lunes, 12 de agosto de 2013

"El delito del siglo", de Tom Engelhardt

 
Espiando para nosotros

TomDispatch.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

¡Hey, hablemos de espionaje! En los EE.UU. de la Vigilancia, esta tierra espeluznante en la que habitamos ahora, ¿de qué otra cosa íbamos a hablar?

¿Ha habido alguien que creciera como yo en la década de los cincuenta que no haya conocido las últimas palabras del héroe y espía de la Guerra de la Independencia, Nathan Hale, antes de que los británicos le colgaran: “Sólo lamento tener una única vida que perder por mi patria”? Lo dudo. Incluso aún hoy en día, esa frase, exacta o no históricamente, me produce escalofríos. Desde luego, estos días es mucho más difícil imaginar una aplicación para una afirmación tan heroicamente solitaria, no en EE.UU., donde espiar y vigilar son los negocios más en auge y nuestros más recientes Nathan Hales son decenas de miles de contratistas de la inteligencia privada corporativamente contratados y entrenados, quienes a menudo no se acercan al enemigo más que desde una terminal de ordenador.
¿Qué pensaría Nathan Hale si pudiera contarle que la CIA, la agencia de espionaje por excelencia del país, tiene alrededor de 20.000 empleados (desde luego, no quiere revelar el número exacto); o que la Agencia de Inteligencia Geoespacial Nacional, que controla los satélites-espías de la nación, cuenta con un elenco de 16.000 inquilinos tras el 11/S y una sede de casi 2.000 millones de dólares en los suburbios de Washington; o que nuestros modernos Nathan Hales, multiplicados como liebres, no disponen del equivalente a un británico al que espiar? Realmente, en el viejo sentido, ya no hay enemigos sobre el planeta. El equivalente de los británicos de 1776, ¿sería supuestamente… al-Qaida?
Es verdad que potencias amigas y menos amigas espían aún a EEUU. ¿Quién no recuerda aquel anillo suburbano de parejas de espías que los rusos plantaron aquí? Fue una operación sofisticada a la que solo le faltó acceder a todos secretos de estado, y que el FBI destapó en 2010. Pero, en general, en un mundo con una única superpotencia, sin ningún enemigo obvio, EEUU ha estado levantando su propio sistema de espionaje y vigilancia globales a una escala nunca vista antes, en un esfuerzo por hacer el seguimiento de casi todo el mundo sobre el planeta (como mostraron recientemente los documentos publicados de la Agencia Nacional de Seguridad). Es decir, Washington es ahora un centro de espionaje que vigila no solo a potenciales futuros enemigos sino también a sus más estrechos aliados como si fueran enemigos. Progresivamente, la estructura construida para hacer una parte importante de ese espionaje, está también dirigiéndose cada vez más hacia los estadounidenses y a un nivel no menos impresionante.
Espías, traidores y desertores en los EE.UU. del siglo XXI
Hoy en día, para los espías estadounidenses, el trabajo de Nathan Hale va unido a beneficios en la sanidad y en la jubilación. Los superagentes de ese mundo tienen acceso por una puerta giratoria a un garantizado empleo lucrativo a los más altos niveles del complejo corporativo de la vigilancia y, desde luego, para el espía que necesite escapar, un paracaídas dorado. Por tanto, cuando pienso en la famosa frase de Nathan Hale, entre esos cientos de miles de espías y personajillos de las corporaciones, solo me vienen a la cabeza dos estadounidenses, ambos acusados y uno hallado culpable bajo la draconiana Acta de Espionaje de la I Guerra Mundial.
Solo un grupo muy pequeño de estadounidenses podría aún citar las palabras de Hale y sentir que tienen algún significado. Cuando el soldado raso de primera Bradley Manning escribió al ex pirata informático que luego le entregaría acerca de la posibilidad de que pudieran encarcelarle de por vida o ejecutarle, no utilizó esas palabras. Pero si lo hubiera hecho, habrían sido las adecuadas. El ex empleado de Booz Allen, Edward Snowden, no las utilizó en Hong Kong cuando habló del duro trato que asumía iba a aplicarle su gobierno por revelar los secretos de la Agencia de Seguridad Nacional, pero si lo hubiera hecho, esas palabras no hubieran parecido vacías.
