domingo, 5 de mayo de 2024

Milei y la sumisión neocolonial a Estados Unidos


 

Milei y la sumisión neocolonial a Estados Unidos

Por Leandro Morgenfeld

Tektónicos, 5 de mayo de 2024

Radiografía de un país latinoamericano que se pone de rodillas.

En abril, a raíz de la visita de Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, a la Argentina y el anuncio de Milei de la construcción de una base naval integrada entre ambos países, la propuesta de pasar a ser “socio global” de la OTAN y la concreción de la compra de aviones F-16 de origen estadounidense, la política exterior de Milei y el vínculo que propone con el gigante del norte pasó a primer plano de la discusión pública.

Si bien en algún sentido el libertario plantea una reedición de las “relaciones carnales” que cultivaron Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella, es preciso señalar dos cuestiones básicas: el contexto geopolítico es muy distinto al de aquella época y la sobreideologización de la política exterior de la cancillería que comanda Diana Mondino se diferencian del pragmanismo noventista.

En este artículo analizamos la sumisión a Washington del gobierno de Milei, su preferencia por Trump, su ninguneo a la cooperación e integración latinoamericana y las consecuencias negativas que puede traer para la Argentina esta singular orientación.

Aspectos salientes de la política exterior de Milei

Los primeros cuatro meses del gobierno libertario plantearon un giro en las políticas económicas y sociales, con profundas consecuencias regresivas para las clases populares y los sectores medios. El frontal ataque a derechos sociales, económicos y democráticos conquistados en las últimas décadas concentró la mayoría de los análisis, dejando el debate sobre la política exterior en un segundo plano. También en este aspecto hay una modificación profunda y muy negativa.

Con la premisa de un Estado reducido todo lo posible y una política exterior minimalista, las bases ideológicas del nuevo gobierno dictan que hay que abandonar las instituciones de la gobernanza global y cualquier autoridad supranacional que procure regular a los gobiernos.

Sin embargo, más allá de estos fundamentos ideológicos, existe una distancia entre sus postulados cuasi aislacionistas y la política exterior desplegada desde diciembre pasado. La aspiración a ingresar a la OCDE, el vínculo estrecho con el israelí Benjamin Netanyahu y el ucraniano Volodimir Zelensky y la agresión contra otros mandatarios latinoamericanos (Lula, Petro, AMLO), acusándolos de comunistas, muestra algunas contradicciones: “El sesgo ideológico aparece como un rasgo distintivo. El gobierno prefiere dejar de lado alianzas políticas, por ejemplo al no ingresar al grupo BRICS, pero se abraza con Israel y Ucrania en defensa de Occidente. Postula menos regulación global, pero acepta una futura regulación de la OCDE. Y el comercio con el mundo es prioridad, pero mejor siempre y cuando sea con ‘democracias liberales’” (Federico Merke, Le Monde Diplomatique, abril, p. 5).

Esto lleva al profesor de la Universidad de San Andrés a concluir que “la política exterior de Milei refleja pálidamente el ideario libertario y exhibe una marcada inclinación hacia el conservadurismo y el alineamiento pro-occidental, caracterizado por un bajo pragmatismo y un alto sesgo ideológico y de grupo. Aunque se percibe una influencia filosófica libertaria en sus gestos, hasta el momento su política se ha orientado más hacia una afinidad con los valores de la derecha occidental, particularmente con Estados Unidos, y con un ideario liberal que enfrenta cuestionamientos en el mismo mundo libre que Milei dice admirar”.  

En un sentido similar, Martín Schapiro y Agostina Dasso advierten que la supuesta continuidad respecto a las “relaciones carnales” con Estados Unidos debe ser matizada: “Mientras que el acercamiento del menemismo a Washington estaba definido principalmente en base a intereses económicos y comerciales, el acercamiento de Milei aparece, antes que nada, basado en la ideología, los valores y la moral. La lectura del mundo no es sólo anacrónica, sino que malinterpreta la complejidad histórica del vínculo de los 90. En aquella época, en efecto, el menemismo actuaba siguiendo casi al pie de la letra el manual de una escuela que prescinde de valores y predica la primacía de costos e intereses. El gobierno libertario hace lo contrario. Carlos Escudé, inspirador ideológico de aquella corriente, era, al momento de su inesperado fallecimiento, un entusiasta promotor de la relación con China” (Le Monde Diplomatique, abril, p. 6).

