domingo, 16 de diciembre de 2018

La vía Macri de “estar en el mundo”. Por Jorge Halperín

 
Página/12


Imaginemos que en un eventual torneo de habilidades el jurado se empeña a toda costa en darnos algún premio, y encuentra la fórmula: nos cuelga una medalla de lata como los campeones de la masticación de chicle. Y los diarios líderes nos suben al podio y nos sacan la foto triunfal.

Algo parecido explica que Argentina integre el exclusivo club de las potencias mundiales en el G-20, siendo la economía más chica, la que tiene menores intercambios y cuyos habitantes poseen el más débil poder adquisitivo del grupo.

¿Cómo fue posible incorporarnos a ese foro que maneja el 85% de la riqueza mundial y el 75% del comercio? Ocurrió porque, al crearse en 1999, el G7 comenzó siendo un foro de presidentes de bancos centrales y ministros de finanzas del mundo, y se incorporó a nuestro país por ninguna razón ligada a un improbable éxito económico, sino porque en esos momentos, con el menemismo, era un gran tomador de deuda (como desde 2016 volvió a serlo con Cambiemos), y continuaba siendo presentado como el mejor alumno del “Washington consensus”.

Pasaron los años y desde 2008 la economía mundial sufre un colapso. El foro fue sumando a naciones de desarrollo intermedio y complejizando sus alcances. Pero, a pesar del default argentino, se evaluó que excluirnos de aquel espacio replicaría mal en otras naciones similares

Hace poco más de una semana, el presidente Macri sobreactuó en Buenos Aires gestos confianzudos, masticando y paseándose como distraído entre los líderes mundiales, y sacó pecho como miembro de las ligas mayores justo cuando “la economía argentina se fue a la ‘B’” (Guillermo Nielsen).

Aprovechando que el gobierno pobló últimamente la agenda pública de referencias deportivas, podríamos decir que mientras que el Presidente deslizaba lágrimas de orgullo en la imponencia del teatro Colón, la verdad es que los líderes mundiales le llenaron la cara de dedos:

* Días antes de la reunión en Buenos Aires, el presidente de Francia, Emmanuel Macrón, rechazó firmar el acuerdo UE-Mercosur que tanto busca Macri.

* El mandatario argentino metió el sensible tema Malvinas violín en bolsa en su reunión con la premier británica Theresa May.

* Donald Trump, además de hacer hocicar a Mauricio con su vocera intentando comprometerlo en la crítica a las “prácticas depredatorias de China”, le bajó el pulgar a la construcción de centrales nucleares programadas con Rusia y China recordando que de su dedo imperial depende la continuidad del crédito del FMI. Y Argentina mintió oficialmente “problemas de presupuesto” para desactivarlas.

* Apenas concluida la reunión en Buenos Aires, la Comisión Europea hizo saber que volverá a pedir que se apliquen aranceles a la importación de biodiesel proveniente de la Argentina, acusando a nuestro país de subsidiarla. Recuérdese que Argentina encontró en el mercado europeo una salida a sus exportaciones de biodiesel por un valor de U$S 1.500 millones luego de que EE. UU. nos cerrara su mercado.

* Brasil, lejos nuestro principal socio económico, sólo envió a su presidente saliente, un sujeto completamente impopular, semanas después de que su presidente electo, Jair Bolsonaro, diera claras señales de que la relación con Argentina no es prioritaria.

* Más aún, si la guerra comercial entre Estados Unidos y China no se aplaca, los orientales llevarán la peor parte, y ello podría castigar las exportaciones argentinas de soja.

Claramente, Macri fue el anfitrión pasivo del encuentro. La vía Macri de “estar en el mundo” es hacerlo a contramano, abrir de par en par nuestra economía en un planeta que todos se amurallan para proteger sus producciones locales. Y obtiene a cambio tristes propinas: el acuerdo para venderle cerezas a China, la ampliación del swap de monedas con Pekin, al que cuando era oposición calificaba de “billetes de colores”, y las selfies con Trump, Xi Jinping y Putin.

Todos sabían que el G-20 en Buenos Aires no tendría avances en medio de la agresiva guerra comercial de las dos superpotencias, y en un ambiente en que el proteccionismo se expandió como virus entre los países líderes. En junio había concluído la reunión del G7 (sólo las potencias) en Canadá en medio de desplantes de Donald Trump y peleas con Angela Merkel, que vende muchos más autos a EE.UU que los despachos que van en la dirección opuesta, y también de choques con el anfitrión Pierre Trudeau, que consideró “demencial” la suba de aranceles a ciertos metales por parte de Washington.

Pero, 9.000 kilómetros al sur, las cosas se miran con otra lente. Asi como la vicepresidenta Michetti aclaró en las últimas horas que las promesas de la campaña presidencial de Macri no eran para ser cumplidas, las declaraciones y los gestos del presidente no deben vincularse con la realidad real. En un gobierno de Cambiemos que no permite que los hechos concretos fastidien su relato, seguramente las lágrimas de Macri no eran por los fracasos de este G-20, que ni siquiera pudo incluir en su comunicado final un párrafo contra el proteccionismo, como lo hizo dos años atrás el G-20 reunido en Hamburgo.

Daba la impresión de un llanto de alivio, luego de las muchas tensiones que precedieron al cónclave (los problemas de inseguridad previos que rodearon a la frustrada superfinal en la cancha de River y que lo llevaron a exigir la renuncia del secretario de seguridad de la ciudad; los desplantes del presidente norteamericano; los cuestionamientos de la prensa mundial a la presencia argentina en G-20 y la incertidumbre sobre el alcance de las manifestaciones que cuestionarían la cumbre, que llevó a militarizar la ciudad y pedir a los porteños que se fueran lejos).

Tal vez las lágrimas sólo surgían por el modesto orgullo de Macri como organizador de eventos que, si se pasa por alto la seguidilla de papelones a la vista del mundo, tal vez califique para el Rotary Internacional.

Mientras tanto, el resultado fue más contundente que la super final River-Boca: G-20-Argentina cero.

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