Las relaciones entre Estados Unidos, Argentina y Nuestra América
miércoles, 24 de mayo de 2017
Cínico. Trump le expresa al Papa su compromiso por la Paz, a la vez que instrumenta en EEUU un fuerte recorte de gastos sociales y un aumento del presupuesto militar
El
Pontífice, con gesto muy serio, ha recordado al presidente de EE UU
durante la entrega de regalos cuestiones como la necesidad de paz y la
importancia del medio ambiente.
El País
A las 8.31 de la mañana, después de meses de declaraciones cruzadas y
alusiones veladas el uno sobre el otro, el presidente de EE UU, Donald
Trump, y el papa Francisco se han reunido en el Vaticano.
El mandatario estadounidense ha llegado acompañado de una comitiva
formada, entre otros, por su esposa, Melania, su hija, Ivanka, y el
esposo de esta, Jared Kushner. No se esperaba gran sintonía, ambos se
encuentran en las antípodas ideológicas.
La cara del Pontífice, siempre tan transparente, ha sido de extrema
seriedad. Al final de la reunión, donde la ecología y la paz han estado
muy presentes a través de lo regalos que se han intercambiado, el
ambiente ha sido algo más relajado. "No olvidaré su mensaje", le ha
prometido Trump en su despedida.
Francisco le había recibido minutos antes con un “encantado de
conocerle” y excusándose por no hablar correctamente inglés. A las 8.35
se han sentado en la mesa de la biblioteca privada y ha comenzado una
reunión a puerta cerrada que ha durado 27 minutos con la ayuda de un
intérprete: el Papa, todo el tiempo en español, y Trump, en inglés.
Había cierta tensión. Discrepan en prácticamente todas las grandes
líneas de gestión emprendidas por el nuevo Gobierno estadounidense:
medio ambiente, inmigración, venta de armas, derivas del
neoliberalismo... Y no ha sido un encuentro largo, especialmente si se
compara con los más de 50 minutos que Francisco dedicó al predecesor de
Trump en la Casa Blanca, Barack Obama, con quién mantenía una gran
sintonía. “Es un gran honor para mí”, ha dicho Trump. El Pontífice no ha
respondido y la puerta se ha cerrado.
No ha trascendido el contenido de la conversación, pero dada la gran distancia de pensamiento que existe entre ambos —el Papa, entre otras cosas, cuestionó la fe de Trump cuando anunció que construiría un muro entre EE UU y México— y
teniendo en cuenta el reciente atentado de Mánchester, se supone que
habrán intentado tender puentes a través de la idea de la paz y de la
lucha contra el terrorismo. De hecho, entre los regalos que el Papa ha
ofrecido a Trump al término del encuentro, un momento que suele utilizar
para subrayar cuestiones tratadas, se encuentra el mensaje que lanzó el
último día de las Jornadas Mundiales para la Paz y un medallón con una
rama de olivo grabada. “Es una medalla de un artista romano. Es el
olivo, símbolo de la paz”, le ha dicho el Papa al término de la reunión.
Segundos después, ha insistido: “Se lo doy para que sea instrumento de
la paz”. A lo que Trump ha contestado: “Necesitamos paz”.
Además, el Pontífice le ha hecho entrega de los documentos que ha elaborado durante su papado. La exhortación apostólica, Amoris Laetiia, el texto Evangelii Gaudium, y su poderosa encíclica sobre la ecología, Laudato Si.
“Sobre la cura de nuestra casa común, el medioambiente”, ha subrayado
Francisco. “Lo leeré”, le ha respondido Trump, que ha regalado al
Pontífice una caja negra cerrada con libros de Martin Luther King en su
interior. “Es un regalo para usted, libros de Martin Luther King, pienso
que le gustará… espero que sí”, ha señalado.
