Por Juan Gabriel Tokatlian (Página/12)
Paradójicamente, lo más relevante del periplo del Secretario
de Estado, Rex Tillerson, por América Latina no ocurrió en la región, sino en
Estados Unidos. Al anunciarse su visita a México, Argentina, Perú, Colombia y
Jamaica ya se conocía el énfasis de su agenda política: la grave situación
socio-económica y político-institucional en Venezuela y la búsqueda de un
esquema de tratamiento que combinara una mayor presión diplomática de varios
países hacia Caracas con la amenaza de sanciones materiales estadounidenses. También,
como suele ocurrir con los viajes de presidentes y cancilleres estadounidenses,
su propósito era procurar más mercados abiertos para las exportaciones de
Estados Unidos a la región y bajar los reclamos por las dificultades de acceso
de las mercancías de la región a Estados Unidos. Como lo muestra la historia,
toda gran potencia promueve el aperturismo hacia afuera y el proteccionismo
hacia adentro. En épocas de declive hegemónico, las superpotencias elevan el
nivel de protección interno, mientras los poderes ascendentes—tal el caso de
China ahora—promueven el libre comercio. Con independencia de ciertas
especificidades temáticas, como la cuestión de las drogas en Colombia, Perú y
México, en el periplo de Tillerson no
pareció observarse nada realmente novedoso o promisorio.
A mi entender, lo realmente interesante ocurrió en Austin
donde, antes de emprender su viaje, el Secretario de Estado brindó una
alocución sobre América Latina en la Universidad de Texas. Es difícil encontrar
una pieza oratoria en las relaciones interamericanas contemporáneas en las que
un Canciller estadounidense recurra más frontal y cándidamente a la Doctrina
Monroe y su manifestación en Latinoamérica.
En el mensaje original del Presidente James Monroe al
Congreso estadounidense en 1823, en referencia a los asuntos interamericanos,
el referente fundamental era Europa. Monroe expresó que Estados Unidos iba a
“considerar todo intento de su parte (Europa) para extender su sistema a
cualquier nación de este hemisferio, como peligroso para nuestra (la de Estados
Unidos) paz y seguridad”. Tillerson en Austin identificó dos contra-partes
amenazantes para los intereses estadounidenses en América Latina. Por un lado,
mencionó a Rusia, cuya “creciente presencia en la región es alarmante”. Por el
otro, subrayó a China, cuya proyección en el área “tiene una apariencia
atractiva”, pero en realidad conduce a una “dependencia de largo plazo”. En
consecuencia, según el Secretario de Estado, “nuestra región debe ser diligente
contra poderes lejanos que no reflejan los valores que nosotros compartimos”.
Adicionalmente, Tillerson intentó brindar un panorama
histórico de los vínculos entre Estados Unidos y América Latina. Para ello
utilizó ejemplos típicos del monroísmo. Por una parte, invocó la primera
conferencia interamericana de 1889 en Washington donde se dio inicio a los
cónclaves panamericanos para afirmar la influencia de Estados Unidos en el
continente y evitar la injerencia en el área de otros actores extra-regionales.
Es evidente que desde la mirada latinoamericana hubo, en distintas coyunturas,
expresiones que buscaron limitar y hasta revertir el panamericanismo.
Por otra, evocó que Teddy Roosevelt fue el primer presidente
estadounidense en ejercicio que hizo un viaje al exterior: Panamá en noviembre
de 1906. Por supuesto que la memoria de la región respecto a Teddy Roosevelt es
distinta: se lo recuerda por su papel en la separación de Panamá de Colombia en
noviembre de 1903 y por el llamado “Corolario Roosevelt”—una variante de la
Doctrina Monroe--formulado en 1904 y que se convirtió en la guía para
racionalizar el intervencionismo estadounidense en la región para proteger sus
intereses económicos y asegurar su predominio político (República Dominicana y
Panamá en 1904, Cuba en 1906, Honduras en 1907, Nicaragua en 1910, Honduras en
1911, Honduras, Panamá, Nicaragua y Cuba en 1912, Haití y República Dominicana
en 1914, y sucesivas).
La nostalgia de Tillerson por Monroe fue tal que ante la
pregunta del moderador del evento, el historiador William Inboden, sobre su
valoración de la Doctrina Monroe, que en 2023 cumplirá 200 años, el Secretario
dijo: “pienso claramente que ha sido un éxito…Fue un importante compromiso en
su momento y creo que con los años ha continuado enmarcando la relación (entre
Estados Unidos y América Latina)”.
El Secretario fue inadvertidamente franco: la estrategia
“Estados Unidos primero” del Presidente Donald Trump es, respecto a América
Latina, probablemente el último intento de restaurar una doctrina obsoleta para
lo que ya es y será el siglo XXI.
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