viernes, 20 de julio de 2018

Trump y el (des)orden global. Tres artículos de hoy para pensar el nuevo sistema internacional

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Trump en Europa: un elefante en un bazar o expresión de la crisis del orden mundial


Por Gabriel Esteban Merino (UNLP-CONICET)
Resumen del Sur

En el excelente libro Adam Smith en Pekín, Giovanni Arrighi reflexiona que una crisis de hegemonía en el plano internacional se produce cuando el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad de continuar liderando el sistema de estados en una dirección que se percibe como una expansión, no solo de su poder, sino del poder colectivo de los grupos dominantes del sistema. Aunque las crisis no necesariamente resultan en el final de las hegemonías, si señalan una situación de transición histórica, que necesariamente implican un desmoronamiento del orden existente, una ausencia de árbitro, una ruptura de las mediaciones. La gira de Trump en Europa a propósito de la cumbre de la OTAN, la reunión con Theresa May y la cumbre con Putin expresan dicha crisis. El fenómeno Trump no se trata de un elefante en un bazar movido por la vanidad, con un ego desbordante y la rusticidad de la inexperiencia sumada al histrionismo. Estos son condimentos de color, pero es completamente erróneo volverlos elementos explicativos de las relaciones de poder mundiales. Lo que sucede es que en los Estados Unidos ganaron otras fuerzas, las cuales impulsan otra estrategia de poder contraria al globalismo y que se resume en la frase “Estados Unidos primero”. Volviendo a Arrighi, podemos afirmar que por un lado el Estados Unidos carece de los medios para liderar el sistema. Estados Unidos quedó “chico” como poder político y militar para continuar siendo el hegemón del Orden Mundial (creado por el propio Estados Unidos como vértice del polo de poder angloamericano), así como para garantizar la acumulación económica, la valorización sin fin de capital (dominantemente financiero y transnacional). Ya no puede imponer las reglas de juego. Los globalistas pretenden resolver dicho problema desde el fortalecimiento de instituciones globales (OMC, FMI, BM) y mega acuerdos político económicos (TPP, TTIP, TISA) que impongan las reglas de juego del siglo XXI frente a la amenaza de China, en alianza con Rusia y expandiéndose por Eurasia. A ello le agregan la expansión de la OTAN hacia el este, hasta a frontera rusa, y una alianza militar similar con India, Japón y buena parte del sudeste asiático que “contenga” a China. Con ello buscan encerrar el desafiante eje euroasiático chino-ruso. Y a su vez, ello brindaría en teoría una expansión de los grupos dominantes del sistema de alianzas del norte global, especialmente de las fuerzas dominantes del eje germano-francés y de Japón. Las fuerzas americanistas y nacionalistas de Estados Unidos ven en este “nuevo imperialismo” global, la licuación del poder estadounidense. Y, por ello, pretenden recuperar el poder para retomar la hegemonía de Estados Unidos, aplicando una suerte de neo-reaganismo, aunque teniendo a gran parte del establishment en contra (entre otras diferencias). En este sentido, Trump expresa que ya no tiene la “voluntad” de liderar el sistema de Estados tal como está y el sistema de alianzas de Estados Unidos, profundizando la crisis del Orden Mundial y poniendo en crisis la institucionalidad globalista. Para el trumpismo la reproducción del sistema tal como está implica, como tendencia, la decadencia de Estados Unidos.La estrategia Estados Unidos primero consiste en: 1) fortalecer unilateralmente el polo angloamericano comandado por Estados Unidos; 2) impulsar una profundización proteccionista para fortalecer la producción industrial de los Estados Unidos frente a China pero también frente a aliados como Alemania y Japón, y asimismo para reequilibrar el déficit comercial, reforzar la “seguridad nacional” y negociar a partir de allí cuestiones políticas y estratégicas; 3) presionar a los aliados de Europa y Japón a que aumenten sus gastos militares y redefinir el sostenimiento de la OTAN; 4) redefinir la geoestrategia frente a las potencias re-emergentes (China y Rusia), dejando de lado las grandes alianzas comerciales en las periferias Euroasiáticas; 5) recuperar para los Estados Unidos la capacidad de establecer monopolios. Desde esta perspectiva debemos interpretar las tensiones con la zona euro, con la primera del Reino Unido, Theresa May, y los intentos de establecer algún acercamiento con Rusia. Veamos la cuestión con la zona euro. Trump afirma que “la Unión Europea es posiblemente tan mala como China, sólo que más pequeña”. Se refiere a la cuestión comercial. Y apunta particularmente al acero, el aluminio y los automóviles, entre otras cuestiones, buscando, en realidad, restablecer la primacía industrial y tecnológica americana (además de equilibrar el comercio) a través de la política. De esta forma, como en los años ochenta del siglo pasado, Estados Unidos pretende eliminar las presiones competitivas de sus aliados (esto incluye a Japón) y hacerles pagar el costo de la primacía norteamericana. En este sentido, la guerra comercial no es meramente contra China, aunque el gigante asiático constituya el