viernes, 8 de julio de 2016

"Estados Unidos ante las independencias americanas"

Estados Unidos ante las independencias americanas

 

Estados Unidos ante las independencias americanas


Por Leandro Morgenfeld* 
Notas.org.ar

A 200 años de la declaración de independencia, es bueno revisar cómo se forjaron las relaciones con Estados Unidos en esa etapa fundacional. ¿Por qué el país del norte no se transformó en un aliado clave en las luchas por la independencia de sus vecinos del sur? ¿No alcanzaba con el pasado colonial común? ¿Qué distintas políticas desplegó Estados Unidos hacia los países que ansiaban reconocimiento diplomático y ayuda económica y militar en plena era de revoluciones y guerras? ¿Por qué se produjo finalmente el reconocimiento? ¿Qué fue la doctrina Monroe? ¿Qué significaba realmente “América para los americanos”?

Antes de que estallara la Revolución Francesa (1789), el continente americano se conmovió al final del siglo XVIII con la declaración y guerra de independencia de los Estados Unidos de Norteamérica. En 1776, George Washington encabezó la ruptura del vínculo colonial con el gobierno metropolitano situado en Londres. Esta revolución influyó a los libertadores que años después liderarían los levantamientos para terminar con tres siglos de opresión política, económica y social. Aunque era de esperar que, desde 1808, cuando las distintas juntas americanas fueron profundizando las rupturas con Europa, la Casa Blanca tuviera una actitud activa para apoyar a sus vecinos del sur, la posición del gobierno estadounidense fue más bien expectante durante las guerras de independencia.

Las guerras de independencia del sur

Cuando en 1814 se produjo la restauración de los borbones en el trono español, Fernando VII inició la reconquista. La situación de los nuevos gobiernos revolucionarios de América Latina tambaleó al compás de los ataques realistas. Fueron diez años de cruentas guerras de independencia. El reconocimiento diplomático estadounidense, buscado activamente por representantes de los gobiernos de las nuevas naciones latinoamericanas, fue esquivo casi hasta el final de las luchas anticoloniales.
Durante las presidencias de James Monroe (1817-1825), el Secretario de Estado fue John Quincy Adams, quien era de la idea de que España terminaría derrotando a las revoltosas colonias, por lo cual la Casa Blanca debía permanecer neutral en el conflicto que revolucionaba al continente. Sin embargo, había también en Estados Unidos grandes comerciantes, industriales y financistas ávidos de expandir sus negocios hacia el sur. Estos últimos presionaban a su gobierno en favor de otorgar ayuda económica y reconocimiento de la independencia a las ex colonias. Más allá de estos intereses, los sectores neutralistas se opusieron a apoyar activamente a los revolucionarios del sur, y el Congreso estadounidense ratificó la prescindencia en 1818.
Gran Bretaña, la gran potencia de la época, estaba interesada en romper el viejo monopolio comercial colonial y alentaba la lucha contra España (aunque el canciller Lord Castlereagh era partidario de negociar con Madrid). Los ingleses pretendían una solución que implicara mayor autonomía para las colonias y el establecimiento del libre comercio, que era el objetivo que perseguía la expansiva burguesía británica. Incluso cuando actuaban conjuntamente para oponerse a las potencias de Europa continental, Londres y Washington, tempranamente, ya estaban disputando zonas de influencias en América Latina.

Cambio de estrategia y nueva doctrina

Hacia 1820, Estados Unidos comenzó a comprometerse cada vez más en el resto del continente. Esto respondía a intereses comerciales (disputar un mercado controlado por los ingleses), a razones ideológicas (oposición al viejo colonialismo europeo) y también geoestratégicas (erigirse en la potencia hegemónica en la región).
Monroe negoció con España la compra de la Florida por una suma irrisoria y acordó anexarse esa región estratégica por insignificantes cinco millones de dólares. Fernando VII, temeroso de que Washington pudiera reconocer las independencias latinoamericanas, retrasó la concreción de la venta, que se materializó recién en febrero de 1822. Tras asegurarse esta operación, el presidente estadounidense informó al Congreso de su país que reconocería las independencias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Perú, Chile, Gran Colombia y México. Más de diez años demoró esta acción tan anhelada por los libertadores de América.
¿Por qué se demoró tanto el efectivo reconocimiento? Estados Unidos no estaba seguro del resultado que tendrían las guerras de independencia y por eso eligió mantenerse prescindente. Además, prefería no poner en riesgo su propia expansión territorial. Se decidió a actuar cuando, en 1823, Francia invadió España para terminar con la experiencia liberal inaugurada en 1820 y restaurar la monarquía absoluta de Fernando VII. La Casa Blanca temía que la ofensiva de Francia y la Santa Alianza pudiera implicar un nuevo reparto colonial del viejo imperio español.
La avanzada expansionista estadounidense temía la potencial competencia europea. Tras garantizar la compra de la Florida y tomar nota de la relativa estabilidad y consolidación de las nuevas naciones latinoamericanas, en Washington se fueron imponiendo los sectores que pugnaban por una rápida y unilateral acción estadounidense, dejando de actuar conjuntamente con Londres. Había que alejar de América la influencia de Europa, pero también la de Rusia, que además de Alaska pretendía posicionarse en Oregón. Monroe y Adams avanzaron, desde junio de 1822, en el reconocimiento diplomático de las Provincias Unidas, Chile, Perú, Gran Colombia, México y Brasil.
Había llegado la hora de horadar la vieja hegemonía europea en América. El 2 de diciembre de 1823, Monroe planteó en el Congreso la doctrina que llevaría su nombre y cuyo lema era America for the Americans. Traducido, en su uso habitual, significaba que América era para los (norte)americanos. O sea que no permitirían avances de potencias extra-continentales en el hemisferio occidental.
En su famoso mensaje, Monroe declaró que considerarían cualquier intento europeo de extender su sistema político al continente americano como peligroso para la paz y la seguridad de Washington. Esta doctrina también tuvo por objeto descartar efectivamente la propuesta inglesa de una declaración conjunta sobre la problemática de las ex colonias hispanoamericanas. La doctrina Monroe era una de las manifestaciones del nuevo expansionismo que Estados Unidos desplegaría en América en las décadas siguientes, construyendo un área de influencia propia, un “patio trasero” bajo su estricto control.
En síntesis, tras el estallido del conflicto en Europa y las luchas anticoloniales en América Latina, los dirigentes revolucionarios plantearon la necesidad de la ayuda de Estados Unidos. Tanto desde el punto de vista político como financiero y militar. Sin embargo, el gobierno del país del norte permaneció relativamente al margen de las contiendas en el sur del continente y sólo se involucró cuando las pretensiones de España parecían fracasar, y tras asegurarse la adquisición de ciertos territorios. El reconocimiento de las naciones independientes y la doctrina Monroe respondieron a nuevas necesidades geoestratégicas de Estados Unidos, que comenzaba a disputar a Europa la hegemonía en América latina.

@leandromorgen

* Docente UBA. Investigador Adjunto del CONICET. Este texto es un fragmento del primer capítulo de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos. www.vecinosenconflicto.blogspot.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario