lunes, 17 de septiembre de 2012

Más sobre la "Cátedra Argentina" en Washington


Con cátedra en Washington

Por un acuerdo tejido entre la embajada argentina y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, antiguo hogar académico y político de Arturo Valenzuela, ahora reemplazado por el historiador Erick Langer, la Presidenta dejará abierta la “Cátedra Argentina”. Una visita en medio de las elecciones presidenciales y el conflicto del Medio Oriente y Libia.
 
Por Martín Granovsky (Página/12)
Desde Nueva York

Los vecinos dejaron flores en el Escuadrón 18 de bomberos (en la calle 10 y la avenida Greenwich) y también en Los Tigres, la brigada de bomberos que atiende a Wall Street y queda a metros de donde estaban las Torres Gemelas hasta que fueron derrumbadas por los comandos suicidas el 11 de septiembre de 2001. Esta es la Nueva York que verá Cristina Fernández de Kirchner. Aunque habrá tiempo para una escapada a Washington: en la Universidad de Georgetown, la Presidenta dejará inaugurada una cátedra sobre la Argentina. Es un modo de hacer diplomacia sin necesidad de buscar siempre la diplomacia hardcore que imaginó el embajador argentino en los Estados Unidos, Jorge Argüello.
El representante argentino firmó la inauguración de la Cátedra Argentina con Erick Langer, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown, la universidad que fundaron los jesuitas y que es una de las más influyentes en el establishment de Washington.
“La presencia de la Presidenta en este acto pone en evidencia la importancia que la Argentina le otorga a la construcción de nuevos consensos con la comunidad internacional en general y, en este caso particular, con los Estados Unidos de América”, dijo Argüello al comentar la participación de Cristina Fernández de Kirchner el 26 en Washington, un día después de su discurso en las Naciones Unidas en Nueva York.
Un funcionario del gobierno argentino dijo a Página/12 que la Cátedra Argentina tendrá un directorio donde, además de Langer y Argüello, estará por ejemplo Enrique García, el poderoso jefe de la Corporación Andina de Fomento, la CAF, uno de los instrumentos financieros principales de Sudamérica.
Una herramienta académica y diplomática similar, bajo la forma de un observatorio sobre la Argentina, funciona desde 2004 en la Universidad de Nueva York. En su momento sirvió para acercar economistas como Paul Krugman y Joseph Stiglitz y discutir en público y en privado la estrategia de quita de la deuda externa que llevó adelante el entonces presidente Néstor Kirchner. En buena medida los contactos con el mundo de la universidad quedaron a cargo de Cristina Fernández de Kirchner, que en esa época todavía era senadora. Los contactos en el terreno los tejió el cónsul en Nueva York, Héctor Timerman, con un equipo reducido y movedizo.
El acuerdo de Argüello y Langer tiene una gracia adicional. Antes, el director del Centro de Estudios Latinoamericanos era el norteamericano de origen chileno Arturo Valenzuela. Llegado a los Estados Unidos como mochilero a los 17 años, Valenzuela hizo carrera primero en Ciencia Política y después en el Estado. Con Bill Clinton de presidente ocupó un puesto clave, el de encargado de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional, órgano de asesoramiento directo del presidente de los Estados Unidos. En aquella época anudó buenas relaciones con el gobierno de Carlos Menem y sus funcionarios. Luego, ya fuera de la Administración, se asoció con varios consultores latinoamericanos como el argentino Rosendo Fraga. Valenzuela volvió al Ejecutivo en 2009 como subsecretario de Asuntos Interamericanos de Barack Obama. Dejó el puesto el año pasado. Antes, en diciembre de 2009, protagonizó chisporroteos con el gobierno argentino cuando, durante una visita a Buenos Aires, puso en duda el nivel de seguridad jurídica de la Argentina y se mostró nostálgico de los tiempos de Menem. Ya con tono menos belicoso, viajó en misión exploratoria a la Argentina en enero de 2011. En esa gira abandonó el tono irritativo y se quedó en las curiosidades previsibles de la época. Preguntó si Cristina se presentaría como candidata a la reelección en octubre, se reunió con académicos, con Timerman, a quien había tratado como cónsul y como embajador en Washington, y con el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli.
