sábado, 16 de julio de 2022

"Alberto, de cumbre en cumbre, en un mundo en disputa"

 

Alberto, de cumbre en cumbre, en un mundo en disputa

¿Cuál es la orientación de la política exterior argentina? ¿Qué tensiones existen al interior del Frente de Todos sobre la inserción internacional y las relaciones con el FMI? ¿Qué rol puede jugar en el actual escenario latinoamericano?
(Primera Línea, 16 de julio de 2022)
 
En junio y julio el presidente argentino subió la apuesta internacional. Al frente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fue protagonista en la Cumbre de las Américas de los Ángeles, luego participó en la Cumbre presidencial del grupo BRICS -solicitó la incorporación de la Argentina como miembro pleno- y en la del G7 en Alemania, donde mantuvo una tensa reunión con Boris Johnson. Además, concretó una conversación virtual con el presidente de Ucrania, viajará a Asunción a la Cumbre del Mercosur y el 25 de julio tendrá su esperada bilateral con Joe Biden en la Casa Blanca. 

Para entender la inserción internacional y la política exterior argentina es necesario, en primer lugar, realizar un diagnóstico adecuado de la situación mundial. La pandemia aceleró el proceso de transformaciones geopolíticas que se iniciaron a principios de este siglo y se potenciaron a partir del crack de 2008, entre las que se destacan la crisis de la hegemonía estadounidense, el ascenso de Asia-Pacífico en general y China en particular, el debilitamiento de las instituciones multilaterales creadas luego de la Segunda Guerra y la agudización de las tensiones y desequilibrios económicos, financieros, monetarios, políticos, militares, tecnológicos, migratorios y medioambientales. Asistimos a una profunda transición en la estructura del poder global, en la que lo viejo no termina de morir y lo nuevo, un mundo más multipolar, todavía es incipiente. Por eso lo que prima actualmente es más bien el desorden mundial. La actual guerra en Ucrania, parte de la llamada Guerra Mundial Híbrida y Fragmentaria, no hizo sino acelerar las contradicciones y los cambios que venían produciéndose en los últimos años. 

A nivel continental, en junio se realizó la IX Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, signada por la polémica, a partir de que el gobierno de Biden, el anfitrión, decidió excluir a Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que provocó la reacción de distintos presidentes latinoamericanos, muchos de los cuales finalmente no viajaron a EE.UU., para no convalidar esa política imperial e injerencista. Ante el portazo de 12 de los 35 mandatarios de la región, la asistencia de Alberto Fernández cobraba especial relevancia. Si se unía a Andrés Manuel López Obrador, Luis Arce y Xiomara Castro, quienes cumplieron su palabra y no participaron, el golpe a la Cumbre hubiera sido letal. En los días previos, el presidente argentino subió el tono de las críticas a Washington. Sin embargo, tras el llamado telefónico de Biden y la promesa de una visita a la Casa Blanca el próximo 25 de julio, anunció que asistiría, rompiendo en los hechos la sintonía diplomática que se venía cultivando con México desde la formación del Grupo de Puebla.

Si bien viajó a Los Ángeles, el tono del discurso de Fernández, como presidente pro témpore de la CELAC, fue extremadamente duro. Señaló que el país anfitrión no podía ejercer el derecho de admisión, pidió reemplazar a Luis Almagro en la Organización de Estados Americanos (OEA), por su apoyo al golpe de estado contra Evo Morales, y propuso que la dirección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) volviera a manos de un latinoamericano. También planteó el reclamo por la soberanía de Malvinas: criticó que el logo de las Cumbre no las incluyera. Además, invitó a Biden a la Cumbre de la CELAC, que se realizará el 1 de diciembre en la Argentina, dando a entender que es necesario articular regionalmente para desde allí plantear en forma unificada un diálogo o negociación con EE.UU. 

Las múltiples ausencias, más los discursos críticos -especialmente el del canciller mexicano-, el escrache contra el golpista Luis Almagro -repudiado como “asesino”, “mentiroso” y “títere de Washington”-, la contra Cumbre de los Pueblos y la movilización callejera para repudiar las exclusiones, mostraron en Los Ángeles que EE.UU. ya no puede imponer su voluntad como antes. El problema es que tampoco se pudo desplegar en esa oportunidad una estrategia regional conjunta y recuperar la iniciativa. Veremos si en la reunión de la CELAC, ya con Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia y probablemente con Lula electo en Brasil, se reimpulsa el proyecto de la Patria Grande. 