El agredir a los gobiernos de Brasilia y Pekín, entonces, no parece cuadrar con una orientación alberdiana, teniendo en cuenta que son los dos principales destinatarios de nuestras exportaciones. Menem, a pesar de su alineamiento con Estados Unidos, cultivó fluidos vínculos con Brasil, que se transformó en esos años, cuando surgió el MERCOSUR, en el principal socio comercial de la Argentina.

Milei parece no tomar nota de los cambios profundos en el contexto global. “Aunque el mundo que mira Milei remita a los años noventa del siglo XIX, estamos en un orden internacional muy distinto. No sólo la potencia hegemónica perdió poder relativo, sino que el ascenso de China es abrumador. El gigante asiático es el principal socio comercial de la mayoría de los países del plantea y el segundo de Argentina, sólo detrás de Brasil. Lejos de las certezas de antaño, existe un desorden internacional, un mundo en transición, donde hay dos claros polos de poder que ejercen presión sobre todo el resto. Las recetas para navegar desde un país periférico deben ser mucho más cautelosas y pragmáticas” (Le Monde Diplomatique, abril, p. 7).

En medio de esta política exterior sobreideologizada y occidentalista (Milei se presenta en el mundo como un cruzado contra la amenaza comunista y el supuesto “marxismo cultural” reinante), también hay que destacar que es una diplomacia virtual: Milei parece no tener inconvenientes en generar conflictos externos (los casos de Brasil, Colombia y México son elocuentes), sólo para galvanizar su base electoral interna. Sigue en modo candidato, generando estupor, incluso, en diplomáticos de carrera que comparten su orientación ideológica liberal, pero no su estilo ni su falta de expertise.

La relación con Estados Unidos

Aunque con clara afinidad político-ideológica con Donald Trump y Elon Musk, puntales de la ultraderecha global, Milei despliega una política exterior de profunda sumisión respecto a Estados Unidos, incluso con un gobierno demócrata.

El alineamiento absoluto con Estados Unidos e Israel tiene múltiples y evidentes manifestaciones: la renuncia a ingresar como miembro pleno de los BRICS, la cancelación de la compra prevista de aviones chinos y, en su reemplazo, la compra a Dinamarca de aviones usados de combate norteamericanos, la política de ataque sistemático a los gobiernos latinoamericanos no alineados con Washington, la hostilidad contra el gobierno chino —al punto de provocar una crisis diplomática tras el acercamiento a Taiwán—, las votaciones en la ONU a favor de los Estados Unidos, entre otras.

Por otro lado, el gobierno de Milei recibió a todos los funcionarios de los tres poderes de Estados Unidos que visitaron el país: el director de la CIA, William Burns, visitó en marzo la Casa Rosada, la generala Laura Richardson fue agasajada por el propio presidente en Ushuaia y en el Aeroparque, el secretario de Estado Antony Blinken, fue invitado por Milei a saludar desde el histórico y emblemático balcón de la Casa Rosada el 23 de febrero.

La de Laura Richardson, según Juan Gabriel Tokatlian, fue la “visita de la desmesura”. La llegada de la jefa del Comando Sur, en particular, tiene que ver con la ofensiva diplomática y militar de Estados Unidos para intentar frenar el avance chino en lo que ellos siguen considerando, de acuerdo a la doctrina Monroe, como su zona de influencia exclusiva, su patio trasero. Ven que China es el primer y segundo socio comercial de casi todos los países de la región, un inversor cada vez más importante y un prestamista que incluso está opacando a las organizaciones financieras tradicionales dirigidas por Estados Unidos, como el Fondo Monetario Internacional. Así que ahora afirman abiertamente lo que hace años venimos sosteniendo: que todas sus acciones tienen que ver con frenar la presencia de China y Rusia. Sin embargo, pareciera que no hay mucho que puedan hacer. Desde el punto de vista económico, los programas de desarrollo, los programas de asistencia, los programas de financiamiento para América Latina por parte de Estados Unidos son cada vez más limitados, incluso con países y gobiernos muy alineados con Estados Unidos.