El final de la reunión, cuando ambos mandatarios se han visto con el
resto de la comitiva, ha sido mucho más distendido. El encuentro había
comenzado con caras serias —como la que el Papa dedicó al presidente de
Argentina, Mauricio Macri— y un Trump algo incómodo en los segundos
finales de espera para ser recibido. Pero la entrada de Ivanka en la
sala y, especialmente la de la esposa del presidente de EE UU, Melania
Trump, ha aligerado la conversación y el humor. Ella, eslovena de
influencia católica (no está bautizada), que vivió un tiempo en Milán y
habla algo de italiano, ha sido clave para ese distendimiento y ha
pedido al Papa que le bendijese un rosario. Además, ha bromeado con el
Pontífice sobre lo que come Trump: "¿Qué le da de comer? ¿Putizza?", ha
preguntado Francisco, en referencia a un dulce esloveno que le encanta y
que pide siempre que encuentra a alguien de dicha nacionalidad.
Durante su breve visita al Vaticano, el presidente estadounidense
también se ha reunido con el número dos de la Santa Sede, el cardenal
Pietro Parolin, y con el secretario para las Relaciones con los Estados,
una suerte de ministro de Relaciones Exteriores, monseñor Paul
Gallagher. Esa reunión, en cambio, ha durado otros 50 minutos, más de lo
habitual. Un dato que invita a pensar que se ha proundizado y llegado
al detelle técnico de cuestiones tratadas con anteriormente con el Papa.
En el comunicado oficial del Vaticano, de forma absolutamente
genérica, se han reseñado algunos de los asuntos abordados. "Se ha
manifestado el deseo de una colaboración serena entre el Estado y la
Iglesia Católica en los Estados Unidos, comprometida en el servicio a la
población en los campos de la salud, la educación y la asistencia a los
inmigrantes. Las conversaciones también han permitido un intercambio de
puntos de vista sobre algunos temas relacionados con la actualidad
internacional y con la promoción de la paz en el mundo a través de la
negociación política y el diálogo interreligioso, con especial
referencia a la situación en Oriente Medio y a la tutela de las
comunidades cristianas".
El
proyecto de presupuesto recorta las ayudas a los desfavorecidos,
aumenta la partida militar y destina 1.400 millones al muro con México
El País
El presidente Donald Trump en Israel.AP
Nunca se vio con tanta claridad el verdadero rostro de Donald Trump.
Bajo la promesa de restaurar el sueño americano, su Administración
presenta este martes su gran proyecto de presupuesto. Un plan de 4,09
billones de dólares (3,6 billones de euros) para 2018, que solo permite
el aumento de las partidas destinadas a defensa y seguridad nacional,
incluyendo el muro con México, pero que propone recortes de tal magnitud
(3,6 billones de dólares, 3,2 billones de euros, en una década) que
dejarán los programas sociales y sanitarios para los más desfavorecidos
al borde de la asfixia.
Bautizado con el ampuloso nombre de Nuevo Fundamento de la Grandeza
Americana, el presupuesto exhibe tanto esa ambición torrencial que
caracteriza al presidente de Estados Unidos como sus prejuicios. Los
inmigrantes sin papeles, los desfavorecidos y sus hijos, la población
subsidiada y hasta los discapacitados pasan por la guillotina contable.
Ya no se trata solo del recorte del Obamacare,
la reforma que amplió el seguro médico a 20 millones de
estadounidenses, sino de la caída de los grandes programas que han
logrado dar estabilidad a una sociedad con más de 40 millones de pobres.
“Hasta ahora se pensaba solo en quienes recibían dinero. Eso se ha
terminado. Hemos dado un giro y elaborado unos presupuestos poniéndonos
en los zapatos de quienes pagan ese dinero, en el contribuyente. La
compasión ya no se mide por el número de subsidiados o el dinero
gastado, sino por aquellos que vuelvan a trabajar”, glosó el director de
la Oficina Presupuestaria, Mick Mulvaney.
Las magnitudes presupuestarias son astronómicas. En 10 años Trump y
sus asesores prometen que su proyecto reducirá el gasto en 3,6 billones
de dólares, liquidará por completo el déficit (ahora situado en 600.000
millones) y rebajará la deuda publica del 76% del PIB al 59%. Todo ello
bajo un constante aumento de los ingresos, que pasarían en ese decenio
áureo de 3,65 billones a 5,72 billones.
