lunes, 6 de noviembre de 2017

"Lanzar a los militares en la lucha contra el terrorismo es injustificado, disfuncional y peligroso"

El delicado papel de la Argentina

PARA LA NACION


El triunfo legislativo de Cambiemos parece querer llevar al presidente Mauricio Macri a acelerar una serie de reformas que durante el último semestre se fueron anunciando de modo dosificado. La ampliación de las misiones de las Fuerzas Armadas, incluyendo su activa participación a nivel interno e internacional en el combate contra el terrorismo, es una de ellas. El mensaje de altos funcionarios de Pro ha sido que existe la voluntad política de establecer primero decretos y modificar leyes después para borrar la estricta frontera entre la seguridad y la defensa que ha sido un pilar del consenso democrático desde 1983. Una parte, aún minoritaria, de la UCR -el partido que fue uno de los arquitectos de las leyes sobre defensa, seguridad e inteligencia- estaría interesada en revertir lo acordado social, política y jurídicamente entre 1988 y 2001. Algunos militares activos, oficiales retirados y expertos civiles están entusiasmados con la iniciativa. 
Por supuesto que no se trata de ser pasivos ni ingenuos frente al tema. Es claro que se deben adoptar desde el lado de la diplomacia, la seguridad y la inteligencia las medidas que prevengan y desmantelen operaciones terroristas. Sin embargo, lanzar a los militares en la lucha contra el terrorismo es injustificado, disfuncional y peligroso. Primero, en la Argentina aún están impunes los dos atentados sufridos en 1992 y 1994; el país está en la lista de "países principales" en cuanto al lavado de dinero (útil para narcotraficantes y terroristas) según el informe de 2017 del Departamento de Estado, y ha hiperpolitizado su sistema de inteligencia. Los problemas del pasado vinculados a la permisividad para la acción terrorista no se resuelven ahora introduciendo a las Fuerzas Armadas en funciones que no son de su competencia: se necesitan una inteligencia técnica, unos cuerpos de seguridad reformados, una justicia despolitizada, una estructura financiera realmente regulada y una diplomacia sin vaivenes costosos ni estridencias estériles.
Segundo, no hay evidencia seria respecto de la presencia en la Argentina de grupos terroristas de corte fundamentalista y alcance global. No hay informes internacionales ni documentos internos públicos y creíbles. Si alguna vez se especuló con la existencia de "células dormidas" ligadas a Al-Qaeda en la Triple Frontera hoy no hay indicio alguno de ello: una prolongada narcolepsia es la nota prevaleciente en un área muy vigilada por tres países del Cono Sur más Estados Unidos (y otros servicios de inteligencia). Distinto es el caso de que se quiera señalar a un conjunto de actores con escaso poder e influencia, pero muy movilizados y exigentes de derechos, y crear un nuevo enemigo interno, como durante la Guerra Fría, para librar ahora, adentro, la "guerra contra el terrorismo". Ya sabemos cómo termina eso: violación de derechos humanos y desprestigio de las Fuerzas Armadas.
Tercero, es factible que los que aspiran a que los militares "salgan a la calle" para perseguir presuntos terroristas también pretendan sacarlos al exterior para combatirlos. Eso se enmarca en un gradual cambio de las misiones de paz de la ONU, que se están convirtiendo en operaciones ofensivas contra el terrorismo y también en el pedido de Estados Unidos y la Unión Europea (Francia, en particular) de enviar tropas a Malí y la República Centroafricana: dos naciones africanas que viven sangrientos conflictos armados cruzados por motivaciones religiosas y prácticas terroristas. ¿Por qué sumarse a dos escenarios que ya han conocido la baja de cascos azules de la ONU y en los que no hay ningún interés vital en juego? ¿Se trata de asignar labores a militares argentinos en el exterior mientras en lo interno se ajusta el presupuesto de defensa y el reequipamiento de las Fuerzas Armadas se dilata en el tiempo?
Y cuarto, es incomprensible querer ponerse en el ojo del huracán del fenómeno terrorista. Ya sabemos, según el libro del ex subsecretario de Defensa Douglas Feith, que inmediatamente después de los atentados del 11 de Septiembre, el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld contempló un ataque de retaliación en América del Sur, en la Triple Frontera, para así mostrar resolución aunque nada se hubiera originado ahí. ¿Para qué entonces ubicar a la Argentina en el epicentro de la violenta dinámica entre terroristas y Washington

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