La reciente condena de Manning bajo el Acta de Espionaje por revelar documentos secretos del ejército y del gobierno sería un recordatorio de que los estadounidenses están en un mundo inmerso en una veloz transformación. Sin embargo, es un mundo cada vez más difícil de captar con precisión porque los cambios están superando el lenguaje que tenemos para describirlos y lo mismo ocurre con nuestra capacidad para comprender lo que está sucediendo.
Cojamos las palabras “espía” y “espionaje”. A nivel nacional, antes eras un espía implicado en espionaje cuando mediante cualquier subterfugio conseguías secretos de un enemigo, normalmente un Estado enemigo, para el uso de tu propio país. Sin embargo, en estos últimos años, quienes están siendo acusados bajo el Acta de Espionaje por las administraciones de Bush y Obama no son espías en sentido alguno. Nadie ha sido contratado o entrenado por otra potencia para extraer secretos. De hecho, todos habían sido entrenados por el gobierno estadounidense o por una entidad corporativa aliada. Todos, en su afán de revelarlos, eran independientes (es decir, denunciantes) que podían, en el pasado de EEUU, haber recibido la etiqueta de “patriotas”.
Ninguno planeaba pasar la información en su poder a una potencia enemiga. Cada uno estaba intentando tener una organización, un departamento, una agencia, que se ajustara a prácticas buenas o adecuadas y, en los casos de Manning y Snowden, llamar la atención del pueblo estadounidense sobre los errores y fechorías de nuestro propio gobierno que ignoramos gracias al manto de secretismo arrojado sobre un número cada vez mayor de actas y documentos.
Esos denunciantes estaban cometiendo actos de espionaje en la medida en que estaban cogiendo subrepticiamente información secreta de las entrañas del estado de la seguridad nacional para entregarla a una “potencia enemiga”, pero esa potencia éramos “nosotros, el pueblo”, el poder gobernante imaginado en la Constitución estadounidense. Manning y Snowden creían ambos que la publicación de los documentos secretos que poseían empoderaría al pueblo, y nos llevaría a cuestionar qué es lo que estaba haciendo el estado de la seguridad nacional en nuestro nombre sin que nosotros lo supiéramos. Es decir, si ellos eran espías, entonces estaban espiando al gobierno para nosotros.
Eran infiltrados empotrados en una inmensa estructura cada vez más secreta que, en nombre de protegernos del terrorismo, nos estaba traicionando de una forma mucho más aguda. Ambos hombres han recibido el nombre de “traidores” (Manning en un tribunal militar), mientras que el congresista Peter King llamaba a Snowden “desertor”, un término de la Guerra Fría que no se usa ya prácticamente más que en la única superpotencia del mundo. Esas palabras necesitarían, asimismo, de nuevas definiciones para ajustarse a nuestra realidad actual.
En cierto sentido, podría decirse que Manning y Snowden han “desertado” de los secretos del gobierno estadounidense hacia nosotros. Sin embargo, informal e individualmente, podríamos imaginármelos como espías del pueblo. Lo que sus casos indican es que, en este país, el peor delito del siglo es ahora espiar a EEUU para nosotros. Eso puede hacer que te maltraten y te torturen en una prisión militar estadounidense, o que te veas atrapado en un aeropuerto de Moscú, con tu carrera o tu vida en la ruina.
Desde el punto de vista del estado de seguridad nacional, “espiar” tiene ahora dos significados destacados. Significa espiar al mundo y espiar a los estadounidenses, pero ambas actuaciones a escala masiva. En ese proceso, esa emergente estructura se ha convertido en el secreto más preciado de Washington, aparentemente frente a nuestros enemigos, pero realmente frente a nosotros, y, como hemos aprendido hace poco, incluso frente a nuestros representantes electos. El objetivo de ese estado es hacer que el pueblo estadounidense sea mucho más absorbible, que puedan diseccionarse y trocearse nuestras identidades, haciéndolas circular por la burocracia laberíntica del mundo de la vigilancia y almacenando nuestros bytes a fin de “explotarlos” según les convenga.