El cambio significativo es que el declive estadounidense es cada vez más pronunciado frente a China, India y Rusia, y la presencia de estos otros actores en América Latina es cada vez más pronunciada. Entonces, lo que puede observarse es, en un momento crítico para el dominio de Estados Unidos, un uso más frecuente y profundo de aquello en lo que siguen siendo dominantes, que es el músculo militar y el músculo diplomático, es decir, lograr, a través de la presión política, diplomática y militar, lo que no pueden lograr desde el punto de vista económico.

Similitudes y diferencias con Menem y Macri

Nunca en la historia argentina hubo este nivel de alineamiento. Por más que Milei se referencie en las dos presidencias de Menem, Estados Unidos no es la fuerza hegemónica incontestable que era en los años 90, sino que está en un declive relativo, con el ascenso del Pacífico, China, India y los BRICS.

Esta política de sumisión total es a cambio de nada. Ni siquiera puede justificarse en términos pragmáticos, como intentaron Menem y Macri. La canciller Susana Malcorra señaló, en diciembre de 2015, que desplegarían una política exterior desideologizada, cuyo objetivo era la atracción de capitales, la toma de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los exportadores. Desde que asumió, Macri no ahorró señales hacia el gran capital financiero, pero sobre todo hacia Estados Unidos, sin embargo, procuró no destrozar el vínculo con sus principales socios comerciales. Cuando fue la Cumbre del G20 en Buenos Aires, Trump estuvo dos días en la capital argentina, apenas la mitad que su par chino, Xi Jinping, quien fue recibido en el marco de una visita de Estado.

Milei sobreactúa el alineamiento con Estados Unidos. Eso explica el desatino de haber volado hasta Ushuaia el 4 de abril, apenas dos días después de haber faltado al histórico acto que en esa ciudad se hace cada año para honrar a los héroes de Malvinas, para recibir a la generala Richardson, quien durante su visita recibió honores más propios de una jefa de Estado. En esa ocasión, además, el presidente argentino hizo público su deseo de construir una base naval conjunta con Estados Unidos, en el estratégico canal interoceánico y como puerta de entrada a la Antártida.

Como bien señala Alejandro Frenkel, “Hay una concepción ideológica dogmática por parte del gobierno, que tiene que ver con la forma de ver el mundo, la forma de ver determinados valores e ideas, y eso lleva a que alinearse con Estados Unidos no necesariamente implique una racionalidad económica. Hay algunos elementos que permiten inferir que ese alineamiento se está pensando para obtener beneficios en detrimento también de afectar la relación con China”.
Vemos, entonces, continuidad en la orientación pro estadounidense de la política exterior, pero en un contexto distinto al de los años noventa y de una forma mucho más profunda y amateur que la ensayada durante el macrismo.

Como bien advierte Luciano Anzelini, “En resumidas cuentas, la “occidentalización dogmática” de la administración Milei mantiene enormes diferencias con la política exterior menemista. El escenario estratégico global, su distribución de poder, la puja entre los actores centrales del sistema, la proyección de estos sobre nuestro espacio geopolítico y la mirada predominante sobre la integración regional son algunas de esas divergencias. Si Milei lograra mantener un diálogo imaginario con Carlos Escudé, con seguridad advertiría las diferencias entre su idealizada década de 1990 y el escenario actual. Por desgracia, el primer mandatario y sus principales colaboradores por ahora ‘no la ven’”.

Por su sumisión a Estados Unidos Milei ya provocó múltiples cortocircuitos con China, el segundo socio comercial de Argentina y un inversor y prestamista clave. Descartó los 34 aviones de guerra JF-17 que el presidente chino Xi Jinping había ofrecido a Alberto Fernández a bajo costo y con financiación; frenó la construcción de la cuarta central nuclear y de dos represas hidroeléctricas que financiaban los chinos, y que provocaron el despido de 1800 trabajadores y la posibilidad de que Beijing exija la cancelación del swap de 5.000 millones de dólares, o que reemplace la compra de soja y carne argentina por las provenientes de Brasil.

Si tanto Bolsonaro como Macri experimentaron que la confrontación con China tenía limitaciones estructurales, Milei parece dispuesto a dinamitar esa fuente de divisas clave para todos los países de la región.

