Por Leandro Morgenfeld
Número 16 - Febrero 2018
Nuestra América atraviesa una hora incierta,
en la que se avizoran dos caminos en cuanto al vínculo el Estados Unidos de
Donald Trump. O se imponen los gobiernos derechistas, que están dispuestos a
asumir un rol subordinado frente a la Casa Blanca, aún si quien la ocupa
temporalmente sostiene un discurso xenófobo, anti-hispano y crítico de los
acuerdos de libre comercio, o se construye una alternativa superadora, en
oposición a la prepotencia injerencista y militarista que impulsa la principal
potencia imperial.
El contexto es crítico: el escenario es más adverso para la región a
partir de la llegada de Trump, en términos comerciales, de inversiones, de
remesas y de deuda. Sus primeros 12 meses en la Casa Blanca confirmaron el
carácter regresivo de su política hacia la región. A los gobiernos
derechistas, como los de Macri, Temer, Peña Nieto, Kuczynski o Piñera,
impulsores de los tratados de libre comercio y de la apertura económica
indiscriminada, alinearse con el impopular Trump les hará pagar un costo
político interno más alto que con Obama.
Nuestra América debe avanzar con una
agenda propia, descartar las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados
Unidos. El fracaso de las socialdemocracias europeas y del Partido Demócrata en
Estados Unidos, que a pesar de su prédica progresista implementaron el ajuste
neoliberal, tiene que ser una lección para las fuerzas populares y de
izquierda. O se avanza con una crítica radical y se construyen alternativas, o
la impugnación a la globalización neoliberal será aprovechada por los líderes
neofascistas. Los países del ALBA, en tanto, parecen haber registrado esta situación
y salieron en marzo a criticar las iniciativas xenófobas de Trump y proponer
diversas medidas para contrarrestarlas.
Además de
humillar a México desde que era candidato y amenazar en agosto con una
intervención militar directa en Venezuela, en los últimos meses su blanco también
fue Cuba. La política de Trump hacia la isla es quizás es el ejemplo más ilustrativo y elocuente de cómo el
magnate piensa las relaciones con los países latinoamericanos. Esta agresividad registró un nuevo capítulo hacia fines
de septiembre. Tras denunciar un supuesto “ataque sónico” contra diplomáticos
estadounidenses apostados en La Habana, el 29 de septiembre la Administración
Republicana resolvió reducir al mínimo la misión diplomática en la isla. Hizo
volver a 21 diplomáticos, congeló el otorgamiento de visas a cubanos y
recomendó que sus ciudadanos no viajaran a Cuba. El 3 de octubre, además,
resolvió expulsar a 15 diplomáticos cubanos que cumplían funciones en la
embajada en Washington. Cedió así, una vez más, ante el poderoso senador Marco
Rubio, quien aplaudió esta medida.
Si en otro momento se hubiera esperado
una reacción conjunta de rechazo por parte de los organismos latinoamericanos
como la UNASUR o la CELAC, hoy la situación es otra y, salvo los países del
ALBA, no hay una respuesta conjunta. Por eso señalamos que posiciones como las
de Macri son un peligro para desarrollar una perspectiva de integración
regional más autónoma. Parecen haberse consolidado en los últimos meses, pero
enfrentan serios desafíos internos y también externos. Como señalamos más
arriba, alinearse con alguien como Trump tiene un enorme costo para las
derechas gobernantes. Trump es un líder neofascista que está siendo enfrentado
por mujeres, inmigrantes, afroamericanos, latinos, musulmanes, estudiantes,
ecologistas, sindicatos, organismos de derechos humanos y la izquierda en
Estados Unidos. Propone más poder y presupuesto a las fuerzas armadas, rebaja
de impuestos a los más ricos, ataca a los sindicatos y pretende horadar los
derechos laborales y cualquier regulación medioambiental (el anuncio de su
salida del Acuerdo de París, por ejemplo, le granjeó duras críticas dentro y
fuera de Estados Unidos). No tiene nada de progresista y cualquier comparación
con los llamados “populismos” latinoamericanos es improcedente.
En marzo de 2016, en la Argentina, se
repudió la visita de Obama, que coincidió con el 40 aniversario del golpe de
estado del 24 de marzo. Hubo que soportar el enorme embelesamiento de la prensa
hegemónica local para con la familia Obama (cubrieron sus actividades como si
se tratara de una estrella internacional de rock). Con Trump, la situación no
será igual. Y este año debería realizar dos visitas claves a la región. Se
comprometió a participar en la VIII Cumbre de las Américas (Lima, 13 y 14 de
abril) y en la Cumbre Presidencial del G20 (Buenos Aires, 30 de noviembre y 1
de diciembre). Allí va a enfrentar en las calles concentraciones similares a
las que se produjeron en Mar del Plata, durante la IV Cumbre de las Américas,
en noviembre del 2005, con las consignas No al ALCA y fuera Bush de Argentina y
América Latina. El rechazo popular tiene incidencia en las relaciones
internacionales. En la primera semana de 2018, por ejemplo, se conoció la
decisión de Trump de cancelar su programada visita a Londres, para evitar las
movilizaciones de repudio que se anuncian hace meses.
En síntesis, Trump es un gran peligro para
Nuestra América –sus iniciativas misóginas, xenófobas, anti-obreras,
militaristas, injerencistas y contra cualquier protección del medio ambiente
son una señal de alarma para el mundo entero-, pero a la vez una oportunidad,
por el rechazo que genera, para retomar la integración latinoamericana con una
perspectiva antiimperialista y anticapitalista, y al mismo tiempo ampliar la
coordinación y cooperación política con las organizaciones de las clases
populares que lo enfrentan en Estados Unidos. Con Trump, a la clase dominante
estadounidense, y a sus gobiernos aliados en la región, se les complica desplegar
el “imperialismo moral”. Con el actual ocupante de la Casa Blanca, les cuesta
mostrar a Estados Unidos como el líder de los organismos multilaterales, que
cuida las democracias, el planeta y los “valores occidentales”. Como declaró
Julián Assange, el líder de Wikileaks,
si Obama era “un lobo con piel de cordero”, Trump es un “lobo con piel de
lobo”. Expresa el afán de dominio imperial sobre Nuestra América
descarnadamente. Y eso puede incrementar el rechazo a la subordinación que
despliegan las derechas regionales. Ante los dos caminos posibles, aceptar el
dominio colonial, subordinándose a Estados Unidos, o avanzar en la postergada
confluencia de Nuestra América, sólo el segundo permitirá una inserción
internacional más autónoma, condición necesaria para avanzar en la construcción
de un orden social menos desigual y depredatorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario