En
su proyecto “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”, Donald Trump
apela a narrativas y fórmulas discursivas que refuerzan el rol de esa
potencia en la escena mundial y enfatizan el autoelogio. Entre otras
cucardas, se arroga haber sido el presidente que más guerras impidió en
tan solo siete meses de mandato. Al mismo tiempo será bajo su
presidencia que EE.UU. conquiste el universo. De hecho, se recortaron
los fondos que la NASA recibía para investigaciones y todos los
esfuerzos de la agencia espacial ahora se concentran en los viajes
tripulados. También, Trump promete que, bajo su mandato, culminará con
el autismo de los niños y niñas -según alega- generado por el consumo de
paracetamol por parte de las madres durante el embarazo. Se muestra
como el salvador de la generación del presente y, para ello, no escatima
en grandilocuencias y recurre a irracionalidades varias.
Como los mitos no se construyen solos, la Casa Blanca ha dado sobradas muestras de saber cómo gestionar el show de los relatos. Para
que Trump sea bautizado como “el presidente de la paz”, el gobierno de
EE.UU. publicó una lista de siete conflictos bélicos que el actual
mandatario asegura haber detenido en lo que va de su nueva
administración. La polémica enumeración incluye las disputas entre
Camboya y Tailandia, Serbia y Kosovo, República Democrática del Congo y
Ruanda, India y Pakistán, Israel e Irán, Egipto y Etiopía, Armenia y
Azerbaiyán. Incluso en las últimas horas aseguró: “Creo que tenemos un acuerdo para terminar con la guerra en Gaza”.
En
el camino de su construcción como superhéroe, quizás al equipo de
marketing se le va la mano: ya se comenzó a deslizar la postulación del
presidente al premio Nobel de la Paz. Algo similar a lo que hacía el
presidente argentino, que busca hacerse acreedor del de Economía. Parece
un chiste, pero no lo es.
Parte de esa dialéctica no es ingenua. Trump se posiciona como el gran árbitro mundial porque
tiene dos objetivos a la vista: recuperar el centro de la escena
geopolítica ante la amenaza de China en todos los frentes (político,
económico, tecnológico) y, por tiro de elevación, mediante su actitud
mediadora, fustiga a los organismos multilaterales que, desde su punto
de vista, son ineficientes para resolver problemas entre naciones.
Trump
se trazó dos propósitos de cara a los próximos años: en tierra, propone
salvar al mundo de las guerras, y en el espacio, propone salvar al
mundo con la conquista de nuevos territorios cósmicos a explorar y
explotar. Bajo cualquier condición, el Ejecutivo norteamericano prevé
que, a través suyo, EE.UU. protagonice la gran aventura espacial de
este siglo. Cincuenta años después de la última travesía que incluía
viajeros humanos a la Luna, la Casa Blanca acelera los tiempos y
anuncia que en febrero de 2026 comenzaría la primera prueba. Serán diez
días alrededor del satélite natural con la promesa en un futuro cercano
(2027) de volver a conquistarlo definitivamente.
Pero
la meta está (literalmente) más lejos, a 100 millones de kilómetros en
el mejor de los casos. Marte es el destino final al que el gobierno
federal aspira a llegar antes que China, para cumplir con un nuevo hito
en la historia.
La hora del mesías
Para ser justos,
Donald Trump no ha sido el primero ni mucho menos será el último líder
de carne y hueso que se postule como salvador. Leandro Morgenfeld, investigador del Conicet y estudioso de los vínculos históricos entre EE.UU. y Argentina explica a Página/12 los orígenes del tono mesiánico de Trump. “Tiene
que ver con la idea del destino manifiesto de EE.UU. que surgió a
mediados del siglo XIX; la idea de que son un ‘pueblo elegido’ y que
tienen que iluminar al resto del mundo. La exportación de valores
funcionó, además, como pretexto de sus prácticas imperialistas”, sostiene.
El
prisma religioso sirve de ayuda para comprender por qué Trump dice lo
que dice y, sobre todo, cómo lo dice. “La religión tuvo y tiene
muchísimo peso en la política interna, la cultura y la identidad
norteamericana. Trump se posiciona como un superhombre, como la
encarnación del mesías que tiene que cumplir con una misión
cuasi-divina, que básicamente viene a salvar a todos”, explica. El mandato está claro; ahora bien: ¿el mundo quiere ser salvado por Trump?
