sábado, 25 de mayo de 2013

Argentina y EEUU en la última década: tensiones y distensiones




Fragmento del capítulo 10 de Relaciones Peligrosas, sobre el vínculo bilateral en los últimos años: 

Tensiones y distensiones

Desde el choque entre Bush y Kirchner en Mar del Plata, hasta la actualidad, la relación bilateral atravesó distintas alternativas, oscilando entre las tensiones y las distensiones. La crisis de 2001, junto con el “cambio de época” en América Latina, determinaron, en distintos niveles, una reorientación, al menos parcial, de las políticas de los años noventa. Lo propio pasó en la política exterior argentina. Es preciso preguntarse qué rupturas y continuidades pueden observarse entre el realismo periférico menemista y la política exterior kirchnerista.
            Para muchos analistas, desde 2005, cuando el gobierno de Néstor Kirchner se opuso al ALCA, se inició una nueva etapa, con una política exterior más autónoma y de creciente conflictividad con Estados Unidos, abandonando el “seguidismo” de Washington que caracterizó al gobierno de Menem. Esos analistas reivindican generalmente la política exterior de los últimos años, señalando que despliega rasgos de autonomía: se prioriza la integración latinoamericana; se diversifican las vínculos comerciales externos (destacan los nuevos lazos con China, India y otros países asiáticos y africanos); se realizan activas gestiones para promover las exportaciones; se alentó la creación de la UNASUR; se  participa destacadamente en el G-20; se dio impulso al Mercosur, con una orientación distinta a la del “regionalismo abierto” de los noventa (y que incorporó a Venezuela en julio de 2012); se canceló la deuda con el FMI; se logró licuar la presión de los bonistas externos y disminuir gran parte de la deuda en default; se tuvo una acción diplomática destacada frente al golpe en Honduras; y se puso en marcha una ofensiva internacional para presionar en Gran Bretaña en función de que inicie negociaciones por Malvinas.
            Desde la crítica del establishment, se insiste con las ideas mencionadas recurrentemente en la gran prensa: Argentina no es un país “normal” ni “serio”, como Brasil, Uruguay o Chile. Se aísla del mundo, desplanta a líderes como Bush (2005) u Obama (argumento que, en parte, debió ceder frente al acercamiento bilateral iniciado en noviembre de 2011). Su actual canciller, Héctor Timerman, es acusado como poco profesional y que no guarda las formas diplomáticas. Se dice que la política exterior está teñida por los intereses (populistas y demagogos) políticos internos. Se insiste, además, en que los constantes cambios de reglas y violaciones de las normativas espantan a los inversores y dificultan el financiamiento externo.
            Desde sectores de izquierda, se enfatiza en el divorcio entre la prédica nacionalista y popular del discurso del gobierno y una inserción internacional que favorece los agronegocios y un modelo extractivista, con la sojización y la minería a cielo abierto, dominada por grandes corporaciones extranjeras, como uno de los símbolos de esa orientación. Se remarca que los gobiernos socialdemócratas latinoamericanos sirven más bien como contención de los procesos más radicales, como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, donde sí se plantea una orientación anti-estadounidense y se habla al menos del "socialismo del siglo XXI". Desde esta perspectiva, se remarca la contradicción entre una prédica latinoamericanista y la renuencia a integrar el ALBA o a profundizar la CELAC. Además, el ingreso al G20 y las señales a favor de Estados Unidos y los mercados financieros son interpretados como una manifestación del doble discurso del gobierno.
            A lo largo de 2011, la relación entre Argentina y Estados Unidos volvió al centro del debate debido a los múltiples roces bilaterales. Desde la IV Cumbre de las Américas el vínculo bilateral había atravesado distintos conflictos: la valija de Antonini Wilson (sindicada como una operación contra Kirchner, poco después de haber sido electa); los cables filtrados por Wikileaks (en muchos de ellos se mostraba tanto la fluida relación de dirigentes opositores y editorialistas de algunos diarios con la embajada de Estados Unidos, como el doble discurso del gobierno frente a ciertos dirigentes latinoamericanos fuertemente enfrentados a Washington, como Chávez o Evo Morales); el conflicto por  el avión militar estadounidense requisado personalmente por el canciller Timerman (a quién la prensa opositora acusó de haber sobreactuado, con objetivos meramente electorales), la gira latinoamericana de Obama (que viajó en marzo de Río de Janeiro a Santiago de Chile sin pasar por Buenos Aires) o los votos de Estados Unidos contrarios a que Argentina recibiera fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial. Sin embargo, el 4 de noviembre, tras el cierre de la Cumbre del G20 en Cannes, se produjo una entrevista entre Obama y Kirchner. Fue la escenificación del nuevo rumbo que, tras las elecciones del 23 de octubre, tanto la Casa Blanca como la Casa Rosada quisieron imprimirle a la relación bilateral.
Mucho se ha especulado sobre las motivaciones de Obama: presionar para que Argentina pague a los "fondos buitre", a las empresas estadounidenses que ganaron fallos ante el CIADI y al Club de París, o para que la Casa Rosada acepte la revisión de sus estadísticas y su economía por parte del FMI. En cuanto a las motivaciones kirchneristas, se destacó la necesidad de tener el apoyo de Estados Unidos para arreglar con el Club de París, equilibrar la balanza comercial bilateral, actual e históricamente deficitaria, facilitando el acceso de carne y limones, que cuentan con restricciones sanitarias. En Cannes, más que avanzar en la resolución concreta de los temas pendientes, en realidad lo que se hizo fue darle un marco protocolar y público al relanzamiento del vínculo bilateral que, por motivos distintos, quiere cada una de las partes. El gobierno de Kirchner, porque el reconocimiento de Obama resaltaría su liderazgo regional y debilitaría la pretensión de la gran prensa de que Argentina está aislada del mundo. Además, sería un punto fundamental para la vuelta al mercado internacional de capitales (tomar deuda) y para atraer inversiones (no fue casual la reivindicación que la presidenta hizo de Estados Unidos como el segundo principal inversor en el país, detrás de España). Por el lado de la Casa Blanca, el acercamiento responde a una necesidad estratégica de reafirmarse en la región, en un contexto de relativo declive. México está sumido en una crisis sin precedentes por el avance del narcotráfico (50000 muertos en los últimos años), Brasil tiene una política exterior más allá de las pretensiones de Washington (apoya el plan nuclear de Irán, juega junto a China y Rusia en el BRICS, empezó a tener juego propio en Oriente Medio y está potenciando su relación económica con Asia), y Colombia no parece estar tan alineada como durante la gestión Álvaro Uribe.
En los últimos años, la OEA, definida en los años sesenta como un “ministerio de colonias” que respondía a las órdenes del Departamento de Estado, fue perdiendo peso específico, en detrimento de la UNASUR y la CELAC, es decir dos instancias latinoamericanas que articularon diplomáticamente a la región en los últimos años sin darle participación a Estados Unidos. Acercarse a Argentina, en este contexto, es vital para Estados Unidos, para no retroceder demasiado en su “patio trasero”. Reforzada por el amplio triunfo electoral, Kirchner puede parecer a los ojos de la Casa Blanca como un mal menor en el continente, frente a los Castro, Chávez, Morales, Correa u Ortega.

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