viernes, 10 de septiembre de 2021

"La caída de las Torres: el principio del fin del imperio americano". Por Leandro Morgenfeld (Télam)

 


Por Leandro Morgenfeld*

Télam, 11 de septiembre de 2021

El brutal impacto de los aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono, televisado en directo, produjo una conmoción en Estados Unidos y en todo el mundo. La cinematográfica caída de los emblemáticos rascacielos de New York provocó un shock inmediato. Se desmoronó la ilusión de Fukuyama del “fin de la historia”.

Ese trágico día se abrió la primera gran grieta del pretendido unipolarismo de la posguerra fría. Con el estupor y el dolor por las 3.000 víctimas fatales, George W. Bush encontró la excusa perfecta para imponer leyes draconianas, especialmente la Patriot Act, que permitieron espiar, vigilar y eventualmente torturar a ciudadanos estadounidenses y extranjeros. Amplió el poder del complejo militar-industrial, e impuso la doctrina de las “guerras preventivas”, justificadas en la difusa lucha contra el terrorismo. Los neoconservadores impulsaron el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, es decir reforzar el liderazgo y la supremacía militar y económica estadounidense.

Lo que siguió fueron las invasiones a Afganistán en octubre de ese año y, con pruebas fraguadas por la CIA, a Irak en 2003. Si bien diversos analistas se apuraron a imaginar que EE. UU. consolidaría así su auto-asignado rol de gendarme planetario, en realidad esa ofensiva fue el canto del cisne del imperio estadounidense. La crisis financiera global que estalló en 2008, el meteórico ascenso de China, la incapacidad de EE. UU. de dominar el polvorín que había instigado en Medio Oriente y África -en el que se destacan sus fracasos en Libia y Siria-, la irrupción de Donald Trump y la incapacidad estadounidense para impulsar una respuesta multilateral conjunta a la pandemia de la covid-19 no hicieron sino profundizar el desplome del orden mundial con epicentro en Washington.

Las recientes imágenes del último soldado estadounidense abandonando Kabul evocan la caída de Saigón en 1975 y el “síndrome de Vietnam”. Tras 20 años ocupando Afganistán, dos billones de dólares gastados y decenas de miles de víctimas, el fracaso estadounidense es rotundo. Los talibanes, derrocados en 2001, volvieron al poder inmediatamente. No hay forma más gráfica de mostrar el declive hegemónico de EE. UU. Por más que Joe Biden haya declarado que “América está de vuelta”, esa expresión de deseo se muestra tan poco realista como el slogan trumpista de “Hacer grande nuevamente a Estados Unidos” (Make America Great Again).

China está aventajando al saliente hegemón en materia económica, comercial y tecnológica. Todavía va por detrás en el terreno militar, pero EE. UU. se está transformando en un tigre de papel, que no puede ganar las guerras que empieza ni concretar la “construcción de naciones” que se propone. En estos días se recordarán y debatirán los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001 (11-S), las teorías conspirativas, las evidencias de los vínculos históricos de Osama Ben Laden con la CIA en los años ochenta o el apoyo estadounidense a la creación de grupos islamistas radicales para complicar a sus adversarios geopolíticos. También se discutirá sobre cómo la llamada “guerra contra el terror” fue la excusa para empoderar a la comunidad de inteligencia estadounidense (100.000 funcionarios distribuidos en 16 agencias) y aumentar año a año el presupuesto militar (778.000 millones de dólares), para beneficio de las grandes corporaciones que operan como la patria contratista estadounidense. O sobre cómo se violaron derechos humanos y libertades civiles en los últimos años con la excusa de la lucha contra el terrorismo, documentadas gracias a Julian Assange y Edward Snowden. O sobre las “nuevas amenazas” no estatales en el siglo XXI, incluidos los ciberataques o las armas bioquímicas.

Sobre lo que cada vez hay menos dudas y más consenso es que en los 20 años que sucedieron al 11-S se aceleró como nunca antes la decadencia del imperio americano.


(*) El autor es doctor en Historia, profesor regular UBA. Investigador independiente Conicet. Coordinador del Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos” y del libro “El legado de Trump en un mundo en crisis”.

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