Prototipos y estereotipos
Por
un lado, un estereotipo es una idea simplificada, superficial, que
suele carecer de un sustento racional y que se transmite culturalmente.
Por otro, un prototipo es un molde, un modelo inicial de una idea, una
referencia que también soporta el paso del tiempo. Según Alfredo Alfonso, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes,
la postura discursiva de EE.UU. excede a Trump y remite, más bien, a la
falta de figuras históricas destacables identificadas con ese país.
Como a diferencia de Europa, EE.UU. tiene “una historia corta” (porque
no reconoce a los pueblos nativos) debe crear sus próceres de alguna
manera.
Dice Alfonso: “EE.UU.
no tiene una construcción prototípica importante, o al menos no la que
pretende tener, porque no considera que la historia comience con los
pueblos nativos, sino con los primeros colonos británicos. Para salvar
esta situación, suele construir relaciones estereotípicas con figuras y
superhéroes”. Y agrega ejemplos: “Sea cual fuese el deporte, todo lo
que hace EE.UU. se reviste como si fuera ‘la final del mundo’ o ‘la
liga mundial”, cuando en verdad se trata de competencias deportivas
nacionales. De la misma manera, los superhéroes siempre salvan al
planeta desde EE.UU.”.
En este marco, esta especie de “solución
universal” también es recuperada por el presidente Trump en cada
alocución: “Los estadounidenses necesitan esa construcción como
referencialidad, gracias a la escasez de relación prototípica. Para
marcar una diferencia, uno habla de Italia y tiene una historia
profundísima cargada de importancia simbólica. No sucede lo mismo con
EE.UU. que, como reflejo, edifica el sentido simbólico todo el tiempo a
partir de nuevos héroes”.
El espejo en Argentina
Trump
se pone el traje de superhéroe a partir de un discurso profético
similar al que apelan otros presidentes. El propio Javier Milei refiere a
la “refundación de Argentina”, rememora un pasado (aparentemente) de
gloria a fines del siglo XIX y define su gobierno como “el mejor de la
historia”. Está claro, como aporta Morgenfeld, “Milei también replica esta idea mesiánica de que es un elegido que salvará a Argentina”.
Sobre
todo al comienzo de su gestión, solía compartir en sus redes sociales
imágenes creadas con IA en las que él, representado por un león, salía
victorioso de una batalla en la que enfrentaba a la casta. Con los
escándalos de corrupción hoy quedan lejos esas imágenes, pero a no
confiarse porque en cualquier momento pueden reflotar, sobre todo en
momentos electorales.
Trump y
Milei también se emparentan por ser representantes de los discursos
anti-woke, anti-progresistas e irracionales. Ambos se muestran enfáticos
toda vez que refieren a la “chantada” que representa el cambio
climático como problema global. EE.UU. y Argentina –la segunda por
imitación de la primera– son las dos naciones que desprecian los
mecanismos multilaterales y comenzaron los trámites para retirarse de la
Cumbre de París y la Organización Mundial de la Salud.
“Kennedy
(secretario de Salud de EE.UU.) es un antivacunas. Hoy discuten si
dejan de inmunizar a los recién nacidos contra hepatitis B. Lo mismo con
lo del autismo y la recomendación de dejar de tomar paracetamol para
las embarazadas, todo sin ninguna evidencia científica”, destaca
Morgenfeld. Sencillamente, no hay lugar para dos superhéroes: o bien la
ciencia salva al mundo, o bien el presidente lo salva liberando a los
ciudadanos del yugo de la propia ciencia. Esta idea de que “el mundo
ha vivido engañado y llega un salvador para abrirle los ojos” constituye
uno de los relatos basales de las teorías conspirativas y los
negacionismos.
Trump y
Milei no tienen reparos en lanzar afirmaciones sin sustento de ningún
tipo. Basta con recordar que en la principal crisis sanitaria de la
historia, en plena pandemia de coronavirus, Trump recomendó consumir
hidroxicloroquina, tomar sol y probar inyecciones con desinfectantes.
Será que como todo superhéroe, también se obstine en combinar dosis
equivalentes de audacia, irracionalidad y torpeza.