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Justo antes de viajar a Alemania a la reunión del G7, Alberto, invitado por Xi Jinping, participó el viernes 24 de junio en forma virtual de la XIV Cumbre de Jefes de Estado del grupo BRICS, que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, en la que planteó la aspiración de la Argentina de ser incorporada como “miembro pleno” -unos días más tarde, el 7 de julio, el canciller chino le confirmó en Indonesia a Santiago Cafiero el apoyo del gigante asiático a la incorporación-. El presidente sostuvo que “ni el trigo ni los alimentos pueden convertirse en un arma de guerra” e hizo un llamado a “la paz urgente” porque “es urgente hacer un mundo más igualitario”. 

Sumarse a ese grupo, que ya representa al 42% de la población mundial y al 24% del producto bruto global implicaría un significativo cambio en la inserción internacional y en la ubicación argentina en el tablero geopolítico mundial. Sobre las aspiraciones de integrarse a este espacio, que se plantea como una alternativa al G7, Fernández sostuvo: “Nos entusiasma la perspectiva de coordinar políticas que potencien la agenda de los países del Sur global. (…) Los BRICS constituyen una plataforma con enormes capacidades para discutir e implementar una agenda de futuro que nos lleve hacia un tiempo mejor y más justo”.

Pocas horas más tarde, el mandatario argentino voló hacia Europa. En la cumbre del G7, cuyo tema central fue la guerra en Ucrania, intentó un delicado equilibrio entre lo que pretendían sus anfitriones y la necesidad de no tensar el vínculo con Moscú. Además, en Alemania tuvo algunas reuniones bilaterales importantes, entre la que se destacó la que mantuvo con Boris Johnson, marcada por el áspero debate por Malvinas. Como señala Claudio Mardones, “el paso de Fernández por el G7 fue fugaz, pero alcanzó para una bilateral con el inglés Boris Johnson, al que le enrostró el reclamo de soberanía de Malvinas. En materia económica el saldo fue el esperado, porque toda la comitiva, pero especialmente Fernández, recibieron consultas de los países europeos sobre la capacidad argentina para proveerles energía con el objetivo de sustituir la dependencia de Rusia. El tema tampoco fue ajeno para Biden, que volverá a hablar del tema el próximo 25 de julio, en la bilateral que mantendrán en el Salón Oval”.

Apenas volvió de Europa, Alberto concretó una comunicación telefónica de poco más de media hora con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, quien había pedido este gesto del presidente argentino en su participación virtual en la Cumbre del G7. La aproximación a las posiciones de EE.UU. fue festejada justamente el día anterior, en el Palacio Bosch, sede del embajador norteamericano, en la fiesta por los 246 años de la independencia de ese país, en la que Marc Stanley recibió la visita de Juan Manzur, en representación del gobierno nacional. 

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Esta suerte de delicado equilibrio, o zigzagueo diplomático argentino, que a veces parece contradictorio e incoherente, responde a varios factores. En materia internacional, y a diferencia del erróneo y sesgado análisis que caracterizó al gobierno de Macri, hay una correcta lectura de los cambios geopolíticos a nivel global, que explican la estrategia de diversificar los vínculos exteriores, sin alinearse acríticamente con EE.UU. y Europa. En materia interna, responde a dos cuestiones básicas. En primer lugar, a la necesidad de renegociar el acuerdo con el FMI que impulsó Martín Guzmán, dado que no van a poder cumplirse las metas pactadas. Para ello, se requiere el aval de Washington, y en esa dirección apuntarán las gestiones de Alberto en su visita a la Casa Blanca. En segundo lugar, a las diferencias notorias en el Frente de Todos. No solamente respecto al acuerdo que selló con el Fondo al ahora ex ministro de Economía -y, en consecuencia, al plan económico, con más ajuste-, sino también a la política exterior. Existe una línea más vinculada al establishment demócrata estadounidense, que encarnan el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, -quien estaría trabando el financiamiento chino de Atucha III por pedido de EE.UU.- y el embajador Jorge Argüello -gestor de la inminente reunión con Biden-, y una línea más autonomista, que se referencia en Carlos Raimundi, representante ante la OEA, el embajador en Moscú, Eduardo Zuain, el vicecanciller Pablo Tettamanti y la ex embajadora Alicia Castro, entre otros/as. 

