Estados Unidos atraviesa una crisis económica (déficit comercial récord, exorbitante deuda pública, desindustrialización, menor productividad, infraestructura obsoleta, desdolarización y retraso en la carrera tecnológica frente a China), social (aumento de la desigualdad, la indigencia, millones de personas sin cobertura médica, aumento exponencial de las muertes por sobredosis) y política (la grieta es cada vez más pronunciada). Crece la desconfianza en las instituciones, hay un nivel mayor de confrontación y un riesgo creciente de que esas fracturas internas lleven a una guerra civil. La hegemonía global de Estados Unidos está desafiada, se tensan las relaciones con sus aliados, los países de Europa y Japón, y enfrenta a China, Rusia, India y otros polos emergentes que disputan el poder global. Los desafíos internos que sacuden a la potencia declinante son cada vez mayores. Nada indica que las elecciones del 5 de noviembre vayan a atemperarlos. Se avecinan tiempos convulsos en la cabeza del imperio.

 

* Profesor UBA. Investigador CONICET. Coordinador GT CLACSO Estudios sobre Estados Unidos.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

 

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