Para lograrlo, el presidente y sus economistas confían en un
crecimiento sostenido del PIB. Una imparable subida que el año próximo
sería del 4,4% (la mayor de este siglo) y que en 2027 alcanzaría un
aumento del 55% respecto a 2018. Esta es la piedra angular de su
proyecto y, a su vez, su punto más débil.
Trump hace descansar esta formidable expansión en su reforma fiscal. El plan, del que solo se han facilitado pinceladas de trazo grueso,
propone la rebaja de la carga impositiva para los más ricos (del 39% al
35%), facilitar la repatriación de capital, simplificar el IRPF de
siete a tres tramos y sobre todo, reducir el impuesto de sociedades del
35% al 15%. En paralelo, propone movilizar 200.000 millones de dinero
público para incentivar la inversión en infraestructuras.
Pese a que este diseño implica una caída fuerte en la recaudación
(dos billones en 10 años, según Tax Foundation), el presidente y sus
consejeros confían ciegamente en que la rebaja impositiva detonará un
crecimiento tan poderoso que compensará las arcas públicas y elevará la
economía americana a su máxima potencia. Es la curva de Laffer. La
teoría que, desde su enunciado en 1974, ha extasiado a los liberales de
todas las galaxias pero que nunca ha superado la barrera crítica, y que,
en el caso de la actual economía estadounidense, con un crecimiento
medio en los últimos 10 años del 1,3%, parece muy alejada de cualquier
meta realista.
A las dudas sobre la sostenibilidad del presupuesto se añade su
polémica configuración ideológica. En consonancia con las promesas
electorales, Trump apuesta por la seguridad. La partida militar aumenta
un 10% (54.000 millones) y permite sumar 56.400 soldados al servicio
activo, así como adquirir 84 aviones de combate y 8 naves de guerra.
También se refuerzan las fronteras con 2.600 millones para tecnología y
nuevas infraestructuras. Entre ellas, el denostado muro con México al
que se destinan 1.600 millones (1.423 millones de euros).
Frente a este fortalecimiento de la seguridad, la guadaña cae con
fuerza entre los más débiles. Trump propone una reducción de 616.000
millones en 10 años de los fondos destinados a la cobertura sanitaria
para los pobres (Medicaid). También plantea un recorte de 193.000
millones en el mismo periodo para el Programa Asistencial de Nutrición
Suplementaria. No es un golpe al azar. Bajo este nombre burocrático se
parapeta la entrega de cartillas alimentarias para los desfavorecidos.
Una iniciativa a la que en 2016 se acogieron 46 millones de personas, un
15% de la población.
El hacha golpea asimismo a los créditos a estudiantes (143.000
millones), las ayudas a discapacitados (72.000 millones) y a familias
necesitadas (21.000 millones) y al sistema de apoyos por hijo menor
(40.000 millones), del que además se excluye a todos los inmigrantes sin
papeles y a aquellas personas que no estén autorizadas a trabajar en
Estados Unidos. “Este presupuesto lucha por reemplazar la dependencia
por la dignidad del trabajo", se justifica el documento.
El ataque a la médula de los programas sociales marcará el pulso de
la contienda parlamentaria. El presupuesto muestra al Trump más
descarnado y feroz. Aquel que cumple no solo su promesa de desmontar el
legado de Barack Obama, sino que da pábulo al sueño conservador de
asfixiar el incipiente Estado del bienestar americano. Esta
radicalización, ejemplificada en el rechazo a subvencionar entidades que
faciliten el aborto, le asegura al presidente el apoyo de los halcones de su partido. Pero tiene un efecto negativo.
En noviembre del año que viene se renueva toda la Cámara de
Representantes y 34 de los 100 escaños del Senado. Ante el miedo a
perder cabe la posibilidad de que los congresistas republicanos se
dividan y que, como ya ocurrió con el primer proyecto de reforma sanitaria,
Trump no logre mayoría. Para atraerse el voto moderado, el presidente
ha insistido en que el proyecto no altera las pensiones ni la cobertura
sanitaria para los mayores. Pero los recortes son de tal calibre que es
difícil para los más centristas aceptar estas cuentas. Y, desde luego,
ofrece a la oposición un blanco fácil. La batalla del presupuesto no ha
hecho sino empezar.
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