domingo, 18 de diciembre de 2016

"Un cambio de era: giro a la derecha"




Por Juan Manuel Navarro
La Voz del interior

La ultraderecha gana terreno en Estados Unidos y Europa ante el descontento con la globalización y el estancamiento económico. Rebrote de nacionalismos, xenofobía y racismo en el centro del mundo. Puede ser el cambio occidental más importante desde la caída del muro de Berlín. Cómo puede seguir el panorama.
Europa vive un ascenso de las derechas radicales como no se conocía desde la década de 1930. Al mismo tiempo, Donald Trump llega a la presidencia de los Estados Unidos con la promesa  de deportar 11 millones de indocumentados, construir un muro en la frontera con México y "hacer grande otra vez América", entre otros anuncios de ese tono.
Desde ambos lados del océano Atlántico, crece el rechazo contra la globalización, la inmigración y los partidos políticos tradicionales. Y gana terreno el ultranacionalismo. Como señalan sociólogos y politólogos, en amplios sectores de esas sociedades crece el sentimiento antisistema. Algo así como el "que se vayan todos" en la Argentina de 2001, pero en una versión recargada.
Olivier Dabène, politólogo e investigador del Instituto Sciences Po de Paris, explica: "La ola antiestablishment claramente tiene que ver con la magnitud de la crisis económica que sufrimos desde hace casi 10 años; y con la perspectiva de una profundización de la globalización, que produce ese tipo de crisis".
En diálogo desde París, Dabène señala que los gobiernos nacionales y los órganos regionales no han estado a la altura de esos desafíos: "Se advierte una cierta impotencia para imaginar soluciones eficientes. Hay un trasfondo de mucha frustración de cara a esa incapacidad de reactivar el crecimiento y de luchar contra el desempleo. Es una mezcla muy peligrosa. Creo que hay un problema de gobernabilidad".Aunque los fundamentos ideológicos, la retórica y el nivel de extremismo político difieren de un país a otro, existen rasgos comunes. Los ultranacionalistas europeos repudian las instituciones regionales. Trump dijo que eliminará los tratados de libre comercio. Todos defienden la idea de cerrar las fronteras y, como muestran los sondeos en Europa y las elecciones en Estados Unidos, su respaldo  social está en aumento.

En Francia, el ultraderechista Frente Nacional de Mariane Le Pen lidera las intenciones de voto para las elecciones presidenciales de 2017. En Hungría, el movimiento de extrema derecha Jobbik (ver nota aparte) se convirtió en el principal partido de la oposición, al igual que el Partido Liberal Austríaco, que es tachado de filonazi. También en Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Eslovaquia, Bulgaria, Finlandia, Suecia e Italia la derecha radical se consolida.
Lecciones del Brexit
En junio pasado, el referéndum en Gran Bretaña terminó de encender las alarmas. El triunfo de la opción por la salida de la zona euro puso en evidencia tres cuestiones: la primera, el desgaste del bipartidismo Laborista-Conservador, que hizo campaña por la continuidad en la Unión Europea. Luego, el ascenso del ultraderechista Partido de la Independencia de Reino Unido (Ukip), promotor del Brexit, que agitó el rechazo a la inmigración y la xenofobia. Por último, el Ukip prometió recuperar el poderío económico británico del pasado, una suerte de "política de la nostalgia" que encontró una buena acogida en ciudades pequeñas castigadas por la desindustrialización (y el desempleo) y en zonas rurales. Con matices, estos componentes aparecen en el discurso de los pares continentales de la extrema derecha británica.
"En Europa, 'antiglobalización' significa 'anti Unión Europea e integración regional'. Es una tendencia muy fuerte que el Brexit agravó. Si se acentúa o no, dependerá precisamente de lo que pase en Gran Bretaña. Si su economía repunta, seguramente otros países seguirían el mismo camino, de lo contrario probablemente no", aventura Dabène.
Tiempo de cambios
Para Diana Tussie, directora de la maestría en Relaciones Internacionales de Flacso, los países centrales están embarcados en fuertes transformaciones sociopolíticas. "Creo que es un cambio tan grande como en su momento fue la caída del Muro de Berlín. Pero a diferencia de ese episodio, el proceso actual no tiene un rumbo fijo. La disolución del bloque soviético postulaba un rumbo: el Consenso de Washington, el mercado y la globalización. Había además una idea libertaria y de que todo iba ir mejor", afirma Tussie.
"Lo que vivimos en la actualidad –continúa- es muy diferente. Hay una colisión entre la política y la economía, que tiende a la unificación, la interdependencia y la globalización. Los procesos democráticos se están plantando contra estas dinámicas. Entran en colisión las lógicas de los mercados globales con la decisión de los votantes".


Contra la austeridad

Las posturas radicales son la contracara de la alicaída economía, el miedo al desempleo y el declive del Estado de Bienestar. Pese a la inyección de miles de millones de dólares en el sistema financiero después del crac de 2008, las perspectivas económicas parecen poco prometedoras para los países centrales, que enfrentan una fase de contracción más prolongada que la 1929-1933.
El periodista de la BBC Paul Mason escribe en su libro Postcapitalismo (Paidós, 2015): "Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), el crecimiento en el mundo desarrollado será 'débil' durante los próximos 50 años. La desigualdad aumentará un 40 por ciento. Incluso en los países en vías de desarrollo, el dinamismo actual estará agotado para 2060. Aunque no lo digan los economistas de la Ocde, podemos afirmar que la época dorada del capitalismo ya es historia en el mundo desarrollado, y en el resto, lo será también en muy pocas décadas".
Es cierto que el sistema financiero se estabilizó, pero el costo fue un aumento exponencial de la deuda pública, que en muchos países supera el 100 por ciento del Producto Interno Bruto. Ante ello, los gobiernos de la Unión Europea adoptaron políticas de austeridad que implicaron recortes en prestaciones sociales, trabajadores públicos y pensiones. En los países más afectados, los sistemas de pensiones quedaron prácticamente destruidos, se retrasó la edad jubilatoria y se privatizó la educación.
Con este trasfondo, crece el desencanto y la bronca en amplios sectores de la sociedad, que ven cómo se paga la crisis a costa del deterioro de su calidad de vida. A diferencia de los partidos de izquierda como Syriza (Grecia) y Podemos (España), que pese a ser muy críticos de la Unión Europea no proponen hacerla saltar por los aires, la ultraderecha apuesta a la vuelta de las monedas nacionales y a la recuperación de la soberanía cedida a los órganos supranacionales. Cuestionan la pertenencia a una identidad europea común y, en su lugar, pretenden la reafirmación de las identidades nacionales anteriores a la unificación.
Como se vio en el Brexit, la llegada masiva de inmigrantes es otro foco de tensiones. Los trabajadores provenientes de Europa del Este agigantaron el miedo de sus vecinos del oeste a la pérdida del empleo o a la caída del salario. Al mismo tiempo, las prestaciones estatales, que en muchos casos sufren el congelamiento o el recorte de fondos públicos por las políticas de austeridad, deben redoblar sus esfuerzos para atender a más gente. Estos temores fueron hábilmente utilizados por los partidarios del Brexit, que elevaron los niveles de xenofobia y nacionalismo como hacía mucho tiempo no se veía.
A lo que se agrega la crisis de los refugiados –cientos de miles huyen de los conflictos bélicos de Medio Oriente y África-, sumando tensión al ya de por sí regresivo clima social que se vive en el viejo mundo.
¿Lo que vendrá?
La desregulación financiera, el retroceso del Estado, la apertura y transnacionalización de las economías y las construcciones supranacionales, entre otras medidas impulsadas tras la caída del Muro de Berlín, dieron forma al orden global que hoy está bajo presión. "Creo que hay un malestar con la globalización neoliberal que se impone hace 30 o 40 años y que produce cada vez más desigualdad, exclusión y pérdidas de derechos sociales para las mayorías. El problema es que hasta ahora ese descontento está siendo canalizado en favor de candidatos y propuestas xenófobas, socialmente regresivas", acota Leandro Morgenfeld, coordinador del Grupo de Estudios sobre "Estados Unidos, perspectivas América Latina y Argentina" de Clacso e Investigador del Conicet.
"El desafío para las fuerzas políticas populares, progresistas y de izquierda –prosigue- es recuperar la iniciativa. Hay experiencias, como algunas de las que se produjeron en América Latina y Europa en los últimos años. También en Estados Unidos, donde surgió hace cinco años el movimiento Occupy, y se plasmó en estas elecciones en el enorme apoyo que cosechó la candidatura de Bernie Sanders entre los jóvenes. En este momento de crisis del neoliberalismo, hay condiciones para impugnar esa ofensiva del capital sobre el trabajo y construir una alternativa progresista".
Con todo, se trata de un escenario abierto. Como se vio semanas atrás en las elecciones generales de Austria, con el triunfo del candidato ecologista por sobre la extrema derecha, la llegada al poder de las alternativas radicales no es un trámite.
De hecho, Dabène cree que el rebrote de estos grupos no será duradero. Aunque hay motivos para el pesimismo, el politólogo pone fichas a la (en su opinión) incipiente recuperación económica en algunos países de la Unión Europea.
"Si esta tendencia se consolida –indica-, los partidos tradicionales se fortalecerán. Lo que pasó en España (la formación del nuevo gobierno a cargo del Partido Popular) es muy emblemático; luego de tres elecciones y meses de parálisis, Rajoy vuelve al poder, superando el desafío de Podemos o de los partidos de centro. Creo que algo similar pasa en otros países, donde las fuerzas tradicionales no desaparecen y están tratando de frenar los progresos de los partidos radicales y progresivamente lo están haciendo".
Como sea, en 2017 habrá elecciones generales en Holanda, Francia y  Alemania. En los dos primeros, la ultraderecha luce fortalecida y su triunfo en alguno de estos países supondría el fin de la Unión Europea. En Alemania, la canciller Angela Merkel domina la escena, pero los sectores radicales están en ascenso.
La última palabra la tendrá el voto popular. Como el mes pasado en Estados Unidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario