El viernes se terminó de allanar el camino para que Joe Biden logre la mayoría en el Colegio Electoral. Si bien supera a Trump por más de cuatro millones de votos (74 a 70), el anacrónico sistema electoral hace que todavía estemos esperando la confirmación en Arizona, Nevada, Pensilvania, Georgia (en los cuatro el demócrata lleva la delantera), Carolina del Norte (Trump tiene una leve ventaja) y Alaska (el republicano se quedaría con sus tres electores). El actual presidente, anoche desde la Casa Blanca y hoy a través de Twitter, sigue denunciando fraude, pretende llevar las impugnaciones hasta una Corte Suprema que controlan los ultraconservadores (6 a 3) y suma adversarios hora a hora (ya se peleó con Fox, la derechista y masiva cadena que fue su principal sostén mediático desde 2016).

Además, tampoco los republicanos tienen ahora asegurada la mayoría en la Cámara de Senadores, lo cual puede terminar de modificar sustancialmente el equilibrio de poderes ante un cada vez más seguro gobierno de Biden y Kamala Harris (es probable que Georgia deba volver a las urnas el 5 de enero, para definir su senador y eventualmente determinar quién controla esa cámara). Si bien la definición formal de la contienda electoral puede demorarse días o semanas (las autoridades de Georgia, por ejemplo, anunciaron hoy el recuento de los votos, por la estrecha diferencia), se suceden las señales de que Trump no podrá salirse con la suya. Los servicios de inteligencia iniciaron movimientos para proteger a Biden como si ya fuera el presidente electo. El establishment republicano no parece dispuesto a inmolarse por un presidente que, si bien tomó su agenda plutocrática (rebaja de impuestos a los ricos, desregulaciones, ajustes presupuestarios en salud y educación) y anti-derechos (restricción del derecho al aborto, bloqueo de la reforma migratoria), siempre generó resquemores. Muchos poderosos miembros de su partido, al fin y al cabo, preferirían que el centrista Biden ocupe el Salón Oval, siempre y cuando desde el Congreso y la Corte Suprema limiten cualquier reforma económica, social o política significativas. Algunos lo manifestaron antes de las elecciones, otros lo empiezan a hacer ahora.

Tras el incendiario discurso de “ley y orden” de Trump del 1 de junio en los jardines de la Casa Blanca, la fractura se empezó a exponer cada vez más. Dos días más tarde, Mark Esper, su Secretario de Defensa, salió públicamente a rechazar la idea de Trump de sacar las tropas a la calle para reprimir al pueblo (por estas horas se rumorea que Trump anunciaría su reemplazo). A él se sumó nada menos que James Mattis, el jefe del Pentágono en 2017 y 2018, quien afirmó que Trump era divisivo y un peligro para la Constitución estadounidense, y que había que apoyar a los manifestantes. También plantearon sus voces críticas otros militares como el general John F. Kelly, ex Jefe de Gabinete de Trump, y John Allen, ex comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, quien declaró: “Trump fracasó en proyectar emoción o el liderazgo que se necesita desesperadamente en cada rincón del país en este difícil momento”. Pocos días después, el General retirado Collin Powell, ex Secretario de Estado de Bush (2001-2005), fue todavía más lejos y declaró que votaría por Biden en las elecciones del 3 de noviembre. El 18 de agosto lo reiteró en la Convención Nacional del Partido Demócrata, indicando que apoyaría la fórmula Biden-Kamala Harris porque representaba “los valores” que hay que “restaurar” en la Casa Blanca. Lo mismo hizo Cindy McCain, viuda del exsenador y excandidato a presidente republicano en 2008, John McCain, quien también se pronunció en ese mismo sentido, y John Kasich, ex gobernador de Ohio (2011-2019) por el Partido Republicano, quien expresó apoyo al aspirante demócrata, destacando que lo conocía bien y sabía que no iba a girar a la izquierda. El domingo 23 de agosto, Kellyanne Conway, una de las asesoras y más fervientes sostenedoras del gobierno Trump –fue su jefa de campaña en 2016 y lo acompaña en la Casa Blanca desde el inicio-, anunció que abandonaba su puesto, apenas horas antes de que se iniciara la convención del GOP. Su marido, George Conway, fundador del Proyecto Lincoln, conformado por republicanos anti-Trump, se había transformado en un acérrimo crítico del jefe de su esposa, cuestionando su salud mental y planteando que era un “cáncer” que el Congreso debía extirpar. Trump perdió así a una de sus más fervientes defensoras. Esa misma semana, incluso periodistas de la cadena Fox lo criticaron fuertemente por no condenar en el primer debate presidencial a los grupos supremacistas blancos, a pesar de los insistes pedidos del moderador Chris Wallace. Estos antecedentes son apenas una muestra de lo que podría ocurrir en las próximas horas y días. El incendiario discurso de Trump de ayer en la Casa Blanca fue el punto de no retorno.

