viernes, 1 de mayo de 2015

"Cumbre de las Américas de Panamá: el complejo vínculo de Estados Unidos con América Latina"



A casi dos siglos de la conocida Carta de Jamaica de Simón Bolívar que esbozó las primeras ideas de integración americana y a casi diez años de la derrota del ALCA, se desarrolló la VII Cumbre de las Américas, en la que el primer mandatario de Cuba, Raúl Castro, se saludó con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama tras más de 50 años sin diálogo diplomático. La participación de Cuba por primera vez en la Cumbre, la agresión contra Venezuela, la agenda que se fue imponiendo en el cónclave, la falta de un documento final y la nutrida Contracumbre de los Pueblos, sin duda fueron los hechos a destacar que analizaremos a continuación.

Por: Julián Kan (TodoAmerica.info)

Vale la pena recordar los orígenes de este evento, muchas veces confundido con las reuniones de la OEA. Mientras que ésta existe desde el fin de la Segunda Guerra Mundial como lugar de encuentro geopolítico interamericano en el que Estados Unidos intentó digitar la política latinoamericana, por ejemplo marginando a Cuba de esa instancia; las Cumbres de las Américas obedecen a otro momento histórico, el iniciado en la región con el Consenso Washington, la caída del Muro y las políticas neoliberales. A mediados de 1990 tuvo lugar la conferencia “Iniciativa para las Américas” donde George Bush (padre) le presentó a todos los presidentes americanos, con la excepción de Cuba también, la idea de sancionar un área de libre comercio para el año 2005 que uniera a Alaska con Tierra del Fuego. Con Bill Clinton en el gobierno, tuvo lugar en 1994 la primera reunión en Miami, para comenzar a discutir la iniciativa norteamericana denominada ALCA. La historia posterior es mejor conocida: luego de varios años de negociación, el ALCA fue rechazado por los gobiernos posneoliberales que emergieron en la región a comienzos de la década pasada, por la resistencia social en las calles a la injerencia norteamericana y al intento de profundizar una integración comercialista, e incluso también por algunas fracciones de las clases dominantes locales que cuestionaron los términos del libre comercio norteamericano. Esto sucedió en la IV Cumbre de las Américas, de Mar del Plata, en 2005, en donde los dos primeros actores tuvieron un rol destacado en el rechazo al proyecto norteamericano. A partir de allí –no sin tensiones, sobre todo en los últimos dos años–, la región ha reconfigurado sus ejes de vinculación y ha predominado el desarrollo de instancias de autonomía política, como UNASUR y CELAC, y hasta de una integración alternativa como el ALBA, impulsado por Venezuela y Cuba.
Ante este panorama, y enterrado el proyecto ALCA, ¿cuál fue el sentido de mantener las Cumbres de las Américas? Para Estados Unidos, volver a reposicionarse en la región, para América Latina, mostrar el potencial político acumulado luego de la derrota del ALCA y sostener grados de autonomía. Algo de todo esto sucedió en las dos reuniones que mediaron entre Mar del Plata y Panamá: la V Cumbre de Puerto España, Trinidad y Tobago, en 2009, y la VI Cumbre, de Cartagena, Colombia, en 2012. En la primera de ellas, primó la expectativa por la relación “entre iguales” prometida por el recién asumido presidente Obama; anuncio que fue solamente promesa. Fue, también, la cumbre en la que Chávez le entregó el libro (Las venas abiertas de América Latina) del recientemente fallecido Eduardo Galeano al presidente norteamericano y donde los efectos de la crisis mundial sobre la región reafirmaron la necesidad de una integración autónoma. Luego, en la reunión de Cartagena, los países latinoamericanos imprimieron el contenido de la misma durante las semanas previas y durante el evento mismo: debatiendo la exclusión de Cuba del evento y la cuestión Malvinas, entre otros. El posicionamiento en esa reunión del presidente de Ecuador, Correa, mostró la significativa autonomía y soberanía política acumulada desde Mar del Plata: “Ecuador no asistiría a otra cumbre si de esta se excluiría a Cuba”. Quedaba claro que, sin el ALCA por negociar, la agenda de las cumbres continuaba cambiando de contenido. La VII reunión, de Panamá, no sería la excepción.
