viernes, 19 de abril de 2013

Obama y la guerra permanente

Obama y la guerra permanente

Los drones son aviones no tripulados que utilizan las FF.AA. estadounidenses para bombardear objetivos civiles y militares

Obama y la guerra permanente

Por Leandro Morgenfeld 
www.marcha.org.ar 

Obama llegó al poder en enero de 2009, criticando al guerrerista Bush. Pocos meses después, recibió un polémico Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, se transformó en un asesino serial, a través de los drones, continuando y profundizando la política de guerra permanente de su antecesor.

En 2008, durante la campaña presidencial, Obama despertó amplias expectativas, no sólo al interior de Estados Unidos, sino en el resto del mundo, en el que crecía el rechazo a las políticas guerreristas de George W. Bush. El candidato demócrata había sido uno de los pocos senadores que había votado en contra de la invasión a Irak, en 2003, y prometía el retiro de tropas. Con un discurso crítico del unilateralismo y belicismo de su antecesor, muchos pronosticaron un cambio radical de la política exterior estadounidense tras su asunción en enero de 2009. Una de sus primeras acciones, ya en la Casa Blanca, fue anunciar el cierre de la cárcel ilegal en Guantánamo. Meses más tarde, recibiría el Premio Nobel de la Paz.
Hace pocos meses Obama logró su reelección y está iniciando su segundo mandato. Más allá de su retórica a favor de la diplomacia y el multilateralismo, poco cambió respecto a su antecesor en cuanto a la política exterior belicista. Mantuvo la cárcel ilegal de Guantánamo, todo un símbolo.
Desde hace dos meses, un centenar de presos allí recluidos están en huelga de hambre. El gobierno reconoció que la mitad de los 166 reclusos no representan una amenaza para Estados Unidos. El New York Times publicó la semana pasada una carta firmada por el preso yemení Samir Naji al Hasan Moqbel. Detenido hace 11 años, sin haber sido jamás acusado ni juzgado, denuncia las atrocidades a las que son sometidos. Violación sistemática de los derechos humanos. Negación de justicia. Un símbolo del doble estándar del Departamento de Estado.
La otra gran polémica actual es el uso de drones -aviones no tripulados- para penetrar en espacios aéreos soberanos y matar a cientos de objetivos calificados como "vitales" para la seguridad de Washington y sus aliados. Esta práctica, intensificada por Obama, cambió las reglas convencionales de la guerra. Sólo en Pakistán, según el Ministro del Interior de ese país, 1800 civiles fueron asesinados en 336 ataques lanzados por el Pentágono a través de esta "moderna" técnica de asesinato. La Casa Blanca se (auto) atribuye el derecho a asesinar sin juicio previo a militares y civiles a lo largo y ancho del mundo entero. Esta práctica, que contradice las reglas diplomáticas existentes hasta ahora, implica una de las atrocidades más grandes implementadas por Estados Unidos desde las "guerras preventivas" implementadas por Bush.
A pesar de los matices, existe una continuidad en la política exterior estadounidense desde la segunda posguerra, que se apoya en el consenso entre demócratas y republicanos. El último libro de Andrew Bacevich, Las Reglas de Washington, ayuda justamente a desentrañar la lógica del intervencionismo estadounidense desde el inicio de la Guerra Fría.
Uno de los atractivos fundamentales de este libro, fuertemente crítico de la doctrina de la seguridad nacional que justificó las políticas intervencionistas de Estados Unidos desde la posguerra, es que Bacevich es un ex militar estadounidense. Ya en la introducción, el autor narra su tardía conciencia sobre los criticables fundamentos de la política exterior impulsada por el consenso de Washington. El infundado ataque de Bush a Irak en 2003 terminó de convencerlo de la necesidad de intervenir en el debate público. Esta obra se propone trazar una genealogía de la lógica bipartidista que impuso y prolongó el auto-asignado rol de gendarme planetario que se atribuyen la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA.
En el último capítulo, Bacevich sintetiza las críticas al consenso de Washington y sus indeseables consecuencias: gastos militares crecientes, que no hacen sino disparar la deuda pública a niveles inmanejables; víctimas entre las fuerzas armadas; ex veteranos con problemas físicos y psíquicos; perpetuación de una burocracia que actúa en secreto; distorsión de los intereses nacionales, en tanto el complejo militar-industrial absorbe recursos que son escasos; y desastre medioambiental, entre otros.
Lo más interesante del libro, más allá de que no denuncia el fundamento imperialista de este accionar, es que deconstruye el consenso estadounidense en torno a una política exterior mesiánica e intervencionista. Bacevich propone, en concreto, discutir la idea de que Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y transformar el mundo. Este credo es el que fundamenta la disposición del Pentágono a desarrollar una capacidad militar muy superior a la necesaria para garantizar la defensa nacional. Y ese credo se complementa con la sagrada trinidad, hegemónica en Washington: la convicción de que la paz internacional requiere de una presencia militar global por parte de Estados Unidos, que debe configurar sus fuerzas para la proyección de poder global, y para anticipar o contrarrestar las amenazas se requiere un intervencionismo global.
En momentos en los que se incrementan las presiones contra Irán, hay vientos de guerra en Corea, intervención en Siria, crisis en Oriente Medio y que Washington pretende interferir en la política interna venezolana, desconociendo el triunfo electoral de Nicolás Maduro, hay que revisar y repudiar los fundamentos de una política exterior imperial, que persiste a pesar de la alternancia de inquilinos de la Casa Blanca. El Pentágono, al fin y al cabo, es quien fija los lineamientos para que Washington pueda seguir siendo el gendarme del capitalismo global.

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