Sin límites, involucra además a la Argentina en los conflictos armados en Ucrania y Gaza, a la vez que propone que la Argentina pase a ser “socio global” de la OTAN.

Milei es muy funcional a los objetivos estratégicos de Estados Unidos en América Latina y a la política de desmantelamiento de la coordinación política a nivel regional, por eso ataca a todos los gobiernos no alineados y desconoce organismos como la UNASUR y la CELAC, a la vez que soslaya la importancia del Mercosur.

Conclusiones: el necesario freno democrático a la sumisión neocolonial

En mi último libro, que salió el año pasado, Nuestra América enfrenta a la doctrina Monroe: 200 años de disputas, señalo, entre otras cosas, que la dicha doctrina sigue vigente. Planteada hace 200 años, proponía que ninguna potencia extra hemisférica pudiera disputar a Estados Unidos su dominio en la región, que entonces todavía no era tan fuerte como lo sería después, pero que se ha consolidado en los dos últimos siglos. Es decir, permitía, organizar la política estratégica para luchar primero contra la presencia europea, luego contra la Unión Soviética, hoy fundamentalmente contra China y Rusia, pretendiendo que nuestro continente fuera su patio trasero, su zona exclusiva de influencia. Y, en segundo lugar, procuraba tratar de impedir que se concretara el viejo proyecto de Simón Bolívar de la patria grande.

Hoy, estos dos objetivos son los que siguen guiando la política norteamericana hacia la región, aunque no con intervenciones militares directas, como a principios del siglo XX, ni con apoyo a dictaduras militares, como en los años 60 y 70.

Con nuevas formas, sigue habiendo una política intervencionista, injerencista y paternalista, que muestra la profunda codicia imperial por los bienes comunes de la Tierra, tal como reconoció abiertamente Laura Richardson.

Estados Unidos encontró en Milei un ejecutor obediente de sus mandatos. Ataca a todas las fuerzas políticas y sociales que resisten la dominación imperial, a los gobiernos progresistas, nacional populares y de izquierda que hoy protagonizan la segunda oleada de la marea rosa —contribuyendo, como advierte Carlos Raimundi, a la desunión regional— y, a nivel global, a los países que desafían la hegemonía estadounidense, en particular los que conforman el grupo BRICS.

Todo esto en un contexto mundial muy crítico, en el que se profundiza lo que Gabriel Merino denomina una Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada. Además, involucra a la Argentina en lejanos conflictos militares. Esta sobreactuación, excesivamente peligrosa, rompe la tradición histórica de Argentina de mantener la equidistancia y la neutralidad, la posición de que los conflictos deben resolverse de manera pacífica en el marco de los organismos internacionales y no a través del uso de la fuerza. Este inédito alineamiento nos involucra en conflictos externos, en los que Argentina no tiene capacidad militar para participar debido, entre otras cuestiones, a las enormes vulnerabilidades que tiene en materia de defensa. Nada bueno podemos esperar de eso y sí puede traer aparejadas consecuencias muy perjudiciales.

Además, lesiona nuestras posibilidades de unirnos con el resto del mundo, con otros bloques de países como el G77+China (grupo de naciones del sur global, actualmente reúne a 135 países), en la ONU, en los organismos regionales, en el grupo BRICS, que nos permitirían tener mejores condiciones para avanzar en el reclamo soberano sobre Malvinas, por ejemplo. Justamente, el Reino Unido es el segundo socio en importancia de la OTAN, después de Estados Unidos, y tiene una base militar en nuestras islas del Atlántico Sur ocupadas.

En síntesis, esta política de sumisión a Washington es peligrosísima, implica una pérdida de soberanía, genera perjuicios comerciales y financieros, horada las posibilidades de América Latina de construir políticas de cooperación y coordinación estratégicas y constituye un enorme retroceso para la Argentina, que había logrado en los últimos años significativos avances en los organismos multilaterales.

Las fuerzas democráticas ya se están manifestando contra la subordinación a Estados Unidos. El desafío es frenar, en el Congreso y en las calles, esta orientación de la política exterior, tan lesiva para los intereses nacionales.

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