gran desafío estratégico.En la búsqueda de que Alemania no se convierta en una plataforma industrial desafiante del poder angloamericano, también rechaza Estados Unidos rotundamente el gasoducto ruso-alemán Nord Stream 2. En ello coincide todo el arco político estadounidense, aunque sopesan diferentes las razones de unos y otros: para los poderes que expresa Trump, el gas barato ruso provisto directamente por un gasoducto sin pasar por algún país tapón que ponga en riesgo el aprovisionamiento, le da a Alemania un tremendo poder industrial, reduciendo una de sus mayores debilidades, el aprovisionamiento de energía. Para las fuerzas globalistas, si bien ello es considerado, el problema central es que el gasoducto profundiza los lazos entre Alemania y Rusia, con enorme influencia geopolítica para Eurasia. Por otro lado está la discusión por la OTAN. Todo el espectro político angloamericano presiona para que los países lleguen al 2% de gasto militar sobre el PIB. Ese es el compromiso acordado para el 2024, ya alcanzado por Grecia (2,29%), Estonia (2,14%), Reino Unido (2,1%), Letonia (2%). Pero Alemania, la gran potencia económica que paso a paso se está consolidando como el gran poder europeo para su proyección continental, sólo se comprometió a llegar al 1,51% del PIB para 2024, reafirmando su estrategia de avanzar desde el plano económico. Además, su ministro de defensa llamó a construir un “ejército” europeo propio, con su correspondiente complejo industrial-militar, que implicaría una mayor autonomización del Pentágono, hacia donde fluyen buena parte de los recursos puestos en defensa por parte de los países de la OTAN. Un desafío total a Estados Unidos. Para Trump, incluso el 2% del PIB en defensa es poco y llamó a invertir el 4%. Estados Unidos quedó chico, ya no puede solventar a la OTAN y Trump además pide que los aliados sostengan parte del impresionante presupuesto de Defensa de Estados Unidos (67,5% del total de la OTAN), para poder aplicar un profundo keynesianismo militar que reactive la economía estadounidense, como en los años ochenta. Por lo tanto, Estados Unidos ya no puede liderar el sistema de estados en una dirección en la cual la expansión de su poder signifique la expansión del poder colectivo de los grupos dominantes y aliados del sistema. La estrategia que expresa Trump exacerba esta crisis de hegemonía en la búsqueda de recuperarla.Las tensiones con Teresa May, la primera ministra británica, tampoco son producto de que Trump sea un “bribón”. Las fuerzas que expresan Trump son las que jugaron al Brexit en el Reino Unido. Y a lo que se opone el Trumpismo, fervorosamente a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, es a un Brexit light. Por eso renunció el canciller británico, Boris Johnson, quien estaba a favor de un Brexit fuerte. Y por eso Trump dice que Johnson sería un gran primer ministro. Como señalamos más arriba, el “americanismo” que expresa la figura de Trump en realidad es un profundo continentalismo anglosajón, es decir, busca fortalecer unilateralmente dicho polo de poder (que incluye a Israel) y “recuperar” la identidad anglosajona frente al multiculturalismo globalista, para desde ahí librar las pujas por la reconfiguración del Orden Mundial. Por eso Trump insiste desde que asumió la presidencia en avanzar rápidamente en un acuerdo comercial con el Reino Unido y juega en contra de cualquier acuerdo comercial del Reino Unido con la Unión Europea. Por último, también debemos entender las relaciones con Rusia como parte de este juego. Por un lado Trump presiona a Europa para que rompa relaciones con Rusia, llegando a decir que “Alemania está totalmente controlado por Rusia” por continuar la construcción del Nord Stream 2, rechazar las sanciones de Estados Unidos contra Rusia y mantener importantes vínculos estratégicos. Ello lo comparte con los globalistas: hay que romper los vínculos “peligrosos” de la Unión Europea con Rusia y que en todo caso los mismos se hagan a través de la OTAN bajo el mando de los Estados Unidos y el Reino Unido. Pero por otro lado Trump quiere, a diferencia de los globalistas, un acercamiento con Rusia. En este sentido Trump “traiciona” la estrategia anglosajona desde 1815, cuando fue vencida la desafiante Francia: impedir que el espacio medio Euroasiático (Rusia) controle dicha masa continental. Por eso el establishment globalista se altera sobremanera ante la estrategia del “trumpismo”, que trastoca los principios geoestratégicos formalizados por Halford Mackinder. Lo que sucede es que para parte del americanismo y de algunos estrategas realistas de los Estados Unidos, es hora de establecer un acercamiento con Rusia para poder ir contra China. Tantos intereses y estrategias cruzadas, con un sistema político cada vez más polarizado producto de una grieta en el bloque de poder dominante en los Estados Unidos, genera esta imagen cercana al “caos” y al desquicio en materia de política exterior. Pero lo que opera como telón de fondo es una crisis de hegemonía que siempre va atada a una crisis de acumulación. 
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La era de la Pax Americana parece agotada y el mundo enfrenta un punto de inflexión histórico con consecuencias inciertas

El sistema político y económico internacional está en crisis

La era de la Pax Americana parece agotada y el mundo enfrenta un punto de inflexión histórico con consecuencias inciertas Fuente: LA NACION - Crédito: Alfredo Sabat
 
 
El G-20 se reúne en Buenos Aires y Christine Lagarde nos visitará nuevamente estos días. Desde el acuerdo que la Argentina firmó con el FMI, su presencia casi familiar adquiere ahora otras connotaciones. Cumplir con las condiciones pactadas con el Fondo genera una fuerte tensión en todo el sistema político. En el exterior surgen interrogantes respecto de la cuestión de la gobernabilidad, incluyendo la fortaleza y sustentabilidad de Cambiemos. ¿Cómo impactará la austeridad fiscal en la dinámica electoral? ¿Qué posibilidades reales hay de un retorno populista? La figura de Cristina Fernández de Kirchner genera escozor en la comunidad de negocios, dentro y fuera del país. "Si regresan al poder, me tengo que ir de la Argentina", reconoció, abatido, uno de los principales empresarios nacionales.
Esta mezcla de desilusión e incertidumbre no es en absoluto un fenómeno local. En las últimas semanas, la comunidad internacional quedó conmocionada por el periplo europeo de Donald Trump, decidido a demoler el (des)orden de posguerra que su país, como líder indiscutido de la Alianza Atlántica, había pacientemente edificado con pilares fundacionales como la promoción del libre comercio, el apoyo a los procesos de democratización y la contención/disuasión de conflictos entre (y en el interior de) países inestables que violaran los principios humanitarios fundamentales.
La lamentable e inédita performance de Trump, que se vio por primera vez obligado a admitir un error luego de la escandalosa conferencia de prensa conjunta con Vladimir Putin, pone de manifiesto que los días de gloria de la "nación indispensable" se han acabado tal vez para siempre. Ese concepto, acuñado por Madeleine Albright, entonces secretaria de Estado de Bill Clinton, apuntaba a la capacidad de los Estados Unidos para conducir los destinos del mundo casi a su antojo. Parecía que la globalización constituía un fenómeno imparable. Y que la hegemonía norteamericana sería incuestionable por mucho tiempo.
Poco quedó de ese romántico espejismo kantiano: solo una multiplicidad de organismos internacionales que continúan inercialmente con su rutinario reunionismo. Hoy el mundo está gobernado por la cruda, casi brutal, política del poder, y cada país debe procurarse su propia seguridad en un contexto de reglas cambiantes y recursos escasos. De la sorpresa inicial hemos pasado a la desconfianza permanente; y la cooperación, antes dominante al menos como principio, se ha vuelto contingente, acotada, casi efímera.
Washington actúa en el plano internacional como un poder secundario, de acuerdo con dos principios elementales: la seguridad y el bienestar económico de los estadounidenses, America First. El supuesto, al menos cuestionable, es que ambos pueden garantizarse al margen, o incluso ignorando, lo que ocurre fronteras afuera. Trump cree que la globalización fue un pésimo negocio para su país. Así, los europeos se habrían aprovechado en términos militares; los chinos, en los económicos, y los mexicanos, en los migratorios. Pero soplan vientos de cambio y los estadounidenses, al menos hasta las elecciones de noviembre, ya no parecen dispuestos a desempeñar el papel de "hegemón benigno": ser el sostén económico y militar del orden liberal internacional de posguerra. Detrás de esa decisión hay también un default en términos ideológicos y morales.
Durante el encuentro del G-7 de junio pasado en Quebec, Trump afirmó que hará "lo que sea necesario" para que Estados Unidos logre relaciones comerciales "justas" con otros países. Es la primera vez que un imperio se siente víctima: los días en que las demás naciones se aprovechaban de su país "se han acabado".
En la reciente cumbre de la OTAN, su discurso fue similar, esta vez enfocado en cuestiones de defensa. Su presupuesto para 2018 es de 2700 millones de dólares. En los últimos veinte años, la contribución de los EE.UU. subió del 58 al 72%. Angela Merkel argumenta que, más allá de lo estrictamente militar, en términos de la ayuda al desarrollo (vital para mejorar la seguridad global), su país dedica el 0,7% del PBI versus el 0,2% que invirtió Washington.
Detrás de la discusión presupuestaria, yace el debate de fondo sobre el futuro de la OTAN. El miedo europeo ya se había manifestado en la cumbre de mayo de 2017, cuando Trump se negó a ratificar la cláusula de defensa colectiva mutua. Esa doctrina, consagrada en el artículo 5 del Tratado de la Alianza, tiene una importancia crítica para sostener la credibilidad de la estrategia de disuasión, en relación con Rusia.
La reciente cumbre de Helsinki entre el propio Trump y Vladimir Putin mostró una asimetría sin precedente a favor de Moscú. Irónicamente, en un documento liminal firmado por el propio presidente en diciembre de 2017, la Estrategia de Seguridad Nacional, dice que "Rusia tiene como objetivo debilitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y dividirnos de nuestros aliados y socios. Rusia considera la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) como una amenaza". El papelón más notable tuvo como epicentro el escándalo por el involucramiento ruso en las elecciones norteamericanas. Es la primera vez que un presidente contradice a sus servicios de inteligencia para apoyar a una potencia extranjera sospechada de agresión. Bastante similar a lo que hizo Cristina Fernández de Kirchner con el memorándum con Irán.
En el mundo de la realpolitik es concebible que potencias como China y Rusia quieran promover un mundo antitético con los valores y los intereses de Estados Unidos. Pero la geografía del poder internacional actual es más compleja y difusa. Por ejemplo, durante la reciente cumbre de líderes de China y la Unión Europea celebrada en Pekín los representantes de ambas partes rechazaron las políticas proteccionistas de Trump, que llevaron a la guerra comercial actual, abogando por una reforma pactada de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que evite un caos en el sistema político y económico internacional. Es que más allá de las habituales diferencias sobre aranceles, inversiones, acceso a mercados o derechos de propiedad, se están desarmando las bases que sostienen el orden comercial mundial.
Lo mismo ocurrió en el encuentro entre Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un en Singapur el pasado mes de junio: reconocer a un rogue state (Estado canalla) que apuesta a la carrera nuclear implicó de hecho el abandono de los esquemas y objetivos globales de no proliferación, lo que abrió, en simultáneo, la puerta para que otros Estados, como Japón, Egipto o Arabia Saudita, reconsideren sus planes al respecto.
¿Cuáles son hoy los valores e intereses estadounidenses? ¿La libertad comercial, la democracia política, los derechos humanos? Todos ellos parecen estar pereciendo, más por la mano de los gobiernos en Washington, Roma y otras capitales europeas que por el avance de las opciones no liberales. La era de la Pax Americana parece agotada: estamos experimentando un punto de inflexión histórico. La crisis actual del sistema internacional implica la agonía del acervo de reglas y organizaciones para la gobernanza global. Uno de ellos es el G-20, que se reúne en estas horas en Buenos Aires, y cuya cumbre a fines de este año tanta expectativa genera en el gobierno del presidente Macri.



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Trump se acerca a Putin y López Obrador

Desde Ciudad de México

El 8 de noviembre de 2016 Donald Trump le puso la sepultura al Siglo XX. Con ese enunciado categórico el director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, François Heisbourg, inicia una reflexión publicada por el diario Le Monde sobre la forma caprichosa y virulenta con la cual el presidente norteamericano se cargó el sistema de alianzas construido hace 70 años. Ese mundo nació en San Francisco el 24 de Octubre de 1945 cuando se creó la ONU bajo la filosofía del “nunca más”. Trump ha dado vuelta esa cultura. Las relaciones de fuerza y la brutalidad retórica contra la regulación mundial constituyen las semillas de su estrategia. La canciller alemana Angela Merkel es tal vez la que mejor sabe qué significa esa estrategia asumida por un hombre que, por más energúmeno que parezca, sabe muy bien a donde va. En la última cumbre del grupo de los 7 (G7), Trump le arrojó a la cara un caramelo Starburst mientras le decía: “tomá, así no vas a poder decir que no te di nada”. Estos atropellos tienen, sin embargo, dos zonas protegidas: Rusia primero y, sorpresivamente, luego de la elección del candidato progresista Andrés López Obrador, México. Ante el presidente ruso Vladimir Putin Donald Trump fue un osito dócil y mimoso mientras que, con México, Trump mandó a sus diplomáticos a la capital mexicana donde se portaron como tigres domados y sumisos.
Hasta ahora, Trump ha tenido 6 enemigos declarados: México, la Unión Europea, la OTAN, la Organización Mundial del Comercio, el TLC (Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México) e Irán. Un trío de organismos multilaterales, un acuerdo y dos países. Al primero lo humilló, lo pisoteó hasta el asco durante la campaña electoral que condujo a su elección. Luego continuó diciendo una indecencia tras otra. Con Irán rompió el pacto nuclear negociado durante varios años y firmado en 2015. Además de destruir el acuerdo, la administración Trump adoptó una serie de medidas para sancionar a cualquier empresa (sea cual fuere el país) que hiciera negocios con Irán, con el fusil apuntando sobre todo a la Unión Europea. Recién el pasado 16 de junio los 28 miembros de la UE adoptaron un instrumento de protección jurídica que actúa como un paraguas de las empresas del Viejo Continente presentes en Teherán. En resumen, los europeos rehusaron aislar a Irán como lo exigía la batuta trumpista y con ello fueron fieles a la filosofía definida por el francés Jacques Delors, ex presidente de la Comisión europea y ex ministro de Economía, cuando decía: “los europeos son una máquina de fabricar compromisos”.
 El unilateralismo cubre hoy toda la política de la Casa Blanca. Los atentados anti compromisos del trumpismo arrogante han sido constantes, empezando por la destrucción del acuerdo sobre el clima alcanzado en París (COP 21) en 2015. En lo que toca a la Unión Europea, la Alianza Atlántica (OTAN) y la OMC, el jefe del Estado norteamericano ha dicho hasta la saciedad que son sus tres enemigos. En julio de 2018, justo cuando se iniciaba la cumbre de la OTAN en Bruselas, Trump escribió un tuit donde decía: “Estados Unidos gasta mucho más para la OTAN que cualquier otro país. No es ni justo ni aceptable”. El 26 de junio, en un acto celebrado en Dakota, Trump vociferó: “La Unión Europea fue creada para aprovecharse de Estados Unidos”. En cuanto a la Organización Mundial del Comercio, este ente multilateral compuesto por 164 países ha sido calificado por el mandatario de “completo desastre”. Frente al riesgo de naufragio, China (la segunda economía del mundo) salió al paso para exhortar a Washington a proteger el sistema de comercio multilateral. En esa lógica destructora se inscriben los aranceles de 25% al acero y del 10% al aluminio provenientes de Unión Europea, México y Canadá. Trump le declaró a sus aliados una guerra comercial repentina. Su primer acto de ruptura fue justamente poner en tela de juicio la pertinencia y la permanencia del Tratado de Libre con México y Canadá, TLC. Sobre esto ha dicho de todo y prometido truenos e infiernos.