Como en otros órdenes de su gobierno, Alberto Fernández emite señales contradictorias en materia de política exterior. El encuentro con Biden en Washington será una buena oportunidad para vislumbrar hacia dónde se encamina la política exterior del Frente de Todos. Si hacia una línea moderada, que busque congraciarse con la Administración demócrata y aplicar el ajuste que exige el Fondo, o bien avanzar a la necesaria unidad latinoamericana, para concretar proyectos que permitan colocar a América Latina en otro lugar, fundamentalmente en función de encarar reformas que permitan un desarrollo más autónomo y una mejor distribución del ingreso. 

Alberto tiene una retórica latinoamericanista y a favor de un mundo más multipolar. Pero, como ocurre con algunos de sus pares regionales, tiende a moderarse cada vez más y tampoco en materia de política exterior avanza más allá del plano discursivo. Como advierte con preocupación Massimo Modonesi, “los progresismos latinoamericanos han terminado de normalizarse, asimilarse y adecuarse al orden existente, defendiéndolo de las embestidas que, más por derecha que por izquierda, lo están amenazando”. A eso hay que sumarle la ofensiva de los gobiernos derechistas contra cualquier iniciativa regional. Esta semana, por ejemplo, se conoció que el uruguayo Luis Lacalle Pou avanzará en un acuerdo de libre comercio con China, dándole la espalda al Mercosur, mientras que Jair Bolsonaro anunció que no asistirá a la primera cumbre presidencial pospandemia de este organismo, que se realizará en Asunción. 

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Dado los enormes desafíos que enfrentan los países de la región, sumidos en una crisis económica y social alarmante, es necesario avanzar en forma urgente en proyectos concretos que mejoren las condiciones de vida de sus pueblos. El declive de EE.UU. y la crisis del orden mundial que condujo desde la segunda posguerra es una oportunidad para nuestra región. Como declaró Evo Morales el 12 de julio, durante su visita a la Argentina, “Estados Unidos ya no tiene la hegemonía en Latinoamérica. Ya no es una potencia económica, a lo sumo puede ser potencia militar. (…) Estados Unidos sólo vive de guerra. Esa doctrina inmoral, la doctrina Monroe de ‘América para los americanos’ va terminándose. Nosotros en cambio hemos propuesto ‘América Plurinación de los pueblos para los pueblos’”. 

Hay que tener cuidado porque el imperio puede volverse más agresivo ante su creciente debilidad económica. Las recientes declaraciones del ex asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, reconociendo su participación en la preparación de golpes de Estado en otros países, ponen de manifiesto que la doctrina Monroe sigue vigente. Contra los que niegan la vigencia del imperialismo, la realidad es que EE.UU. sigue apostando por los “cambios de régimen” y los golpes de Estado de nuevo tipo, como lo intentaron en Venezuela en 2019 y lo concretaron en Bolivia ese mismo año. 

Como presidente pro témpore de la CELAC, y en vistas de la Cumbre que organizará la Argentina en poco más de cuatro meses, es el momento de avanzar con la concreción de algunas iniciativas que se esbozaron en los últimos tiempos: discutir conjuntamente las condiciones para la explotación de sus estratégicos recursos naturales (la OPEP del litio, junto a una empresa estatal latinoamericana para explotarlo, algo de lo que habló Evo estos días en Buenos Aires), avanzar hacia una moneda común (una propuesta que Lula recuperó hace algunas semanas), plantear una investigación y una moratoria conjunta de la deuda externa (es decir, abandonar la rendición ante el FMI), avanzar hacia una política sanitaria soberana y empezar a negociar articuladamente, en el marco de la CELAC, con actores como EE.UU., la Unión Europea y China. 

Si Nuestra América no recupera rápidamente el camino de la integración, se seguirán profundizando las asimetrías, internas y externas. No hay que olvidar que sigue siendo la región más desigual del mundo. Los cambios cosméticos no alcanzan. El proyecto emancipador no puede tener una escala meramente nacional. Hay que avanzar en la construcción de la Patria Grande. Argentina, si abandona la línea errática de su política exterior, tiene un rol clave que jugar en ese estratégico y urgente proyecto continental.


  • Leandro Morgenfeld es profesor regular de la UBA, Investigador Independiente CONICET y co-coordinador del GT CLACSO Estudios sobre Estados Unidos. También es compilador de El legado de Trump en un mundo en crisis (SigloXXI, 2021) y dirige el sitio www.vecinosenconflicto.com

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