Al dejar la Subsecretaría de Asuntos Interamericanos Valenzuela quiso volver al Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown. Pero su ocupante de entonces, y de ahora, Langer, ya había construido un espacio propio con la solidez suficiente como para no ser desplazado.
Historiador de origen académico, Langer tiene una especialidad que puede ser útil en Washington para quienes se interesen en el momento actual de Sudamérica: estudió el mundo andino y se interesó por los pueblos originarios. Entre otros idiomas, habla quechua.
Uno de sus libros, editado en 2003, es Movimientos indígenas contemporáneos en América Latina. Otro de sus trabajos indaga en el papel de la economía indígena en la construcción de los Estados-nación del área andina en el siglo XIX. Otro, en las misiones para influir sobre los chiriguanos. El Gran Chaco fue también un tema de interés de Langer. También la propia Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, un conflicto atizado por los intereses petroleros en el que tuvieron importancia diplomática la Argentina y los Estados Unidos.
Si es que un currículum habla de verdad de las inclinaciones de un académico –a veces ocurre, y quizás ésta sea una de las veces– tal vez Langer se incline más a curiosear en hechos y tendencias históricos que a distribuir categorías de mayor o menor grado de populismo en los procesos políticos actuales de Sudamérica.
Y no es que Sudamérica ocupe el primer lugar en las inquietudes del presidente norteamericano o en las de su oponente en campaña para las elecciones de noviembre, el republicano Mitt Romney. Probablemente por fortuna, aunque ésta es una vieja discusión en el continente, no es un momento de obsesión norteamericana por la realidad que viven sus vecinos del Sur. O por el peso de otros problemas, como el Medio Oriente o la economía doméstica, o por la estabilidad de una Sudamérica que no centra su política en el desafío a los Estados Unidos, Washington parece no querer y no necesitar un mayor grado de concentración en los otros Estados de la región.
La creación de empleo es el tema número uno de las discusiones en los Estados Unidos. Con una desocupación que no logra hacer descender del 8 por ciento, Obama sigue arriba en las encuestas. Y, en general, los formuladores norteamericanos de política económica tienen el mismo discurso ortodoxo que sus pares europeos pero una práctica más heterodoxa. Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal, la Fed, el Banco Central de los Estados Unidos, acaba de anunciar el último jueves que mantendrá bajas las tasas de interés –y bajas, con un 0,25 por ciento, significa bajas de verdad– hasta el 2015, aun a riesgo de que asome un pequeño atisbo de inflación. La meta es que los bancos puedan prestar y el mercado inmobiliario se reactive después de la explosión del mercado de basura derivado de las hipotecas infladas que hicieron crisis en 2008.
Cuando, el 26, hable en la Georgetown University, la Presidenta ya habrá podido ejercer su olfato directo sobre la sensibilidad creciente que genera en la elite política estadounidense el área del Mar Mediterráneo, el norte de Africa y el Medio Oriente.
Los Estados Unidos vienen de sufrir uno de esos hechos que ocurren de tanto en tanto, incluso en medio de las guerras más tremendas: la muerte por incendio y asfixia de su embajador en Libia, Christopher Stevens, en un episodio que cada vez parece más lejos de la presentación corriente según la que una multitud, violentada por una película, ejerció su indignación islámica contra el Occidente que ofendió su fe. Como lo recordó estos días el argentino Juan Gabriel Tokatlian, director en la Universidad Torcuato Di Tella, la rabia bien pudo ir acumulándose durante años más allá de la película Innocence of Islam, de la que según Tokatlian “sólo se conoce un trailer de 14 minutos pues no ha sido estrenada”.
En un artículo publicado el jueves 13 en la página web del semanario The New Yorker, el columnista Hisham Matar establece que nadie en Libia parecía haber mirado la película, y tampoco el tema figuraba con importancia alguna en las redes sociales. Para el articulista, se trata de grupos de extrema derecha que quieren agudizar las contradicciones de la Libia que quedó luego del régimen de Muamar Khadafi y estimular la ira de los más jóvenes, tanto seculares como religiosos. Una ira que, como analizó Tokatlian, no necesita mucho para ser encendida y convertida en fuego.

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