Este perfil guerrero tiene sin embargo dos “privilegiados”: son México y Rusia. De pronto, el país maltratado y la potencia enemiga se convirtieron en sus aliados de lujo. Luego de haber abochornado a México, humillado a su presidente, Enrique Peña Nieto, a la diplomacia mexicana y al pueblo de México, Trump se despertó un día como un perrito faldero y obediente que regresa a casa rasgando la puerta. Su jupiteriana fanfarronería se desvaneció de golpe. Cuando ni siquiera habían pasado dos semanas del triunfo de Andrés Manuel López Obrador Trump mandó a la plana mayor de su diplomacia a la capital mexicana: el secretario de Estado norteamericano,  Michael Richard Pompeo; del Tesoro, Steven Mnuchin; de Seguridad Nacional,  Kirstjen Nielsen, así como el asesor de la Casa Blanca y yerno del mandatario estadounidense, Jared Kushner, acudieron a México con un perfil de lo más cauto. Obrador los hizo incluso desplazarse hasta la casa de la transición, en la Colonia Roma, donde el equipo de Obrador prepara el futuro. En términos de protocolo, el gesto es excepcional. Y no sólo los hizo desplazar a la Roma sino quien fue el mismo Obrador quien fijó el término de las relaciones futuras. El presidente electo le entregó a los diplomáticos (Mike Pompeo) “una propuesta de bases de entendimiento con los Estados Unidos” para los próximos años. El texto trata sobre cuatro temas centrales: Tratado de Libre Comercio, migración, Seguridad y desarrollo. El manual de instrucciones partió de México y no de Washington. La evidencia es manifiesta: Andrés Manuel López Obrador dirige, por ahora, la orquesta. “Estamos teniendo excelentes sesiones con México y con su nuevo presidente, que ganó las elecciones rotundamente” dijo Trump hace unas horas. Su lógica unilateralista no ha variado por ello. Su obsesión por destruir el multilateralismo en beneficio de acuerdos “personales” (bilaterales)  lo condujo a la idea de elaborar un acuerdo comercial “independiente” con México, es decir, fuera del TLC. Ello equivaldría a un certificado de defunción del TLC. La estructura trilateral quedaría en el recuerdo. Pero una nuevo perfil emerge: México manda. El primer destello de símbolos es inédito.
Lo de Rusia y Vladimir Putin resultó igualmente un momento sublime. Trump el vociferante parecía un pollito recién nacido al lado del triunfante gallo Vladimir Putin, quien es hoy, en lo visible y lo invisible, el verdadero amo del mundo (foto). Si la Argentina y Brasil tuviesen una diplomacia en serio y gobiernos soberanos con capacidad de anticipación y acción mucho se podría aprender de estas anemias del acorazado Trump. Hay mucha sabiduría para extraer de estos rumbos cambiantes: Trump no pone en tela de juicio la supremacía rusa ni menos aún le resta legitimidad a la aplastante victoria popular de López Obrador. Dos pistas oriundas de canales distintos señalan los puntos flotantes del trumpismo: la de la gran potencia rusa y la de la no menos potencia mexicana. Para nosotros, América Latina, la clave empieza a cifrarse en esa frontera del Río Bravo (Río Grande) que separa a Estados Unidos de la otra América. Carecemos de medios económicos y militares para plantear una relación de igual a igual. Incluso quienes, en Occidente, los detentan (la Unión Europea) no han sido capaces de salir del laberinto salvaje del trumpismo aplanador. En el artículo antes citado, François Heisbourg escribe: “los Estados Unidos son cada vez menos aliados y cada vez más mercenarios”. Y todo mercenario, como se sabe, tiene un precio. La inteligencia diplomática está allí para encontrarlo. Se mueve en el dilatado territorio que va de Moscú a Washington, de Tijuana a Ushuaia.

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