Si bien el trumpismo hizo una buena elección (sumó 7 millones de votos respecto a 2016) y nada indica que vaya a desaparecer en el corto o mediano plazo, lo cierto es que la derrota del actual presidente –quien se suma a Hoover, Carter y Bush padre, miembros del selecto club de los que intentaron y no lograron su reelección en los últimos 100 años- es un revés para quienes, con una retórica propia de la guerra fría, “acusan” a todos de socialistas, intentando bloquear cualquier perspectiva emancipatoria a nivel local, nacional, regional o internacional e incluso cualquier iniciativa estatal con orientación igualitarista (hasta un impuesto a la riqueza de emergencia es atacado como una medida proto-socialista). Después de los auspiciosos resultados electorales en Bolivia y Chile, resultado de meses y meses de sostenidas luchas populares, la derrota de Trump implica un debilitamiento de las ultraderechas en Nuestra América, y en especial del gobierno brasilero encabezado por Jair Bolsonaro. Los nuevos vientos políticos en el continente generan una mejor correlación de fuerzas para avanzar con una agenda popular, en un contexto de desplome económico histórico (el PBI global se achicaría entre 4 y 5 % este año –el de América Latina 9%-y el comercio internacional se desplomaría un 20%), que requiere iniciativas audaces para frenar y revertir la creciente desigualdad económica, la pauperización social y el ecocidio en marcha.

El caótico recuento de votos de esta semana en Estados Unidos expuso la necesidad imperiosa de una reforma integral del sistema electoral–lo reiteró el miércoles Bernie Sanders-. Otro elemento a tener en cuenta es que la tensión y la movilización social tendrá que incorporarse como un dato permanente de la política estadounidense. Quedó claro también que es necesaria una renovación política, que supere al actual esquema bipartidista. En parte este recambio ya se está produciendo, ya que el martes se concretó la llegada al congreso de una nutrida y joven camada de representantes progresistas y de izquierda, liderada por Alexandria Ocasio Cortéz y su squad y referenciada en el carismático y popular senador Sanders.

La derrota de Trump, en síntesis y más allá de las múltiples consideraciones y análisis que deberán profundizarse en los próximos días y semanas, implica sin lugar a dudas un triunfo para los y las millones de mujeres, inmigrantes, trabajadores, ambientalistas, afrodescendientes, estudiantes, hispanos, militantes de las disidencias sexuales, científicos y artistas que desde hace cuatro años vienen luchando contra la agenda regresiva y anti-derechos impulsada por su Administración y por el partido republicano.

Más allá de cómo termine la novela de la transición política en la Casa Blanca, la crisis institucional en curso está profundizando el declive hegemónico estadounidense. Hoy el debate sobre decadencia del imperio americano ya no se circunscribe a los activistas y académicos que nos especializamos en el tema, sino que se transformó en parte de las conversaciones en todos los ámbitos públicos. La estruendosa caída de Trump, el mayor exponente de las ultraderechas a nivel global, genera esperanzas y es una gran oportunidad para avanzar con una agenda antiimperialista, popular, anticolonial, feminista y de izquierda.