El gobierno de los vigilantes, por los vigilantes y para los vigilantes
Si los documentos de Edward Snowden revelan algo es que el frenesí de la construcción –desde las nuevas sedes a los nuevos centros de datos- que ha sido la marca del mundo de la inteligencia desde el 11-S, ha ido acompañado de un similar frenesí constructivo en el mundo online y en las comunicaciones telefónicas. No cabe duda de que no conocemos aún el alcance de todo eso, pero es evidente que desde PRISM hasta XKeyscore, la comunidad de inteligencia estadounidense ha estado creando un laberinto de redundantes mecanismos de vigilancia que imitan el inmenso crecimiento y redundancia del mismo mundo de la inteligencia, de las 17 organizaciones y agencias de esa “comunidad” y de todas las pequeñas organizaciones u oficinas que ni siquiera se incluyen en esa asombrosa cifra.
La verdad es que, gracias a nuestros “espías”, sabemos mucho más acerca de cómo el mundo estadounidense, nuestro gobierno, funciona realmente, pero todavía no sabemos qué es exactamente esa cosa que está construyéndose. Pero puede que incluso sus creadores se sientan perdidos respecto a qué están exactamente haciendo en ese proceso de construcción. Quieren que confiemos en ellos, pero la gente no debería poner su confianza en los generales, en los burócratas de alto nivel y en los espías que ni siquiera parpadean a la hora de mentir a nuestros representantes, que no pagan precio alguno por ello y que están creando un mundo que está de hecho más allá de nuestro alcance. Nos faltan palabras para lo que nos está sucediendo. Todavía tenemos que darle nombre.
Al menos está más claro que nuestro mundo, nuestra sociedad, es de naturaleza cada vez más imperial, reflejando en parte el modo en que nuestras guerras post-11/S han vuelto a casa. Con sus crecientes desigualdades económicas, EEUU es cada vez más una sociedad de gobernantes y gobernados, de vigilantes y vigilados. Esos vigilantes tienen cientos de miles de espías para hacer el seguimiento de todos nosotros y de otros sobre el planeta, y no importa lo que hagan, no importa las líneas que crucen, no importa lo deleznables que puedan ser sus actos, nunca se les castiga por ello, ni siquiera pierden su empleo. Por otra parte, tenemos una cifra pequeñísima de vigilantes voluntarios de nuestra parte. En el momento en que se dan a conocer o son detectados por el estado de la seguridad nacional, pierden automáticamente su empleo y eso es solo el principio de las penas que van a sobrevenirles.
Todos los que están al frente del nuevo estado vigilante no dudan, ni lo más mínimo, en sacrificarnos en el altar de sus planes, todo en aras al bien común, según ellos lo definen.
Desde luego, esto no tiene nada que ver con ninguna imaginable definición de democracia o de república, desaparecidas hace tanto tiempo. Esto forma parte del nuevo estilo de vida de los EEUU imperiales, en los que el gobierno de los vigilantes, por los vigilantes y para los vigilantes no va a desaparecer de la Tierra.
Quienes nos observan –ellos dirían sin duda “nos vigilan”, como si nos protegieran- no son los Nathan Hales. Su versión de su frase podría ser: Solo lamento no tener más que una vida para entregar por mi patria: la vuestra. 

[Nota sobre Nathan Hale: Allá por la década de los cincuenta, aprendimos su famosa frase: “Solo lamento tener una única vida para entregar por mi país”. Sin embargo, es más probable que dijera: “Solo lamento no tener más que una vida que perder por mi país”. O, desde luego, es posible que no dijera ni una cosa ni otra. No lo sabemos.]

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “ The End of Victory Culture ”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .

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