¿Por qué? Dos hechos recientes, previos a la cumbre, removieron el sentido de la misma. En primer lugar, a fines de 2014 el anuncio de la distención entre Cuba y Estados Unidos generó ciertas expectativas en torno a su impacto en las relaciones interamericanas, lo que fuera postulado como un nuevo intento de acercamiento de Obama ante la región (un nuevo “trato entre iguales” como el de 2009) a corroborarse  posteriormente en la Cumbre, ganando terreno sobre las instancias propias de vinculación regional emergidas luego de Mar del Plata. La distención o relajamiento entre ambos países –que sin dudas constituye un hecho a destacar de acá al futuro a pesar que el bloqueo norteamericano a la isla todavía no tiene fecha de vencimiento– también contribuyó a que Cuba sea parte de este evento.
En segundo lugar, pero a contramano de la positivización del hecho anterior lograda por el gobierno de Obama, la Orden Ejecutiva del 09 de marzo 2015 emitida por su gobierno que declaró a Venezuela como "una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos", alejó toda idea del trato amable o igualitario, volviendo a actuar como lo hizo durante todo el siglo XX: combinando grandes promesas de ayuda económica y política, con acciones desestabilizadoras y diversas formas de injerencia e intervención; en definitiva, con las habituales zanahoria y garrote. La Orden generó un rechazo de todos los gobiernos latinoamericanos, incluso de los aliados de Estados Unidos y miembros de la Alianza del Pacífico, como demostró el rápido posicionamiento de la CELAC del 26 de marzo. Allí, sus 33 miembros expresaron su oposición a las sanciones contra funcionarios venezolanos, refiriéndose a ellas como "la aplicación de medidas coercitivas unilaterales contrarias al derecho internacional", y también, anunciaron el rechazo del Decreto Ejecutivo emitido por el gobierno de Obama. Este hecho volvió suscitar duras críticas en la Cumbre hacia los Estados Unidos, por parte de los presidentes bolivarianos, pero también de los progresistas, entre ellos la actual mandataria argentina; incluso, a pesar del intento de Obama unos días previos de aclarar que Venezuela no constituía ninguna amenaza.
Es de destacar la realización, una vez más, de la Cumbre de los Pueblos o Contracumbre, también otra vez invisibilizada por los grandes medios de comunicación. De gran protagonismo en anteriores cumbres cuando se discutía el ALCA, este cónclave popular reunió a diversos movimientos sociales y políticos de la región que plantearon demandas a Estados Unidos y al sistema político regional, como el levantamiento del bloqueo a Cuba, la devolución de Guantánamo, el fin de la ocupación de Malvinas; e hicieron masiva la campaña por las firmas contra el decreto del Obama, que ya lleva millones de latinoamericanos adherentes.

Así las cosas, Estados Unidos no pudo relanzar algún tipo de relación armoniosa, menos afirmarse como interlocurtor privilegiado de la región. Y, a su vez, la mayor autonomía regional conseguida desde 2005 –aunque algo resquebrajada por la Alianza del Pacífico, por las continuas tensiones al interior del MERCOSUR y por la falta profundización del bloque ALBA, y quizá mejor expresada en UNAUSR y CELAC– volvió a manifestarse doblegando el intento norteamericano de adjudicarse la distención como un triunfo y un reposicionamiento regional. Una vez más, la falta de un documento final en la cumbre evidencia esta tensión entre el histórico interés de Estados Unidos de intervenir, dividir y controlar la región, con las tendencias a la unidad e integración de nuestra América que tienen, con fisuras y continuidades, ya dos siglos de una vasta y rica historia. 

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