martes, 13 de febrero de 2018

"Nuestra América ante el primer año de Trump". Por Leandro Morgenfeld








Por Leandro Morgenfeld

Número 16 - Febrero 2018


Nuestra América atraviesa una hora incierta, en la que se avizoran dos caminos en cuanto al vínculo el Estados Unidos de Donald Trump. O se imponen los gobiernos derechistas, que están dispuestos a asumir un rol subordinado frente a la Casa Blanca, aún si quien la ocupa temporalmente sostiene un discurso xenófobo, anti-hispano y crítico de los acuerdos de libre comercio, o se construye una alternativa superadora, en oposición a la prepotencia injerencista y militarista que impulsa la principal potencia imperial.
El contexto es crítico: el escenario es más adverso para la región a partir de la llegada de Trump, en términos comerciales, de inversiones, de remesas y de deuda. Sus primeros 12 meses en la Casa Blanca confirmaron el carácter regresivo de su política hacia la región. A los gobiernos derechistas, como los de Macri, Temer, Peña Nieto, Kuczynski o Piñera, impulsores de los tratados de libre comercio y de la apertura económica indiscriminada, alinearse con el impopular Trump les hará pagar un costo político interno más alto que con Obama.
Nuestra América debe avanzar con una agenda propia, descartar las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados Unidos. El fracaso de las socialdemocracias europeas y del Partido Demócrata en Estados Unidos, que a pesar de su prédica progresista implementaron el ajuste neoliberal, tiene que ser una lección para las fuerzas populares y de izquierda. O se avanza con una crítica radical y se construyen alternativas, o la impugnación a la globalización neoliberal será aprovechada por los líderes neofascistas. Los países del ALBA, en tanto, parecen haber registrado esta situación y salieron en marzo a criticar las iniciativas xenófobas de Trump y proponer diversas medidas para contrarrestarlas.
Además de humillar a México desde que era candidato y amenazar en agosto con una intervención militar directa en Venezuela, en los últimos meses su blanco también fue Cuba. La política de Trump hacia la isla es quizás es el ejemplo más ilustrativo y elocuente de cómo el magnate piensa las relaciones con los países latinoamericanos. Esta agresividad registró un nuevo capítulo hacia fines de septiembre. Tras denunciar un supuesto “ataque sónico” contra diplomáticos estadounidenses apostados en La Habana, el 29 de septiembre la Administración Republicana resolvió reducir al mínimo la misión diplomática en la isla. Hizo volver a 21 diplomáticos, congeló el otorgamiento de visas a cubanos y recomendó que sus ciudadanos no viajaran a Cuba. El 3 de octubre, además, resolvió expulsar a 15 diplomáticos cubanos que cumplían funciones en la embajada en Washington. Cedió así, una vez más, ante el poderoso senador Marco Rubio, quien aplaudió esta medida.
Si en otro momento se hubiera esperado una reacción conjunta de rechazo por parte de los organismos latinoamericanos como la UNASUR o la CELAC, hoy la situación es otra y, salvo los países del ALBA, no hay una respuesta conjunta. Por eso señalamos que posiciones como las de Macri son un peligro para desarrollar una perspectiva de integración regional más autónoma. Parecen haberse consolidado en los últimos meses, pero enfrentan serios desafíos internos y también externos. Como señalamos más arriba, alinearse con alguien como Trump tiene un enorme costo para las derechas gobernantes. Trump es un líder neofascista que está siendo enfrentado por mujeres, inmigrantes, afroamericanos, latinos, musulmanes, estudiantes, ecologistas, sindicatos, organismos de derechos humanos y la izquierda en Estados Unidos. Propone más poder y presupuesto a las fuerzas armadas, rebaja de impuestos a los más ricos, ataca a los sindicatos y pretende horadar los derechos laborales y cualquier regulación medioambiental (el anuncio de su salida del Acuerdo de París, por ejemplo, le granjeó duras críticas dentro y fuera de Estados Unidos). No tiene nada de progresista y cualquier comparación con los llamados “populismos” latinoamericanos es improcedente.
En marzo de 2016, en la Argentina, se repudió la visita de Obama, que coincidió con el 40 aniversario del golpe de estado del 24 de marzo. Hubo que soportar el enorme embelesamiento de la prensa hegemónica local para con la familia Obama (cubrieron sus actividades como si se tratara de una estrella internacional de rock). Con Trump, la situación no será igual. Y este año debería realizar dos visitas claves a la región. Se comprometió a participar en la VIII Cumbre de las Américas (Lima, 13 y 14 de abril) y en la Cumbre Presidencial del G20 (Buenos Aires, 30 de noviembre y 1 de diciembre). Allí va a enfrentar en las calles concentraciones similares a las que se produjeron en Mar del Plata, durante la IV Cumbre de las Américas, en noviembre del 2005, con las consignas No al ALCA y fuera Bush de Argentina y América Latina. El rechazo popular tiene incidencia en las relaciones internacionales. En la primera semana de 2018, por ejemplo, se conoció la decisión de Trump de cancelar su programada visita a Londres, para evitar las movilizaciones de repudio que se anuncian hace meses.
En síntesis, Trump es un gran peligro para Nuestra América –sus iniciativas misóginas, xenófobas, anti-obreras, militaristas, injerencistas y contra cualquier protección del medio ambiente son una señal de alarma para el mundo entero-, pero a la vez una oportunidad, por el rechazo que genera, para retomar la integración latinoamericana con una perspectiva antiimperialista y anticapitalista, y al mismo tiempo ampliar la coordinación y cooperación política con las organizaciones de las clases populares que lo enfrentan en Estados Unidos. Con Trump, a la clase dominante estadounidense, y a sus gobiernos aliados en la región, se les complica desplegar el “imperialismo moral”. Con el actual ocupante de la Casa Blanca, les cuesta mostrar a Estados Unidos como el líder de los organismos multilaterales, que cuida las democracias, el planeta y los “valores occidentales”. Como declaró Julián Assange, el líder de Wikileaks, si Obama era “un lobo con piel de cordero”, Trump es un “lobo con piel de lobo”. Expresa el afán de dominio imperial sobre Nuestra América descarnadamente. Y eso puede incrementar el rechazo a la subordinación que despliegan las derechas regionales. Ante los dos caminos posibles, aceptar el dominio colonial, subordinándose a Estados Unidos, o avanzar en la postergada confluencia de Nuestra América, sólo el segundo permitirá una inserción internacional más autónoma, condición necesaria para avanzar en la construcción de un orden social menos desigual y depredatorio. 



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